palabras como saetas

Mi historia sobre esto inicia en que nací fuera de tiempo. Debería haber nacido a finales de diciembre, como Jesús de Nazareth, pero llegué a mediados de octubre, casi dos meses y medio antes. Era bastante poco probable que sobreviviera. El médico le explicó a mi mamá, cuando fueron al hospital después de nacer en casa, que mejor usaban las encubadoras en niños que tenían alguna posibilidad "de criarse". El hecho es que no morí chiquito como deseo durante más o menos una hora diaria que hubiera pasado y algunas personas desean 24/7. Y como consecuencia estoy aquí. Pero la razón por la que esto empieza la historia es porque siempre fui más bien de baja talla y peso.

Otro elemento de la historia es que crecí en un vecindario donde muchas disputas y problemas entre niños las arreglábamos, caballerosamente, a los puños. No me la pasaba en una golpiza diaria pero eventualmente había que resolver algún conflicto y una pelea a puños era la forma aceptada y sana para el día, hora y lugar. Y me di cuenta pronto que, por una parte, no me gustaba que me derrotaran y, de otra, que eso era probable pues no era el más grande del grupo, ver párrafo anterior.

Un tercer elemento es que por alguna causa que es difícil de ubicar, encontré que para el lenguaje tenía algunas habilidades. De niño atendía a las visitas que llegaban y mientras esperaban a mi mamá (que era a quien visitaban), podía arreglármelas bastante bien si las cosas dependían de hablar. En fin, llegó la adolescencia supongo yo, los deseos de autonomía y ya en el colegio me di cuenta que podía ser mucho más doloroso para el otro una frase que un puñetazo mío.

Lo que siguió en la vida es un refuerzo de estas cosas y la conclusión de que resultaba mejor para mi usar las palabras en lugar de las patadas. Y me volví realmente bueno en ello. Una vez me comisionaron escribir una carta para el Consejo Superior de la universidad y me la devolvieron porque era irrespetuosa con ellos. Pero cualquiera que la leyera no encontraría una sola palabras fuera de lugar o insultante. Pero era cierto, les decía estúpidos.

Era mi forma de defenderme o cuidarme, pienso, de alejar gente que podía hacerme daño o ya lo había hecho. Esto último abarca un conjunto de personas que efectivamente de pronto no me querían pero incluye también gente que sí, pero yo pensaba que no o me las ingeniaba para pensar que no, poniéndoles pruebas inútiles que no pasaban porque no sabían siquiera que estaban en prueba; esa es la vida del neurótico cuando le sumas otros males. En fin, refiné eso hasta un cierto punto. Puedo expresar sin salirme de una relativa buena gramática, palabras bien escogidas y algún tono, cosas que no solo duelen a los demás sino que hacen daño. Quiero decir hieren y causan daño pero sin insultos ni frases fuera de "tono". Y a algunas personas realmente les llegan hondo y consigo un amigo menos, si no un enemigo.

No sé el truco, si lo supiera podría escribir un libro de autodestrucción como para hacer contrapeso a alguno de autoayuda. O uno de autoayuda porque de saber podría desarmar el mecanismo que uso muchas veces sin necesidad, con gente que no está esperando esas cosas de mi, en situaciones donde no es necesario. Y causar dolor así es curiosamente un poder que seguro busqué y aprendí pero que termina por arremeter contra cosas que valoro.

A veces ni tengo que hablar. Las personas que me conocen dicen que en algún punto me basta con mirar de cierta forma y ya todos saben la descalificación que pasa por mi mente. Y eso tampoco es necesariamente bueno. Me hace no mentir, que es bueno, pero impide que la gente sea lo que finalmente es y eso me priva de relaciones más espontáneas. Por eso debo siempre optar por el silencio o al menos hablar poco, eso ayuda, estar menos en la vida social que llaman. Pero deshacer un puñetazo a veces es más fácil, más inmediato que des-decir algo que se dijo.  Otra opción es pensar mucho antes de usar las palabras y eso agota enormemente. Especialmente cuando siento rabia porque en ese caso ofendo de verdad verdad y una cosa que podría ser pasajera puede puede volverse profunda y para siempre, o tengo que medirme a un nivel que parezco jugando ajedrez y supiera las próximas 20 jugadas del otro. Obvio, una opción más es evitar estar en esas posiciones, evitar estar en la posición de que lo que yo diga importe, que siempre me parece una buena opción pero no siempre logro. Especialmente si el otro me importa a mi que es cuando más debería cuidar las cosas.

En fin, suelo medir y medir lo que digo, escoger en mi cabeza la combinación de tal forma que no termine haciendo algo dañino. Y aun así, claro, la embarro y termino diciendo cosas que al salir de mi boca (figuradamente, puede ser un correo, una carta, una entrada de este blog) ya no puedo volver a corregir pues quedaron dichas y han terminado por destruir algo. No es algo envidiable creo yo, solo me ofrece un arsenal que planta campos minados, trampas y emboscadas a gente que comete un error o a la que yo simplemente no comprendo bien. Y disculparse sirve un poco, pero no del todo. Algunas heridas de esas son mucho más duras de sanar que las de la piel. Las palabras no son de aire y no van al aire, son piedras o cosas duras que golpean gente. y no todo el mundo es de piedra y a veces olvido eso.




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