Inmigrantes

La foto que todos quizá ya hayamos visto del cuerpo de un niño en una playa, vestido como si fuera a salir a jugar, ahogado y a la espera de ser recogido, identificado, velado y enterrado por su familia, me ha conmovido como a todos, espero yo. Es una de esas imágenes que vamos a identificar por mucho tiempo y bien vale recoger su simbolismo. Un refugiado más si hubiera llegado vivo y un atemorizado más si no se hubiera ahogado. Quizá un adulto más dentro de unos años buscando trabajos de segunda en algún país europeo sin derecho probablemente al voto ni a mucho. También quizá uno de esos pocos que logran un estatus legal, logran formar empresa o educarse, trabajar en algún buen lugar. Sus hijos esos sí ya europeos de segunda generación serían otra historia… quizá resentidos por no saber ni siquiera de dónde vienen, viviendo pobremente en medio de una sociedad que es opulenta en general, pasando dificultades. Aunque algunos pocos de esas segundas generaciones no pasan esos calvarios, la vida no es fácil para alguien que nace en un país, vive en él, no habla otro idioma, es educado en la historia de ese país, entiende las costumbres del mismo, pero todos lo consideran todavía extranjero.
Esta tragedia, que no drama, la viven cientos de miles de refugiados en Europa. Y lo primero que uno debe decir es que no es fácil abrir la casa, dejar entrar extraños (es decir, personas que uno no conoce), alojarlos y apoyarlos y esperar que todo salga bien. La desconfianza para proteger lo que uno considera propio es más o menos de todos. Pero está la otra componente: la razón. Y la razón, como decía The Economist esta semana, es que Europa necesita esos refugiados. Gente que trae es cierto algo de pobreza consigo pero entusiasmo y responsabilidades, la mayoría quiere enviar dinero a sus familias, ayudarlas y salir justamente de esa pobreza. Y Europa es un continente cada vez más viejo, con más jubilados que gente trabajando.
Los pueblos europeos que hoy son considerados fantasmas no paran de crecer. Son pueblos en Italia, España y otros lugares en los que los jóvenes se han ido, quienes quedan van muriendo y nadie llega. Y van desapareciendo del mapa. Las casas casi las regalan, seriamente. Valen unos pocos euros. En algunos lugares se han inventado ferias para casar a los solteros y para ellos reclutan latinoamericanas y africanas que vayan para que los lugareños que ya no encuentran pareja localmente entablen una relación, se casen y vuelvan a poblar esos pequeños caseríos y pueblos. Estados Unidos tiene una ciudad como Detroit en la hay podría decirse que barrios enteros sin quién los ocupe (aunque haya otras razones a las europeas). El hecho es que Europa haría bien tomando esos refugiados que ya han pasado por un examen de admisión cruel: pasaron mares y desiertos y lograron llegar, han mostrado ser jóvenes, atrevidos y estar en buena forma física.
Así que la razón dice que Europa haría bien aceptando los refugiados que le llegan a trabajar, a producir y con ello pagar los impuestos y dar soporte a las pensiones cada más pesadas en los presupuestos nacionales. Y a dar vida a países en los que la tasa de natalidad va hacia lo negativo (ya ha habido casos). Pero la irracionalidad reina y los miedos atávicos, ancestrales, empotrados en todo, salen a relucir. Partes muy grandes de Europa todavía están dominadas por culturas que no por “civiles” son menos racistas. Que no por ordenadas son menos segregacionistas. Hace años me paseaba por Trieste, Italia, gente de origen italiano pero más bien austríaco, y no veía una sola persona de color. O mejor, vi cuatro. Y también vi cuatro vendedores ambulantes, adivinen quienes eran. Y la forma como se aproximaban era un poco desgarradora: desde muy lejos empezaban a tratar de calmarlo a uno de que no le iban a robar sino a venderle algo. En fin, las grandes ciudades están llenas de barrios en los que parece que hubiera un requisito de ciudadanía para vivir (ser de Pakistán, Bangladesh o India, te ubica en ciertos barrios de Londres con alguna buena probabilidad). Pero Europa se va a morir de vieja e improductiva si no hace algo y los refugiados serían ese ingrediente que necesitan, saber si operará la irracionalidad o la racionalidad es uno de esas apuestas que uno quisiera vivir para ver si gana o pierde.
Lo terrible de que la gente llegue ilegalmente es que justamente es una forma que estas sociedades tienen de asegurarse de que solo desempeñan labores manuales, duras, rutinarias y mal pagadas y que no hay que darles seguridad social, pensiones, salud. Es una forma burda de asegurarse de tener su trabajo sin tener que gastar un centavo en su educación y derechos. Y eso es lo que vuelve al sistema cruel y abusivo.
Ahora está el problema de Siria. El  mundo ha dejado que una guerra civil siga sin hacer mucho por pararla. Cientos de miles de personas tienen que huir pues el Estado Islámico no trata bien a los creyentes de otras religiones y a veces ni siquiera bien a los musulmanes. Esclaviza, aterroriza y abusa. Así que ahora hay un incentivo más para salir huyendo. Y mientras tanto Europa mira para otro lado. Rusia que apoya al dictador sirio hace poco o nada, excepto bloquear otras salidas que debilitarían su influencia en la región. Y a los europeos, sino fuera por los refugiados, les importaría menos de un rábano qué pase allí. La tragedia entonces apenas empieza. Lo más contradictorio es que hay movimientos enteros nacionales impidiendo aceptar refugiados pero muy seguramente esas personas que los apoyan dependen de inmigrantes para el aseo de sus casas y oficinas, para el cuidado de los ancianos, niños, mascotas, para el transporte de sus mercancías y para el cargue y descargue en los puertos, para recoger cosechas y cuidar los prados y bulevares. Es muy natural en los humanos la hipocresía pero algunas son más crueles que otras.
