Oposición

El senador Roy "La Rata" Barreras (sobrenombre puesto por Marta Lucía Ramírez, no por mí), dijo en Cartagena hace poco que si querían que el Gobierno Nacional no dejara de financiar proyectos en el Departamento de Bolívar, debían votar por el candidato del Gobierno en las elecciones de octubre. Es decir, si escogen a un candidato distinto al suyo (él es "el gobierno nacional" allí), se quedan sin con qué financiar obras y obvio, sin mermelada. Hay tantas cosas tan abrumadoras y deprimentes en esos hechos que rectificarlas llevaría varios gobiernos, varias elecciones y hasta una nueva Constitución.

Sin embargo, quiero quedarme para estos párrafos con una idea, la imposibilidad de tener una democracia funcional (no dijéramos bien desarrollada, sino funcional), sin oposición. Y lo que en realidad quiero decir es que en Colombia hacer oposición es muy dificil, casi imposible; lo cual implica que nuestra democracia tiene un grave problema y lo tiene desde siempre, desde su propia fundación, y no lo hemos podido resolver. Mis errores y vacíos en la historia de Colombia seguro me harán cometer muchos errores pero no tengo duda de que una constante es el envilecimiento de la oposición, cualquiera sea, en cualquier cosa, incluso en asuntos no políticos.

"Son calumnias de la oposición" es una frase acuñada para, sin tener que decir casi nada, desdeñar lo que la oposición diga. Bolívar y Santander hubieran sido estupendos líderes de bandos opuestos que con debates hubieran sin duda puesto la primera piedra en el camino de formar a la nación en el ejercicio de tener un bando que no está de acuerdo, que critica, que propone otra cosa, que quiere otra cosa, que busca otra cosa, que no habla bien de lo que hacemos, que intenta quitarnos el control político y quedarse con el poder, el gobierno, los créditos de los éxitos y la responsabilidad de los fracasos. Creo que infortunadamente (y aquí algunos criticarán mi ignorancia) ninguno de los dos hizo bien esa tarea; en lugar de eso, se trenzaron en acusaciones y rencillas que infortunadamente terminaron con algo como la degradación de Santander y si mal no recuerdo su destierro. Y luego, claro, lo contrario: el aislamiento y huída de Bolívar. Es como si Bolívar siendo Presidente no pudiera tolerar a Santander en la oposición y viceversa. Había que acusar jurídicamente al otro, degradarlo y disminuirlo públicamente, humillarle y arrancarle algo para que quedara claro quien mandaba. Santander no creo que tuviera el más sano de los juicios cuando se le acusó de un atentado contra Bolívar. Qué inseguridad la de un tipo que, como Bolívar, podría haberse permitido un contradictor de alto vuelo a quien ganarle un debate o a quien mostrarle con hechos que sus ideas de la República eran mejores. Pero no, había que mancillar su nombre y arrastrarlo. No sé si fue Bolívar directamente pero ciertamente sus seguidores (y él no los controló) hicieron lo que hicieron. Lo mismo claro, al revés: los santanderistas contra Bolívar, lo lograron casi matar finalmente.

Somos una nación de políticos inseguros, nunca creen poder ganar con las ideas. Siempre tienen que recurrir a ese elemento extra: la revancha y la pisoteada del opositor. Luego de los gobiernos conservadores de finales del sigo XIX y hasta bien entrado el Siglo XX, siguió un período de gobiernos liberales de más de una década. Narra Mary Roldan en "A Sangre y Fuego" que la revancha de los liberales una vez instalados en el poder no se hizo esperar. No quiero decir mucho al respecto, excepto que sería interesante que cualquier lector le dedicara un tiempo a ese libro. No desdigo de reformas que iniciara alguien como López Pumarejo (y otros) y que ayudaron a modernizar el país. Pero, si no ellos, sus seguidores y antes de ellos los seguidores de los otros, se dedicaron al uso del poder para mantener a la oposición sin chance durante años. Esos años de Ejemonía Conservadora vieron desarrollar la Guerra de los Mil Días, una  guerra partidista de las más sangrientas de la historia; lo que siguió, una vez concluidos los mandatos liberales, fue lo que llamamos La Violencia. Este período por supuesto es la cúspide de la intolerancia hacia la oposición política. Donde controlaba un partido los del bando contrario tenían todas las de perder ante todas las instancias, podían ser despojados, asesinados, mancillados, expulsados, desplazados, robados sin que interviniera la justicia en forma alguna.

