En Medellín, Cultura Metro: una Subcultura Totalitaria.

En las estaciones, en las plataformas y en los trenes escuchamos los medellinenses estribillos y esloganes, vociferados por altavoces y recalcados en afiches y letreros. Todos nos dicen que seamos de una forma o de la otra, hagamos una cosa o la otra.  Nos hablan de un "deber ser". Y ese deber ser, hemos de suponer, proviene de un alto ideal del ser humano. Solo que como errar es humano a quienes diseñan la campaña, los mensajes, las ideas plasmadas allí o, mejor, su ideología, se les olvida que ellos no son quienes sabe cual es exactamente ese ideal al que debemos llegar.

Como resultado tenemos la "Cultura Metro". Un engendro en el que las personas somos cívicas, no comemos en público, no bebemos, no olemos a nada y prácticamente no respiramos. Damos el asiento prácticamente a todo el mundo; de hecho, en ese ideal, nos debemos disputar el privilegio de ceder la silla y comer chicle es prácticamente penalizado. En ese ideal estamos conscientes y practicamos la necesidad de dejar entrar y salir ordenadamente a toda la gente, soportar estoicamente lo que la naturaleza, las directivas, las autoridades y los policías bachilleres, u otros usuarios, nos pongan en frente.

Pues bien, sostengo (y creo que algunos amigos me respaldan en esto), que esa "cultura metro" es una práctica totalitaria que no solo desconoce derechos fundamentales sino que, repetidamente, trata de convertir en normas de la sociedad la visión parcial y a veces oscura de algún o algunos de sus creativos o responsables y nada más.

En esa cultura metro no hay espacio para la diferencia. No hay espacio para el acatamiento de directivas y sugerencias a partir del convencimiento de su necesidad y pertinencia, solo queda espacio para prohibir. Prohibido entrar con más de un cierto porcentaje de alcohol en la sangre, prohibido tener en la boca .... algo. Prohibido lucir diferente. Son muchas las historias de homosexuales fuera de closet siendo directamente cuestionados en su intento de tomar el metro. Son muchas las de personas a las que un policía bachiller imputa acusaciones ridículas y sin fundamento (¡Ud. está borracho! ¡bote ese chicle!) pero para las cuales la prueba es el ojo experto de un niño de 17 años con uniforme, sus prejuicios, órdenes absurdas que recibe y una autoridad que no pareciera estar basada en otra cosa que la posibilidad del uso de  la fuerza.

Ahora, aparte de todo, está prohibido esperar en las plataformas. ¿Cuántas novelas se volverían imposibles en Medellín porque escenas importantes suceden a la espera de un tren? ¿cuántas escenas de cine memorables quedan sin sentido porque no podemos hacer una cita en una estación? Es todo parte de esa autoridad para prohibir... que apesta.

Yo protesto por esa dictadura de unas mentes cerradas y obtusas a las que de un momento a otro alguien les dio un pequeño poder. Pequeño como sus cerebros e inteligencias. Tan pequeño, que es casi despreciable. Y no porque el Metro de Medellín no pueda ser objeto de un comportamiento civil de parte de sus usuarios, sino porque incluso esos usuarios que no caben dentro de un promedio o un estándar del ser o del vestir, tienen tanto derecho como cualquiera a usarlo. Y protesto porque en algún momento van a prohibir oír música (los audífonos demasiado altos terminarán molestando a quien fija las reglas del deber ser aquí), mirar, esperar, estar ansiosos, parpadear, estar colorados de la pena o la excitación, besarse y hacer cualquier cosa que a esas cabezas débiles y sin argumentos se les ocurra que son transgresoras.

La tiranía de una cultura metro necesita de un contrapeso en unos usuarios que plantemos cara a la misma y le hagamos frente, ¿se unen?

Comments

Anonymous said…
Aunque encuentro algunos argumentos un tanto exagerados, estoy de acuerdo con la idea central. Es exasperante que te digan que es muy fácil ser amable, cuando hay gente ahí que no ha comido en todo el día, por ejemplo. Y de un modo violento, quitando de circulación los tiquetes, presionan a la gente para que saque la cívica. Por lo demás, la cantinela de dejar salir, que hemos soportado por años, es inútil: es imposible entrar. En resumen, la cultura metro no existe, salvo como una sarta de mensajes cursis por altoparlantes. Si no me cree, pregúntele a doña Gloria.
Anonymous said…
Después de todo, el viaje en metro -ocasionalmente- da cabida al espíritu novelesco:
Anonymous said…
La verdad, prefiero esta tiranía. En medio del cansancio, del hambre, de la frustración y del afán de llegar a un destino, el orden evita que padezcamos más.
Yo prefiero un poco más de caos en el metro y el respeto por las diferencias y las libertades individuales...

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