Una medida que sirve para absolutamente nada


El MIDE que acaba de publicar el Ministerio de Educación Nacional como un indicador de la calidad de las Instituciones de Educación Superior es la manifestación de todo lo que anda mal con la Educación Superior en Colombia. Desde asuntos de forma, hasta asuntos de fondo, conceptuales y de filosofía, que no dejan mucha esperanza en que las cosas vayan a mejorar en los próximos meses o años. 
Empecemos por asuntos formales. Cuando una empresa  (Scimago, QS, por ejemplo) decide construir un instrumento para medir a las Universidades del mundo lo hace basado en varios preceptos: uno, la información que usa es pública, de libre acceso y puede ser verificada y contrastada por cualquiera. Dos, el modelo para llegar a un número que se traduzca en un escalafón, es mayor en sensibilidad a los errores en las mediciones. Al menos, se debe tener un mecanismo de corregir y validar ese modelo y para ajustarlo y dirimir conflictos y empates. Lo tercero es que esas empresas venden un producto que si a una Universidad le interesa lo puede conseguir o no. Igualmente, si una institución quiere mejorar en esos escalafones sabe qué debe hacer para lograrlo pues los parámetros son públicos y conocidos. Sin embargo, cuando es el Gobierno Nacional el que hace este ejercicio, sin un documento blanco que establezca qué se va a medir, cómo, cual modelo es el que se va a usar, las variables diseñadas y con corte a cual fecha, los parámetros, los insumos que se van a utilizar, quién los provee, cómo se ha validado el modelo, cómo se contrasta esto con la realidad del país y ya muy especialmente, para qué se hace este escalafón, sin eso, todo se convierte en una alcaldada, una necedad que si no fuera porque la presentan personas con mucho poder, daría algo de lástima por la ignorancia que reflejan.
Mejor dicho, se hace un ejercicio sin discusión previa alguna, sin validación, sin evaluación misma, sin ajustes y sin un objetivo claro y pertinente; sin una pregunta previa que se haya hecho y sin unos ámbitos de aplicación y usando insumos que no son ni claros ni están bien. Todo al final no deja de ser una atropello que solo van a defender los que salgan bien librados. Los sistemas de información del Ministerio de Educación Nacional (MEN) si bien no son malos, necesitan desde hace años ajustes y modernización que no se han hecho y son alimentados por las Instituciones de Educación Superior con desigualdad pues unas pueden y entregan datos muy reales pero otras tienen ostensibles problemas para reportar y consolidar datos con el MEN. Aparte de eso el empleo informal, el sub-reporte de parafiscales por los trabajadores profesionales independientes, la concentración de poder económico en un sector muy pequeño de nuestra sociedad y el que este sector se asocie con unas pocas universidades, hacen que las variables usadas y los insumos para su lectura tengan un sesgo que vuelve al indicador inservible.
De nuevo, lo más lamentable es que no hay un modelo que estas variables y parámetros represente. Un modelo permite ejercicios tales como ver cómo se despeñaría una institución si cambiaran algunas variables. Por ejemplo, ver qué pasaría en la Universidad de los Andes si bajaran las matrículas, qué pasaría en la Universidad Nacional si se jubilaran 300 profesores, qué sucedería en la Universidad de Antioquia si las matrículas subieran un 200%. O qué pasaría si la Universidad X decide enfrascarse en la construcción de un laboratorio gigante de genética en la Selva Amazónica contratando 30 investigadores de talla mundial. Nada de eso es posible con lo presentado con el MIDE. Este no es más que un consolidado de prejuicios agregados sin una base técnica y sin una idea clara de qué es lo que se está midiendo.
Porque, insistiendo sobre algo dicho antes, un documento blanco del Gobierno, estipulando qué entienden por calidad, qué factores inciden en ella en las diferentes regiones, qué bases de datos son necesarias para comparar instituciones, qué estadísticas, indicadores, índices y pesos debe tener cada factor y finalmente que permita una lectura del indicador creado a la luz de conceptos claros previamente discutidos, sería lo que haría  de este proceso algo útil. 
Vale decir, en el MIDE únicamente queda claro que el centro es más rico y competitivo que la periferia colombiana. Nada más. Es obvio que los salarios de enganche serán mejores en Bogotá que casi en todo el resto del país, es claro que los grupos de investigación de la Universidad Nacional (que ayudó en la construcción de los parámetros de evaluación de grupos de Colciencias) van a quedar mejor que los de cualquier institución del Mitú o de Riohacha. Es apenas de esperarse que las regiones más competitivas tengan mejor desempeño en variables asociadas con la competitividad. El MIDE traslada a las Instituciones la culpa de trabajar en lugares apartados donde la competitividad es menor. Vale decir, traslada también a la Educación Superior (enjuiciándola por ello) los desajustes severos en educación básica y media. Por más que una Universidad haga un buen trabajo, tiene un límite a lo que puede lograr si los aspirantes son todos de muy bajo desempeño en las pruebas Saber Once. Y lo peor, esto desestimula a las IES a trabajar en regiones con baja competitividad (donde vive la gente más pobre) pues eso tira al piso sus resultados en el MIDE, absurdo.