He ahí otra pata de la historia: sin un servicio de justicia que funcione y que medie, la oposición, que se vuelve criminal por efecto de la intolerancia y la inseguridad en las propias ideas y métodos, es acabada como sea (eso incluye todos los medios posibles, incluída la justicia misma); hay que meter a la cárcel a los opositores para callarlos y controlarlos. La justicia se usa para mostrar la objetividad (hechos supuestamente demostrados) de que la oposición es un peligro y solo nuestras ideas son buenas.

Al final del Frente Nacional la oposición era la Anapo. Y claro, había que terminar con ella, no solo le robaron las elecciones de 1970 (obvio, no existe "prueba" del fraude pero hay suficientes indicios que muestran que sí lo hubo), sino que luego desapareció de la vida pública en la realidad: sin prensa, sin periódicos a favor, sin televisión, sin nada para sostener su papel opositor, desapareció. Tampoco ayudó que algunos de esos anapistas fueran al M-19 en esos años siguientes. El mismo M-19 fusiló gente que no estaba de acuerdo (con ellos, claro).

A la memoria se me viene el levantamiento popular contra el entonces Presidente Alfonso López M. en 1976 ó 1977. Los estudiantes de casi todas las ciudades y mucha otra gente hicieron paros nacionales y hubo numerosas manifestaciones de descontento con un gobierno que poco escuchó. Lo que sí hizo fue reprimir la protesta: la prensa oficial no reportaba ni los muertos. Peor aún fue lo que sucedió con la oposición real durante el gobierno de Turbay Ayala, aquí se afinó la máquina de llevar ante la "justicia", en este caso militar, a todo el que representara un peligro, pero peligro hay que entender que era quien no pensara igual que los partidos liberal y conservador (ya muy desdibujados por el Frente Nacional). Algunos guerrilleros cayeron allí pero mucho más importante aún, numerosas personas cuya solo delito era pensar distinto y generar la desconfianza oficial. Muchos intelectuales huyeron a refugiarse a donde los acogieran políticamente. Se acaron medios como Alternativa, la única revista que se atrevía a no repetir lo que decían los portavoces de palacio.

La televisión era el gran premio a quienes se manejaran bien: les daban los noticieros y les daban la pauta. Como la televisión era oficial (y sí, para quienes no vivieron eso, había dos canales nacionales y nada más por muchos años y la programación la definía el gobierno). Todavía hoy se viven vestigios de esa época, demasiados. Solo la llegada de la TV internacional rompió ese esquema tan provechoso para los gobiernos de turno. Y esa televisión no llegó por las buenas, llegó porque la gente ilegalmente instalaba antenas horrorosas que mostraban canales que no traían el Vo.Bo. de la presidencia de Colombia. Incluidas, claro, miles de telenovelas (unas por otras).

Alvaro Uribe y Juan Manuel Santos, para acortar este escrito, no han hecho nada diferente a todo lo escrito hasta ahora: todo aquel que se opone es tachado de mentiroso, manipulador, paramilitar o guerrillero camuflado. Es presionado por la justicia cualquiera sea el ente de turno, es acosado y su labor envilecida.

