La Maltrecha Libertad de Prensa

Hace un tiempo un periodista fue sentenciado a prisión porque se atrevió a llamar corrupto a un político de Cundinamarca y a éste no le gustó. El hombre demandó y como la Injuria y Calumnia son del código penal fue a dar a la cárcel, 18 meses de cárcel le impusieron al periodista (puede ver la historia aquí). No hay que negar que hubo algo de ruido... pero nunca el suficiente. La prensa se quedó más bien callada dado lo mucho que estaba en juego. Al fin y al cabo era un periodista de pueblo, no de buena familia expresidencial ni presidenciable, no del abolengo bogotano o de la aristocracia de alguna provincia. No vi la historia en Semana, por ejemplo. Y no es el único periodista en problemas pues hay casos similares.

En mayo 27 El Tiempo publicó un más que lamentable editorial en el que invitaba a todo el mundo a "opinar con responsabilidad". El editorial estaba dedicado implícitamente a Álvaro Uribe (que opinaba mucho en contra de Santos, presumiblemente), pero en general simplemente invitaba a todo el mundo a opinar "responsablemente". No puedo prescindir de las comillas.

Para esa misma época, mayo, se sabía que el Presidente de la República mandaba emisarios a programas de radio o periódicos que hicieran comentarios que no le gustaban a él o a su círculo cercano. Esto se sabía por La Luciérnaga, un programa de radio que generalmente no le carga ladrillos a nadie. No se los cargó a Uribe y tampoco a Santos, como antes no se los cargó a Cesar Gaviria ni a ninguno de los que siguieron. A diferencia de El Tiempo y Semana. El programa ha recibido acoso a lo largo de su historia por pasar comentarios no editados de sus personajes y personalidades en los que los que detentan el poder no quedan bien parados. 

Hace unos días sucedió uno de los episodios más vergonzosos de la prensa colombiana. A raíz de la columna de José Obdulio Gaviria y que le significó la salida de El Tiempo, se habló en todas partes, todos los periódicos, todas las emisoras, todos los canales de televisión, todos, todos, del secuestro de un familiar de un influyente industrial antioqueño. El término importa y es lamentable, pero dejemos eso de lado. Que una persona tenga el poder para acallar a toda, repito: a toda la prensa, es preocupante. Es más que preocupante, es para colar el miedo en la médula espinal de nuestra consciencia como ciudadanos y como demócratas. 

Después de mucho buscar me topé con un comentario de un periodista de Portafolio, Carlos Fernando Gaitán, que tenía mi misma preocupación y que reproduce un artículo de Melquisidec Torres en el que logró desenterrar un artículo en un pequeño informativo de provincia (ver aquí) sobre el tema y en el cual se aseguraba que el secuestrado era un yerno de Manuel Santiago Mejía, un tendero rico de Medellín y amigo de Uribe, ni más ni menos. Manuel Santiago Mejía puede acallar a casi todo un país. Aparte del nombre de su yerno, ¿qué más puede hacer callar? ¿aparte del silencio qué más se puede comprar o imponer o negociar? 

Volviendo a La Luciérnaga, esta semana que pasó en pleno programa le dijeron al país que tenían los teléfonos intervenidos ilegalmente. Incluso que cuando se pasaban de una línea a otra sentían cuando los interceptores hacían lo mismo para seguir escuchando. Sobre esto sale hoy Oct. 14 de 2012 un comentario en El Mundo con los nombres y los responsables. El antiguo DAS, que más de un daño hizo, fue reemplazado por los que hoy tienen "chuzados" a La Luciérnaga.

La imagen de la página, no sea que un Manuel Santiago
la mande hacer quitar y lo logre.

Como estos episodios hay muchos más. 

Desde siempre nuestra libertad de prensa ha estado en el filo de la navaja. Recuerdo por ejemplo, que Noemí Sanín (a quien Manuel Santiago Mejía promovió en el partido conservador en 2010 para la Presidencia), siendo ministra de Belisario Betancur, acalló a todo el mundo en día de la toma del Palacio de Justicia. Sin embargo, la situación actual creo que necesita una larga revisión y una toma de conciencia de parte de todos. Estamos en una coyuntura en la que unas Farc refaccionadas y maquilladas llegan a una mesa con el Gobierno Nacional y no podemos aceptar que se acallen las críticas y las expresiones de disentimiento, vengan de donde vinieren. Esto es un punto crucial en este momento y mi esperanza de que esto sea así, dado todo lo expuesto, es mínima.

El Tiempo y Semana y una larguísima fila de medios nacionales son un coro de áulicos del presidente y la Casa de Nariño. Su posición crítica frente al gobierno no pasa de ser un postura tibia de vez en vez sobre temas secundarios. La prensa nacional ha sido cooptada por el poder y las posibilidades de arrebatarles de nuevo ese control son nulas por decirlo en pocas palabras. Ni siquiera las cartas de los lectores reflejan disenso en esos medios, cuando funcionan.

Mucha gente se pregunta con cierto odio la razón de alguna superioridad de Europa y Estados Unidos sobre nosotros. Hay muchas cosas que hacen mejor esas sociedades y otras quizá peor, pero una que yo personalmente envidio es la libertad de expresión y su defensa a ultranza como medio de promover valores democráticos en una sociedad. Las investigaciones del Washington Post o el New York Times me dejan siempre deseando que algún día un trabajo similar aparezca en nuestros periódicos (si alguien no cree puede ver la investigación del NYT sobre la corrupción en China aquí). Las Unidades Investigativas nuestras han caído en una superficialidad y autocomplacencia peor y que son tan dañinos como las medias verdades o algunos silencios. La falta de profundidad ha hecho mella en todos los trabajos que veo en nuestros periódicos y su impacto ha decaído a un nivel lamentable. Nuestra prensa es un peón más en juegos de poder donde una "fuente" cuela información para avanzar en su ajedrez  y los medios se limitan a publicar filtraciones y escándalos. Jamás a explorar en profundidad.

Pero, aparte de esto, lo que preocupa es la actitud de los dueños de los medios y sus directores a la hora de defender la libertad de expresión y para, al contrario, llamar a la responsabilidad con las opiniones en lugar de pararse en las de atrás y defender la posibilidad de todos de decir brutalidades. De decir cosas incómodas o que molestan, cosas incluso ofensivas o que fastidian o hieren sensibilidades. Pero también cosas ciertas, verdades sin tapujos, realidades que nos dejan anonadados. De decir finalmente lo que uno quiera. Creo firmemente en este principio como el que está en el corazón del sistema democrático y el que pone al límite los principios y la libertad y creo que en Colombia esas libertades están en serios problemas. Hay medios que se compran y se venden pero eso no debería suceder con la libertad y la conciencia de esos medios.



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