Si este indicador tuviera en cuenta la productividad, ingresos, distribución de los mismos, estrato socio económico de estudiantes y profesores, rendimiento previo de los estudiantes admitidos en la básica y media, cantidad de apoyos del Gobierno Nacional para la formación de profesores, para proyectos de investigación, para matrículas, cobertura, inclusión social o equidad, incluyera las metas de la misma Institución (si pretende formar profesionales, investigadores, técnicos o especialistas) y fuera sensible a las matrículas pagadas, los salarios de los profesores, la estabilidad y experiencia de los mismos, al igual que de los investigadores y muchas cosas por ese estilo, tales como el acceso de los estudiantes a becas en el exterior, uno podría pensar que se tiene un real instrumento para medir, modelar, orientar y tomar decisiones. 
Como está, el MIDE parece una forma de avalar con una fórmula matemática, (ni siquiera eso en realidad, solo un número), lo que ya sabemos: que los recursos van a unas pocas instituciones que ya se saben de antemano. Porque tampoco hay sobre la mesa una política de calidad que oriente hacia donde se pretende avanzar y cómo, qué está dispuesto a hacer el Gobierno Nacional para lograrlo y qué pasa con quienes logren algo o quiénes no. Como está, es una forma de legitimar, dando un número altamente arbitrario a algunas instituciones que se acomodan a los modelos de los funcionarios del Ministerio, los apoyos dados o por darse. Si ya todos sabemos las 20 que mejor se acomodan a estas preconcepciones entonces darles privilegios que a otras no pareciera justificado, sin importar el impacto y esfuerzo que otras hacen, sin importar si los egresados forman o no parte de los carteles de la contratación de tal o cual ente público o territorial, sin importar que cobren un salario mínimo de matrícula o 50. Es decir, dando un número se limpian los pecados de dar privilegios a unas sí y a otras no, sin tener que discutir con nadie nada. Fabuloso, si uno es político nada mejor que dar recursos a unos sin tener que explicarle a todos o sin correr el riesgo de tenerlos que asignar por concurso donde pueden caer en manos de los que a uno no le gustan.
Este proceso no orienta sino que deprime y excluye. Un estudiante de Putumayo solo podrá sentir lo que ya sentía: que sería bueno vivir y estudiar en una ciudad del centro del país pero que no puede. Eso no orienta a nadie, divide y excluye.
Factores como cuántos estudiantes pasaron de un cuartil a otro entre los resultados en sus pruebas Saber Once y luego Saber PRO, número de profesores por estudiante, nivel de formación de los mismos, egresados que obtienen becas internacionales, estabilidad laboral y académica de profesores, incentivos a la productividad, número de programas con registros calificado renovado y acreditación, contrastado con índices de deserción, publicación de trabajos acorde con el área de conocimiento (no todo es el ISI ni empresas privadas que hacen indexación), nada de esto está en el MIDE y, sin embargo, son aspectos fundamentales de lo que llamaríamos calidad. Poner el resultado de un estudiante en sus pruebas Saber PRO, que es algo estadísticamente no significativo, incluir el rendimiento en inglés en un país donde solo los estratos 5 y 6 hablan inglés y tenerlo en cuenta como muestra de internacionalización, solo sirven para acelerar el proceso de desánimo, al igual que pensar que internacionalización es escribir un artículo como colaborador o que es lo mismo cuarenta maestrías con un estudiante que una sola con cuarenta estudiantes. Estos agregados no ayudan a que el método sea siquiera válido, pero como lo deciden personas con poder y este es su índice (subrayo el “su”), entonces todos debemos temer las consecuencias que no se harán esperar en llegar.
La otra víctima de este proceso es el propio Ministerio de Educación: sus mensajes equívocos y contradictorios no ayudan a ganar credibilidad. Por ejemplo, la idea de que la educación en las regiones apartadas importa (el esfuerzo en CERES, alianzas para programas técnicos y tecnológicos, apoyo a regionalización) queda altamente penalizada con este número del MIDE. Las Instituciones no tienen incentivo alguno para irse a trabajar a una región apartada, no solo hay baja matrícula sino que además la catalogan de mala. Y dos, la Acreditación queda muy mal parada: las Instituciones acreditadas no coinciden exactamente con las primeras del MIDE, lo cual es contradictorio; si la Acreditación mide alta calidad deberían ser las primeras, pese a lo voluntario del proceso, es improbable que si la acreditación sirviera instituciones acreditadas hubieran quedado en la parte inferior de la tabla como en efecto quedaron. Y pierde el MEN además porque sus propios sistemas de información han mostrado su flaqueza cuando los rectores van a tener que empezar a corregirlos de alguna forma, probablemente derechos de petición o cosas así porque, como ya dijimos, no hay ningún mecanismo de validación de los resultados.
La evaluación que tenemos, de cero a cinco, no es ni el mejor esquema ni el mejor instrumento, pero insistimos ciegamente en él. Ahora insistiremos ciegamente en el MIDE porque enredado en todo eso está el orgullo de funcionarios arrogantes.

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