Conocer gente

Con el tiempo se va volviendo cada vez más difícil, si no imposible, hacer nuevos amigos. Al menos es lo que he notado en casi todo el mundo que conozco y en mi mismo. Cuando uno tiene 10 años es una cosa natural, uno no es muy consciente de sí mismo ni de nada, especialmente de sí mismo, y eso ayuda mucho.  A esa edad, se tiene un principio básico de solidaridad, se es gregario casi por naturaleza y la facilidad para adaptarse y cambiar es pasmosa. Hay algunos gustos personales (por los postres, algunos juegos o actividades) pero si a otro no le gusta algún video juego nadie se lo toma como una ofensa personal y fundamento para dejar de hablar con otro y descalificarlo para siempre porque le gusta la gelatina más que el helado.

Igualmente todo se facilita porque uno confía en los demás con tranquilidad más o menos hasta la adolescencia. En ese momento de la vida, "para siempre" es algo que realmente parece que fuera para siempre; las cosas no parece que se acabaran y los infinitos abundan a esa edad. Uno ni siquiera sabe lo que ignora, no hay muchas consecuencias morales a las acciones y posiciones que se toman ni mucha lógica que aplicar en las mismas y, cuando hay desarreglos, una pelea es apenas normal (a los diez años una pelea no siempre implica puñetazos) y nadie queda generalmente resentido para el resto de la eternidad si la pelea es "limpia". Uno se ofende por una hora y ya, eso dura hasta que empieza a llegar la edad adulta y su "yo". En realidad no somos parte de una Clase a los 10 años, de un tipo de persona, de un subgrupo muy específico: somos niños y eso es la clasificación. Después tenemos un yo y un ego y una identidad y la conciencia de ser una cosa o la otra y pertenecemos entonces a una categoría o varias y a varias Clases de equivalencia simultáneamente y a la intersección de varias clasificaciones.

Cuando vamos creciendo empezamos a ser parte de grupos, por ahí cuando la edad se cuenta en dos dígitos y algunas cosas nos empiezan a hacer dar pena, ya vamos a tener esa conciencia de sí mismo que nos acompañará por siempre o hasta que la demencia senil nos la quite. Esos grupos empiezan a tener un peso, una verdad, nos empiezan a definir, nos liman y limitan el lenguaje y la expresión. Empezamos a tener gustos, a ser selectivos y ha empezado en serio el viaje de hacer memoria: lo que nos pase lo vamos a recordar y si no es bueno lo vamos a recordar doblemente. Los chicos se vuelven rápidamente intolerantes y para la adolescencia, al definir uno quién diablos es, se vuelve todavía más cerrado. En la Universidad, para los que tienen esa suerte, o en el trabajo, y antes de los 25, uno forma otras amistades ya lejos del colegio. Esas suelen durar más y ser mejores porque se tiene todavía mucha amplitud mental, pero se reafirman con las convicciones mutuas y los refuerzos de ir adoptando gustos y opiniones.

Sin embargo, al llegar los 30 empieza uno a cambiar poco de amigos, excepto que lo fuercen las circunstancias (un cambio de ciudad o una tragedia o algo así y aún en ese caso el cambio todavía puede no ser definitivo). Los amigos son Los Amigos. Y es cierto que todavía faltan amistades y relaciones por entablarse pero de ahí en adelante será muy lento. Unos amigos se van y se pierden, se molestan o se enojan o uno se molesta o se enoja para siempre pues nos ofende que alguien sea o no sea vegetariano o no recicle. Se mueren algunos, se van otros a vivir a otro lado y llegan pocos. Los gustos se refinan, los subgrupos a los que pertenecemos se van dividiendo cada vez más y se vuelven más restrictivos y selectos.

Y después de los 40 es todavía más escaso conocer gente nueva. O mejor dicho, se vuelve mucho más dificil entablar relaciones y amistades profundas. Nos hemos vuelto más desconfiados y económicos (nos da más pereza invertir en algo que de alguna forma y de antemano creemos que no va a funcionar). Las cosas que de jóvenes nos importaban un pepino ahora nos importan y se vuelven un mundo. De joven uno no le pregunta al otro si es de izquierda o derecha para entablar una amistad, más o menos se asume que el otro o no sabe o no va ser importante. A los 45 uno como que se siente en el lugar equivocado si no se comparte una cierta visión del mundo en términos políticos, éticos y morales, sociales y una cierta estética.

Si nuestros valores no coinciden es mucho más arduo ver nacer una relación. Ningún joven de 20 tiene la espectativa de que sus amigos sean profesionales... sería absurdo. Pero a los 40 ya mucha gente casi pide un cartón universitario antes de hablarte, necesitan que pertenezcas a cierto grupo social, cultural o político. Si te vistes de alguna forma ya quedas en el talego de los que "no" y a veces en el de los que "sí". Si no eres más alto que cierta talla, si te afeitas o no, si te peinas o no, si te pones la camisa por dentro y usas colonia, cualquier vaina es quedar por el resto de los días en el no de mucha gente (casi toda). Si te niegas a pertenecer a un grupo o te sales, ahí está para que encuentres un nuevo nicho donde conocer a otros seres humanos porque además da mucha pereza ir a hablar con extraños que hay que aprender a conocer (léase hacerles repetir y repetirles a cuales subgrupos pertenecemos). A los 50 sospecho que toca casi darse por vencido.

Sobre eso último, la logística de hacer amigos es abrumadora, la gente que tiene la misma disposición de conocer a otros no se sabe dónde anda. O si se sabe el problema de empezar una conversación y dejar en claro el grupo, subgrupo, especie y subespecie de humano que uno es, se vuelve un ejercicio tan aburridor que desalienta. Uno quisiera tener unas fichas bibliográficas con preguntas/respuestas que se vayan intercambiando para evitar tener que repetir lo mismo. De vez en cuando uno se cruza con alguien con quien eso es agradable y nuevo, pero no es lo más común infortunadamente.

El dilema peor de todos: la gente de la misma edad de uno que debería comprender eso y ser flexible es la menos tolerante con uno (me incluyo). De alguna forma uno es como la competencia, la persona que les muestra lo que lograron o no lograron en la vida y si había otras soluciones distintas a las que uno adoptó y que pudiera ser que fueran mejores. Las conversaciones se van hacia lo que uno hizo o como ha resuelto situaciones vitales o la suerte que ha tenido. Si ha viajado o no, si cree en los bancos, si votó por el sí o ese día se quedó en casa mirando el techo, si hace deporte, si cree en las bondades de la comida sin gluten. Y esa comparación que dura semanas es una mamera del tamaño del Sahara e igual de árida. Siento que en lugar de admirar que uno haya logrado algo y guardar silencio al respecto el esfuerzo en mostrar que uno no fracasó del todo y que el otro no lo resolvió todo bien. No sé para qué. ¿Para quedarse solo? conmigo he logrado solo una cosa (y no del todo bien), guardar silencio. Entonces las conversaciones mueren en media hora, pero al menos no pierdo tanto tiempo.


Comments

LUIS FERNANDO said…
Es mejor guardar silencio, y como lo dices, no perder tiempo.

Excelente texto. Gracias por compartir.

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