Un país para morir

Cuando uno empieza a ver con mejor claridad que se va a morir (todos estamos a punto pero unos estamos más cerca) y no porque haga deportes extremos o juegue ruleta rusa con los amigos, sino porque simplemente es algo que pinta brillante en el futuro, empieza (al menos eso hago yo) a ver cómo se quiere morir. En mi caso, la respuesta es 1. pronto, 2. en uso de mi razón, 3. sin sufrir y sin largas enfermedades, 4. sin depender de nadie en ningún momento, 5. ojalá solo, y 6. en el más perfecto silencio. Eso digo, puede que cambie de opinión luego.

En fin, asegurarse todo eso no es lo más trivial a menos que uno opte por suicidarse y lo haga en un momento en que cumpla todas las condiciones. El juego con el suicidio no me es  del todo ajeno, para qué mentir al respecto, pero no creo que sea algo que haga. En el momento justo seguro me da por leer alguna cosa o ver alguna última película o serie de tv o alguna cosa similar, hay un montón de pendientes. Y aparte está la pereza, matarse requiere cierta industria, especialmente si uno no quiere dañar las condiciones ya puestas.

Entonces, no siendo lo anterior, queda el dejar que el tiempo haga su trabajo y la decrepitud llegue y termine con uno, obvio también que la catástrofe suceda (en cuyo caso lo que agüiré aquí aplica parcialmente). En el caso optimista de que sea la vejez, no queda más remedio que tratar de prever qué va a pasar con uno. Por ejemplo, ser colombiano es algo que ya me es más bien difícil de cambiar, aunque Borges alegue que es un acto de fe y uno simplemente pudiera pensarse como uruguayo, como otro acto de fe, como quien cambia de religión. Pero no, ya he trabajado en Colombia mucho tiempo, mi posibilidad de pensión, salud y otras cosas están en Colombia y digamos que mis derechos están ahí. Puede gustarme o no, pero es una realidad. Mi pasaporte, donde puedo vivir y qué lugares puedo visitar sin enredos, dependen de ese pequeño dato, donde nací y viví.

Pero permitámonos un poco de licencia argumental aquí. Supongamos que pudiera escoger un poco todo el entramado y escenario. Que no sea por el pasaporte y nacionalidad ni mi nivel de ingresos. ¿Dónde me gustaría pasar los últimos años de mi vida? ¿en qué idioma? ¿en una ciudad pequeña? ¿en una ciudad grande o en el campo? ¿durante el verano o el invierno? se me ha ido un poco la mano, descartemos la última pregunta que ya es demasiado. Las otras me importan y tengo una lista de ciudades y países y la voy cambiando con el tiempo. Recientemente he puesto unas 15 ciudades más en esa lista para tristeza mía.

Personalmente me gusta la idea de las ciudades grandes y su oferta de servicios, arte, cultura, cine, etc. aunque internet acerca cosas, ver una exposición por internet no es algo que me produzca emoción alguna. Igual respecto a la posibilidad de un restaurante y cosas que no se consiguen siempre a la vuelta de la esquina. Luego, un barrio tranquilo de una ciudad grande o un pueblo pequeño cerca de una ciudad grande. De las ciudades que he conocido muchas caben en esa descripción... entran en la licencia argumental porque queda en Europa o USA (lo mismo que otras que no me gustarían para nada).

Siendo aquí más prácticos las razones para meter esas ciudades de primeras son lo que ya mencioné (transporte público, buena oferta de cosas importantes para mi) pero hay otras, por ejemplo el silencio, la tranquilidad, la libertad y la seguridad. Uno tiene que poder vivir sin preocuparse de los avivatos de ocasión, de los ladrones y atracadores planos y llanos, de los secuestradores, extorsionistas, tumbadores y otras plagas. No tener eso es agregarle a la vida una variable no merecida, una zozobra injusta y pesada que solo amarga más la vivencia. De la libertad quiero decir: sin interferencia de vecinos o el qué dirán y los juicios de todo el mundo al rededor. Sin las preguntas veladas de los copropietarios tratando de averiguar tu vida o juzgando directamente sobre lo que no saben, sin chismes ni rumores que, por más que a uno no le importen mucho, no dejan de ser una interferencia diaria. Del silencio, digo: absoluto. Solo las ranas, los grillos y los pájaros y el lejano perro que no ha de faltar. No quiero la música de nadie, ni los gritos, ni las fiestas, ni las motos, ni el martilleo del vecino que se volvió carpintero de último minuto ni el taladro del señor de al lado. Nada, silencio.

Mi gran problema es que ya he experimentado eso y sé que es posible... que hay lugares del planeta donde la gente no oye música a todo volumen (no importa el género), hace sus arreglos solo en las horas permitidas, tiene sus talleres y hobbies donde no molesten a nadie, no hay motos, la gente no se mete, no pregunta lo que no necesita saber, no coge lo que no es suyo ni aun cuando está tirado, no empujan, no gritan, no se ríen para que toda la cuadra se entere, no hacen fiestas en sus casas sino excepcionalmente (separadas por años, no semanas, no meses), nadie sabe tu nombre si no te la gana de decirlo, nadie está pendiende de quienes van o vienen ni si tal o cual vecino tiene o no tiene una cosa o la otra, ni del chisme de la señora del apartamento 24.  En fin, lugares donde uno puede realmente vivir tranquilo, en silencio y cierta paz y aislamiento.

Volviendo a Borges, decía él "antes de hundirme en el infierno los lictores del dios me permitieron que mirara una rosa." Porque entonces entran mis realidades que ya dije. Vivir en lugares así está casi por fuera de toda posibilidad... por mil razones, pero la principal es el pasaporte y donde ahorré para mi pensión y cuánto tengo para ella. Pequeños detalles.

Me queda entonces la dura tarea de proveerme esas condiciones donde sí puedo vivir, creo. Que es lo que las vuelve más difíciles. Porque Colombia parece hecho a punta de ruido y malas costumbres que todos parecen abrazar... la bulla, el murmullo, el chisme y una lista larga, incluyendo la inseguridad y cosas que ya mencioné. Mientras, yo solo quisiera un lugar, un país donde pueda morir tranquilo. Ojalá fuera el mío pero las condiciones son casi imposibles...





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