¿Y Colombia?
Colombia ha sido un exportador neto de personas. En Estados Unidos viven más de un millón y en Venezuela no se sabe pues en estos días hemos oído cifras de millones pero los censos reportan unos 700.000. El hecho es que hay unos cinco millones de colombianos viviendo fuera de Colombia, mal contados. Y por eso deberíamos ser doblemente sensibles. Vivimos en la fantasía de que los colombianos somos apreciados porque somos ingeniosos, trabajadores, “verracos”, inteligentes y no sé qué otras características mágicas. La verdad es que somos igual de aceptados que cualquier otro, no somos más inteligentes, ni más nada. Excepto quizá más exportadores de drogas y cosas ilegales y no tenemos muy buena educación ética y moral, así que no es raro que nuestros compatriotas no vean nada malo aprovechando “de vivos” la “inocencia” de sus países receptores. La única diferencia es la raza, quienes migran han sido en general de piel blanca y eso ayuda a integrarlos mejor a donde lleguen porque de nuevo, seámonos francos, este mundo es muy racista.
Nuestro pasado lo deberíamos revisar. Somos un país cerrado. Los antioqueños nos las damos (me meto en ese paseo) de ser muy buenos anfitriones. Nos babeamos en promedio por cualquiera que llegue con acento gringo o aspecto de noruego. No quiero ser demasiado injusto así que mediré mis palabras… pero sospecho que cuando un europeo con aspecto de tener algo de dinero abre la boca y mira a alguna mesa en algunos bares se oyen desde dos kilómetros las risitas tontas. Pero eso solo refleja nuestro gran complejo de inferioridad, las familias ven como bueno que las hijas e hijos se casen con extranjeros, es más, en algunas familias ese parece ser el barómetro del éxito. “Se casó con un gringo” es una forma casi de decir “le fue bien en la vida”. Es patético, digamos la verdad.
Pero somos un país cerrado. Las personas que migran a Medellín desde otras partes de Colombia (excepto Viejo Caldas) tienen que sufrir lo indecible con nuestra contumaz tendencia a cerrar la puerta y tirarla en la cara de los extraños. El acento, por ejemplo. Personas que estimo todavía me ponen de ejemplo de lo mal que alguien le cae el que tengan acepto “rolo” o valluno. Quién llega de Bogotá (y que trae otra variante del complejo mencionado) se la pasan mal, aquí nos regodeamos hablando mal de Bogotá y de los bogotanos, le sacamos cualquier falencia como característica común no deseada en la raza humana (CCNDENLRH) y mucho más intolerable en un extraño.
Miremos si no nuestro record histórico: durante la Segunda Guerra mundial y antes de ella nuestros pro-hombres nacionales montaron una verdadera política para evitar que los judíos que huían de Hitler llegaran aquí. Mientras Argentina, Venezuela y otros países aceptaron refugiados, nosotros los echamos sin contemplación alguna. Éramos en algún momento más nazis que los nazis. Es un pasado que da grima y deberíamos públicamente repudiarlo.
Ahora miremos nuestros movimientos poblacionales internos… ya lo he dicho anteriormente en este blog y no quiero repetir todo de nuevo, pero nuestro presente es verdaderamente triste. Nos conmueven los expulsados de Venezuela y con justa razón. Pero nos importa un pimiento segregar a los negros e indígenas colombianos, convivimos con políticas y culturas empresariales diseñadas para ello. No recuerdo más de una o dos azafatas negras en Avianca (u otra aerolínea en realidad) aunque he volado cerca de 300 veces con ellos en vuelos de los últimos 10 años. No recuerdo negros en casi ningún sitio bien empleados en este país. La desigualdad con los negros cuando llegan a nuestros territorios denigra de la especie humana. El color de la piel en Colombia determina mucho mejor que el Icfes cómo te va a ir en la vida en promedio, estoy casi seguro, basta mirar el censo y los ingresos per cápita de las ciudades y dentro de ellas los lugares donde se concentra la pobreza. En Antioquia tratamos a los que llegan de Urabá muy distinto si son blancos a si son negros, a eso no le hemos hecho frente y parece que no le haremos frente en mucho tiempo. Dejaríamos morir un inmigrante (si no es que ya pasa) sin consideración alguna, basados en esas clasificaciones.
Es verdad que es justo conmoverse por la deportación y abusos de la Guardia Nacional Venezolana y el Gobierno de ese país con nuestros compatriotas. Pero curiosamente Venezuela ha recibido inmigrantes toda su historia, nosotros no. Eso no les da autoridad para tratarnos mal, pero sí debería hacernos pensar en lo que nosotros mismos hacemos. Tenemos según parece todavía un grupo de cubanos viviendo en un aeropuerto porque no nos decidimos a aceptarlos de una buena vez. No que seamos muy ricos, pero en nuestra diversidad deberíamos ser más tolerantes… sin embargo ni nuestros proyectos educativos ni la consciencia nacional han tomado nota de nuestro racismo ancestral para tratar de combatir los prejuicios. Es una forma también de subdesarrollo si lo vemos bien. México es un país más consciente de sus raíces y orgulloso de su pasado indígena mientras a nosotros nos avergüenza en general. No mirarnos internamente y aceptarnos nos hace cerrarle la puerta a quienes llegan de fuera y parecieran diferentes y en el fondo no lo son. Cerrar la puerta es una forma de inseguridad, no estamos seguros de lo que somos, de dónde venimos y para dónde vamos.

Comments

Unknown said…
Hola Nelson. me gustó mucho tu escrito y por ello lo he compartido

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