Observaciones sobre el tiempo

El tiempo es la causa de la ilusión de que viajamos, de que vamos a algún lugar en que hay algo que de alguna forma nos espera... obvio, nada nos espera, no hay un objeto, ni un lugar, ni un final que pueda justificar esa ilusión.

La sensación de que somos uno, de que somos siempre los mismos, la provee el tiempo... es el hilo que va halando hasta la muerte y conecta los seres que somos y hemos sido con otros que seremos.

En el fondo la idea del tiempo solo la tenemos por su constancia. Cuando logramos entrever esto llega el aburrimiento, el hastío, la fatiga, la necesidad de romper el hilo, de reconocerse como otro, de dejar.

El tiempo por su constancia en todo está hecho de memoria, duración, inminencia y luego olvido. Asociamos sin embargo a él los cambios, las diferencias, las novedades y las ausencias...

Rescatamos lo poquito que podemos de esa implacable permanencia del tiempo. Este está construido por eso de ser alguien, uno. Sin ese bloque monolítico, podríamos no fatigarnos de nuestros propios yo, no cansarnos con el sola perspectiva de que afrontaremos seguidamente una cosa o la otra, un día, una noche de insomnio, un minuto, este segundo.

Cuando por un instante dejamos de asociar  cambio y diferencia con que el tiempo sigue su marcha y entonces el tiempo pareciera detenerse (o de alguna manera alcanzamos a percibir sus bucles y remolinos), vivimos el vértigo de la locura, de ser varios al tiempo, de vivir varias veces, varias cosas, de no ser uno.

El tiempo y lo que trae, esa fatiga de la duración, del uno, son constituyentes esenciales de la razón y la cordura. Quienes no experimentan el tiempo son los locos, los niños, aquellos cuyo insomnio pasa desapercibido.

Los momentos en que decimos que el tiempo se detuvo son aquellos en que la cordura no importa, el paroxismo del sexo, la caída libre: ese punto en el que te sientes que empiezas a descender en la montaña rusa, los momentos que preceden a un ataque de epilepsia. No encontrar el hastío de la duración y la memoria, es rozar la insanidad.

La inmortalidad sería el extremo opuesto de la locura. En extrema cordura nos detenemos, frenamos, dejamos... ¿para qué seguir? si no vamos a morir siempre podemos postergar.

Aquellos que postergan y aplazan lo hacen para ser conscientes del tiempo... para no perderlo de vista, son adictos a la inminencia. ¿De qué? del próximo segundo sin actuar.  Son mis héroes. Los veo como optimistas, piensan que el próximo segundo podría ser el primer segundo infinito, no se acogen a la duración ni a la constancia.

Al mismo tiempo, detesto a quienes no pueden parar de actuar y hacer, a los que no saben aplazar. A los que con escepticismo no creen que la muerte puede venir, resolver todo y hacer innecesario el siguiente paso y el anterior, a quienes creen que el tiempo es realmente finito, son demasiado cuerdos, racionales. Demasiado buenos.













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