Nada de lo anterior justifica la violencia armada, pero sí nos debe hacer pensar. Las democracias más afortunadas tienen mecanismos que permiten a la gente decirse sus desacuerdos al mismo tiempo que se respetan sus derechos, no se judicializa la oposición, no se reduce esa tarea a un acto vil. Y sobre todo, no se presiona y acorrala a los opositores como si fueran delincuentes y un peligro social. Entre otras cosas porque si el contrario es hoy un peligro el día que yo pierda una elección el peligro seré yo. Así las cosas, la presión contra los medios para que todos sean oficiales (como sucede hoy en Colombia, leáse La Luciérnaga de Caracol, la salida de Juan Paz de El Mundo, la cancelación de la columna de Alfredo Rangel en Semana, por ejemplo) sería impensable y un irrespeto. En Colombia, sin embargo, es lo más normal: Santos ha presionado a los medios para que no quede nadie que se atreva a hablar mal de su proceso de paz o de cualquier otra cosa. Lo mismo hicieron todos sus antecesores en el uso del poder, todos. En las elecciones de 1970 el ministro del interior de la época prohibió la transmisión de datos electorales que estaban mostrando el fraude, son tantos los episodios como este que recordarlos ni vale la pena. Durante un paro nacional de un momento a otro empezaron por la televisón a mostrar un partido que nadie esperaba ni estaba programado.

Presionar comunidades para votar por los caciques regionales que apoyan al gobierno, darles recursos a esos mismos caciques para que compren votos y por ese medio aplasten cualquier señal de pensamiento político diferente en las elecciones, usar la Fiscalía para producir escándalos sobre quien no esté enfilado con el gobierno y tenga alguna posibilidad de ganar; meter a la cárcel a través de esa Fiscalía a quienes no se les ha todavía demostrado delitos y condenado para de esa forma atajar sus posibilidades, son verdaderas aberraciones de nuestra democracia. Y si, estoy (dios me libre) defendiendo a Luis Alfredo Ramos. No porque me caiga bien ni admire su obra o pensamiento o crea que es inocente, lejos de ahí. Pero lleva meses en prisión y tuvo que renunciar a su carrera política sin que tuviera nada demostrado en contra (ergo, la presunción de inocencia debería primar). No podemos como ciudadanos cohonestar con que se meta a la cárcel a la gente por el qué dirán o por que nos parece, tiene que haber procesos juidiciales, pruebas y condenas luego de que la gente tenga la posibilidad de defenderse y refutar. Lo contrario es anclar nuestra democracia en la injusticia. Y sin justicia no hay democracia.

Igual, lo digo con claridad, defiendo que Uribe pueda hablar aquí o allá y ejercer su labor, lo mismo que José Obdulio y Oscar Iván Zuluaga. Acosarlos y acribillarlos solo va a contribuir a derruir más si se quiere la poca democracia que nos queda. Y aunque no esté de acuerdo con practicamente nada de sus cosas, hasta que no haya condenas y pruebas reales con una justicia independiente y válida (con posibilidad de defensa real), mal hago yo y cualquier otro tratando de acallarlos. Y mucho más mal hace el Presidente, los Congresistas de la mermelada oficial y por supuesto, el Fiscal.

Defender la gente que me cae gorda y no me gusta es algo que hago no sin poca duda, pero ver hoy a quienes en el pasado han sido objeto justamente de estas aberraciones de nuestra democracia hacer cola para tirar la piedra es patético. El odio (cualquier forma de destruir al otro vale) y falta de sindéresis me dan ganas de devolver mi cédula para no tener la tentación de votar por ellos de nuevo. Y me da miedo que alguna vez lleguen al poder, harán lo mismo? (respuesta, creo que sí). Me da tristeza escribir contra gente que quisiera refutar pero me siento obligado porque no creo que se le haga ningún favor a mis ideas si aquellos a quienes quiero criticar no pueden expresar libremente lo que piensan y si a quienes quiero criticar se les encarcela y condena en las emisoras.



Comments

Popular posts from this blog

Poema de William B. Yeats

Las campanas de El Jardin, Antioquia

Huerto En Marrakech