Confesar

Cuando inicié este blog pensé que iba a tener simplemente un espacio para expresar las cosas sin mucha autocensura o cortapisas. Que, de alguna forma, lo usaría para decir lo políticamente menos correcto pero honesto que me pasara por la mente. Rara vez ha sido así. Lo usual es otra cosa y a veces pienso que debería confesarme.

Confesión es una palabra de esas que deslizan matices religiosos: ir al confesionario y en cierto secreto contar cosas vergonzosas a un tercero, que nada en realidad sabe pero finalmente te da la opción de lavarlas y volverlas digeribles, no por haber pensado o hecho algo para mejorarlas, controlarlas o arreglar los daños sino por el arbitrio de que te has purificado con alguna ceremonia simple (rezar por ejemplo). Los dilemas morales de ese acto son mínimos a diferencia de otras formas de confesar, como el psicoanalista donde al menos confrontas parcialmente y quizá  de forma egoísta algo propio pero con frecuencia al precio de sufrir más y no tener la salida de las ceremonias purificantes. En fin, no quiero realmente buscar una palabra mejor que confesar. Algo más cercano a las confesiones de los criminales en la corte pero menos dramático ya que no envuelve crímenes o infracciones mayores. O cercano al otro confesionario más cercano y ligero, los realities o esas entrevistas con montones de primeros planos de quien admite algo reprobable. Algo en el medio de todo ese panorama de lo que implica confesar. Confesar, digo, de alguna forma. 

Como dije, había pensado que el blog que he tenido era para eso, pero luego me doy cuenta que aunque hago un compromiso de no escribir falsedades, también es cierto que transmite en la mayor parte una versión revisada de mí mismo, una imagen lavada y pre-aprobada por mi propia imagen. Así que lo que no vaya en función de eso y que es justamente lo que en realidad quisiera confesar no puede ir ahí y eso es terriblemente frustrante. Si lo pongo, hago cávilas y cálculos, va a salir mal esto o aquello. Los cálculos, el anticiparse a las malas interpretaciones que quizá serían las correctas, el evadir los reclamos o las felicitaciones, todo ello, me hace abstenerme de una confesión. Pero quizá son las explicaciones: quiero decir de alguien algo pero confesar no debería implicar iniciar chismes de otros así que no digo nombres propios. Y eso obviamente lleva a que si alguien lee termine pesando que A es B o C y no A y ya sabemos donde para todo. En el peor de los casos siempre me termino cuidando de que B no piense que es A y así.

De todas formas, desde hace tiempo quiero realmente confesarme y decir verdades sobre mi, no sobre el universo ni nada similar, que no las tengo. Lo que también pasa cada que lo intento es que la verdad tiene su manera de exigir precisión y yo mi manera de cansarme y aburrirme con ella. Quiero decir y admitir ideas horribles o reprochables, pero también algunas buenas que pasan por la mente. Hablar de los deseos de hacerle cosas poco gentiles o caballerosas a algunas personas (placenteras unas y no tanto otras), hablar de cosas y de relaciones que todos o casi todos mirarían con sospecha; aquí me gustaría que B no piense que es con B pero no hay forma de aclararlo. Deseos poco cristianos que tengo desde que, por ejemplo, conocí a alguien (no B) pero también ganas de simplemente estar a su lado y sentir que me mira un rato y hablar de cosas al azar o compartir nada más que un roce, lo cual es más bien complementario y contradictorio de las cosas poco caballerosas. Así que esa es la otra cara de esa verdad: se borra, se revuelve y se vuelve una fantasía. Y el hecho permanece de que sigo pensando que debo confesar mis deseos de ambas cosas, de más cosas. En el fondo es una búsqueda por caer bajo, no tener que preocuparse por lo que nadie piense en lo sucesivo, por la pérdida total del cuidado: una vez nadie espera nada moralmente de uno, uno puede ser tan arbitrario como quiera sin tener que cuidarse o elucidar salidas morales.

He pensado por mucho tiempo qué sería decir toda la verdad. Decir solo lo que se viene a la mente tal cual llega. Es una fantasía de exposición total, algo muy francamente cercano al exhibicionismo emocional que más bien odio. Pienso para ese odio en las personas que en sus perfiles o párrafos introductorios de sí mismos, por ejemplo en los sitios de búsqueda de pareja, que dicen: "soy demasiado honesta". Porque ninguna persona que yo haya conocido resulta ni remotamente honesto y menos demasiado.

Al final, todo lo anterior, no deja de ser, claro, una pregunta por la realidad. ¿Qué pienso realmente? ¿Qué deseo realmente? ¿qué estoy dispuesto a hacer realmente? Me hago esas preguntas para indagar qué quiero y darme cuenta que mucho de lo que quiero es como digo en los párrafos anteriores: las cosas y su antítesis. La altura moral de decir la verdad y la pérdida total al usarla para confesar ideas o deseos poco correctos. Es, repito, una pregunta por la realidad pues uno confiesa la verdad y la verdad será lo que sea real, diría uno. Las confesiones sin embargo, lo saben los criminalistas, no siempre son la verdad.

Debería decir que, luego de pensar en todo esto por un tiempo, real no hay mucho. Hay unos pocos hechos, a veces aislados: deseos que se rehusan a desaparecer, sombras y claroscuros de figuras humanas, enmarcadas por una puerta contra la luz del medio día. Figuras que se desplazan lentamente, voces que ya en mi cabeza no deben parecerse a las voces reales. Personas que quizá ya no sean pues nunca fueron lo que yo pensé ni son eso que pienso. Pero decir la verdad, confesar, involucraría revelarle lo que me imagino de alguien a ese alguien. Esto debería no pasar de ser un ejercicio literario. A una persona algo arbitraria le cuento de un personaje creado por mi y con el que tiene dos o tres eventos en común, el nombre y algo de apariencia física. 

Al final entonces si uno quisiera limitarse a decir la verdad tendría que hacer algo de ciencia y algo de literatura (o algo de historia, quizá, un poco) y nada más, de la primera no explico nada pero la segunda es justamente la exposición de esa otra verdad que quiero confesar. En esto entonces es que admiro a los escritores, son quienes logran contar eso que yo solo fantaseo en decir.

En este punto de este largo argumento, me devuelvo y, mirando hacia atrás lo que escribí, me digo que sigo queriendo confesar, que quiero hacer algo concreto, que hay algo que me gustaría hacer y decir, gente a quien me gustaría decirle lo que nunca le he dicho. Y esto es quizá hasta donde pueda llegar: verbos primarios como tocar, decir, levantar, tirar, pegar, besar apretar y cosas como esas  y solo sustantivos que se refieren a cuerpos tridimensionales que se puedan tocar. Verbos que son acciones y sobre cuerpos con propiedades medibles: sudor, dolor, placer, sabor, por ejemplo. Y esa verdad la diría buscando nunca convertirlos en descripciones o memorias pues estas están claramente construidas en un alto porcentaje de fantasías. Pero esos esfuerzos literarios ya están hechos y el mio sería solo un pequeño destello del que solo yo sería testigo.

Especialmente no le diría nada que apele a la memoria y definitivamente no algo que conlleve hablar o argumentar. Pero ¿y dónde quedan las ganas de tenderse en un paraje tranquilo y hablar de nada? Eso aunque sería parte de la literatura creada es a la vez lo único concreto que a veces realmente quiero y es en buena medida en lo que realmente consiste la confesión

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