Hablar solo

Es imposible determinar cuando o por qué verdaderamente empecé a hablar solo. Desde que tengo memoria es algo natural para mi, algo que tengo que intentar controlar y no siempre lo logro. Lo máximo que he logrado es algunas técnicas para disimularlo. Es posible que venga de familia. Mi madre hablaba sola, más que hablar, alegaba sola, manoteaba, se ofuscaba y hasta alcanzaba a sonreír con sus propios diálogos.

En algún lado leí que quienes hablamos solos tenemos alguna inteligencia. Es una lectura de esas que dicen lo que uno quiere oír. Los gringos hablan de la "corriente de pensamiento", un diálogo interno que poco se detiene y es una especie de filtro lingüístico a todas las experiencias. Es más que nada una forma de ordenar y guardar la narración de uno mismo, lo que organiza y dispone pensar, las cosas que decide creer y su forma articularlas con aquellas que no sabiendo muy bien, asume. En cualquier caso, hablo solo.

Quienes de pronto me conocen personalmente seguramente han sido testigos. Me cuento la historia de lo que está pasando, me narro a mi mismo (y sí, patéticamente en tercera persona) lo dije, escuché, debí decir o sucedió. Pero no es solo eso, eso sería demasiado real. No, lo mío es construir realidades alternativas (¿para qué drogas?) en las que puedo ser el héroe, el más brillante, quien salva la situación completamente y pone en evidencia estupideces, incongruencias y contradicciones de todo el mundo. También me cuento a mi mismo, de verdad: en tercera persona, cosas que me sucedieron hace años y como quien se las cuenta a un viejo amigo. En esa época... como "en aquellos tiempos", empiezo a destilar sabiduría con mis juicios. Soy la admiración. 

También uso mi diálogo para ponerme quejas, generalmente no de mi mismo. De los demás. Me cuento como quien narra una anécdota digna de las mil y una noches la última gesta. De todo lo que tuve que superar antes, ahora, en el futuro (obvio, estoy en el post-futuro en esas ocasiones, me lo narro en pasado). 

Ah, y hablo con amigos de ahora, de antes, de mañana. Los he llevado de paseo por ciudades que ellos no conocen y yo sí, les he contado en mis conversaciones internas, las historias de los lugares, de mi mismo. Les sirvo de guía en esos lugares, les enseño aquello que casi nadie ve.  En el colmo, a veces les hablo en idiomas que ni sé. Pero el que más uso aparte de este español es el inglés que sí creo que puedo hablar. 

Cuando una mujer me gusta y llego a hablarle (no siempre pasa), ya le he dicho eso que le pueda decir de mil maneras. He hablado con ella mientras voy en metro y mientras me cepillo los dientes, mientras miro por la ventana y le explico qué especie de pájaro es aquél. Y le he contado en noches memorables cosas que solo ellas saben. Claro, si de verdad le hablo es poco probable que llegue a tal elocuencia y fluidez. 

Y finalmente están las quejas y los lamentos. Las iras. Especialmente con el país, con la administración pública o la burocracia. Digo discursos ante multitudes vibrantes, me extiendo en frases e ideas que salvarán a la ciudad, el departamento, el país, el planeta entero. Ahora, si he cometido un error me cuento de las circunstancias atenuantes, de lo que no sabía, de lo poco que podía prever que cometería un error. Obvio, hago chistes muy buenos, invento canciones y escribo libros estupendos que nadie verá. 

No sé, digo, de verdad me tengo que controlar. A veces pienso que cuando sea mucho más viejo (espero morir antes) andaré por ahí con un palo, hablando solo, discutiendo y alegando, dando palazos al vacío y sosteniendo luchas inanes contra el viento. No me atrevo a compararme con ningún personaje literario... pero quizá por eso los monólogos de Beckett me suenan cercanos. Y quizá algunas personas me miran con lo que creo que es simpatía y debe en realidad ser cierto pesar.



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