Contra la esperanza

La esperanza es el peor enemigo del hombre. De la razón cuando menos y del sosiego. 
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Lo contrario a la esperanza no es la desesperanza, es la indiferencia y el desinterés. Solo el desinteresado y el indiferente han logrado vencer el yugo de la esperanza. Lo que buscan los budistas es precisamente esto: la derrota de la esperanza. 
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Las religiones viven de la esperanza, sin ella no habría ni religiones ni fanáticos.
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Aunque debería ser al revés, usamos la memoria para acreditar la esperanza no para desacreditarla.
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Sin esperanza seríamos los perfectos inmortales que Borges describe. Habríamos trascendido a algo menos animal, pero la esperanza nos hace mover de nuevo y nos  impide ser esos seres. Seríamos quizá mejores que los inmortales de Borges pues a diferencia de ellos tendríamos la muerte asegurada.
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La esperanza nos hace pensar en la inmortalidad, algún día, alguna vez, en el futuro algo que deseamos pasará. Pensamos que viviremos para ello, pensamos que si no en esta vida será en otra, bien sea por reencarnación o por la vida eterna de alguna religión. 
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El deseo es sinónimo de esperanza su motor y a la vez su consecuencia. 
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La indiferencia total es mal vista.
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El indiferente, el que no espera nada, es un virus en el centro de las sociedades humanas, como a los virus se le teme, se le cuestiona, se le trata de erradicar, de mostrar su error y su daño. Al indiferente eso solo puede causarle algo de inquietud.
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La esperanza llega y trae consigo a la duda. 
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El indiferente solo sufre al dudar de su indiferencia, al notar en sí mismo las malas semillas de la esperanza.
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Los políticos venden esperanza, la personifican, la actúan, son sus esclavos y sus adoradores pero también sus sacerdotes y principales usuarios. Si existiera un anti-político sería el que promoviera la indiferencia y el desinterés total, no el que se cree distinto o el que cree que las esperanzas que él vende son mejores.
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Una vez esperas algo tienes esperanza, una vez tienes esperanza tu vida es ansiedad.
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No existe algo como un poco de esperanza.
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La mayor parte de los suicidas son en realidad optimistas, personas esperanzadas: creen que algo mejorará con su muerte. La única muerte válida para el que ha logrado acabar con la esperanza es la que proviene de la inactividad y el exceso de contemplación más la decadencia completa que eso trae.
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El que no tiene esperanza no pregona. ¡Cuántos discursos y pregones nos ahorraríamos si no fuera por la esperanza! los discursos de cualquier tipo son esperanza traducida a palabras, promuevan lo que promuevan.
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El futuro es el vacío al que se tira el esperanzado pensando que la vida le debe algo. El indiferente simplemente avanza en el tiempo, no lo puede evitar, lo evitaría si pudiera.
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Si la esperanza es en realidad lo último que se pierde entonces seremos infelices hasta el último segundo del último minuto, siempre conseguimos pasar de la esperanza de algo a la de otra cosa y de esa forma atraer el terror hasta ese último instante. Solo unos pocos al final perciben que ha sido necio esperanzarse y esperar.
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La esperanza te obliga a leer los eventos aleatorios de la vida como si fueran un destino. Te nubla el juicio y te impide ver el azar de los mismos.
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Solemos encontrar consuelo en la esperanza cuando sabemos que el verdadero consuelo es el abandono de la misma.
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