La curiosidad

Luego de ser profesor universitario en un área de ciencias y matemáticas por ya más de 10 años creo que tengo cierta autoridad para decir lo que voy a decir. El daño máximo que nuestra educación tradicional nos hace en Colombia es ocuparse con ahínco y máxima decisión (y eficiencia) a matar la curiosidad. Lo que surge es un problema muy grave y complejo y no tengo idea de como resolverlo.

Y con educación no me refiero solo a las escuelas y colegios. Y creo que justo en este instante es cuando surge la espléndida primera oportunidad de demostrar mi punto, ahora se llaman Instituciones Educativas, no escuelas o colegios, como si llamar escuela a una escuela o colegio a un colegio no fueran formas mucho más hermosas de denominar estos claustros donde se inician casi todos en las artes de lógica, la argumentación, los principios y saberes, los métodos y las habilidades ligadas a la cultura y el conocimiento. No, no sirve el maravilloso nombre que nos brinda el castellano, escuela. Hay que poner un nombre oficial, altisonante, auto-importante: institución educativa. Hay que reforzar que hay una oficialidad que arrastra infortunadamente un empobrecimiento del lenguaje, tal como el nombre lo implica.

Digo, no me refiero solo a los Institutos o Centros Educativos (más nombres altisonantes), sino a la casa. En nuestra cultura el mejor regalo que le podemos hacer a los padres, aquello que todos comentan positivamente, aquello que se premia mediante elogios y regalos, es quedarse quieto. El segundo bien es quedarse callado.

¿Qué cultura que basa su bienestar en que sus niños se queden quietos y no hablen espera montones de gente creativa e innovadora como resultado? ¿basados en qué esperamos personas que sepan argumentar y oponerse, reclamar sus derechos en voz alta y hacerse valer si lo que premiamos es la obediencia representada en el silencio? 

Creo que sobran los ejemplos: "tome mijito por haberse manejado tan bien" y uno recibe un golosina, un juguete o algo parecido como resultado de no haberse movido, haber dormido todo el tiempo o no haber preguntado nada, movido nada, tocado nada. Es como si el bien comportarse no fuera preguntar, querer saber, indagar, jugar y como si el diálogo y el argumento fueran un lastre que impide el buen desarrollo. 

En las escuelas y colegios y también en la Universidad, terminamos también premiando ese silencio y ese estarse quietos. A los estudiantes universitarios hay que enseñarles a reclamar, a exigir sus derechos y arguementar. Pero no lo hacemos, en lugar de enseñar aunque sea a esta edad un poco mayor el bien máximo de la democracia, el uso de la palabra, hacemos cuanto está a nuestro alcance para que naveguen el sistema, acepten todo, no pregunten y no reclamen. Total, que cuando lo hacen (reclamar) usando los procedimientos o métodos que no son, nos declaramos sorprendidos. Razonamos con auto-complacencia que estamos dispuestos a escuchar y que por ende es imperdonable que no hubieran usado los canales adecuados para el reclamo y la protesta. El primer punto que la educación superior debe acometer es dotar a los estudiantes del uso de la palabra y la argumentación.

El segundo, es restaurar su curiosidad. Es decir, si no podemos trabajar de para atrás en el tiempo modificando cómo fueron tratados en las fases previas, por ser cosas muy arraigados en la cultura, al menos podemos trabajar para que los muchachos restauren la curiosidad, desbaraten, desarmen cosas, novelas, argumentos, la vida, películas, la sociedad, lo que sea, lo observen, lo rearmen de otra forma, jueguen e imaginen otra cosa, una forma distinta de ser, ver u organizar. Y quizá con personas cuya curiosidad se vuelve parte vital de su quehacer se pueda ahí sí innovar. Y tal vez cuando estos muchachos sean padres no maten la curiosidad de la próxima generación en el vientre del sistema. Quizá con el tiempo tengamos más estudiantes que quieren saber más, leer más, aprender algo más y menos de los que intentan negociar cuál el absoluto mínimo que tienen que retener en su cabeza para poder pasar. 

La falta de curiosidad nos manda como nación hacia atrás en el tiempo: a las épocas en que el conocimiento era como una peste que había que evitar, algo que se apoderaba de la cabeza y enloquecía, una especie de enfermedad que había que evitar tanto como fuera posible... y entonces, dado que de todas formas había que  interactuar y contagiarse un poco de esa enfermedad la cosa es ¿cuál es el mínimo que me tengo que contaminar? el conocimiento es como una mácula que hay que quitar y evitar propagar. Quédese quieto a ver si suda! nos decían las mamás hace años y hoy todavía se repite incansablemente.  Por que la quietud física se traduce en una quietud mental y una inercia monumentales: no piense a ver si suda. El problema es que la quietud es una especie de castigo para un niño pero se nos vuelve un premio como adultos.


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