Las cosas que extraño
Extraño la tranquilidad de llegar cada tarde a mi casa, sabiendo que esa será una noche tranquila y apacible. Las perturbaciones en la noche eran la luna, las recién redescubiertas estrellas, planetas y constelaciones, las luces de la ciudad en la distancia; los desnudos de la chica de al frente en medio de las luces de la ciudad y de la calle, las conversaciones con dos personas que hubiera dado mucho por haber podido convertir en mis amigas. Extraño el frío, que empezaba a las nueve de la noche, la puerta de mi casa que abria casi mágicamente, sin llaves; el calor de las cobijas que la noche y el frío volvían útiles, los pájaros que no conocía y aprendí a conocer, unos raros, otros comunes; sus cantos desproporcionados en las madrugadas. Extraño verlos y escucharlos, la búsqueda afanosa de una cámara para registrarlos y la alegría de encontrarlos en medio del follaje y luego en medio de las hojas de las guías de aves para tener un nombre que ponerles; la felicidad de los atardeceres...