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El verdadero conocimiento de sí mismo no se logra sin muchas lágrimas y grandes cantidades de dolor.

Luego del llanto, si te miras en un espejo, verás la poca simpatía que te tienes. Pero revuelcas para encontrar algo que te permita ver como humano eso que condenas del que está de este lado. Lo humano que encuentras está en la imagen virtual del lado que no puedes tocar.

Se aprende de uno mismo cuando mirando al otro que te habita le pides clemencia o le tienes algo de simpatía, cuando no pesar. Cuando menos, aprendes a despreciar al que te tiene pesar, como te desprecias a tí mismo en el momento en que sientes eso por tí mismo. Tú tienes ese derecho, otros no.

Si tuviera que hablar conmigo mismo más seguido creo que, después de unas pocas ocasiones pediría lo que la gente a veces pide: "démonos un tiempo..." como forma de irse sin que cause tanto dolor.

Si alguien es el tipo de persona que, si no fuera ella y se viera venir en una calle en dirección contraria se cambiaría al otro lado para no tener que saludar, es mi tipo de persona. No hay que odiarse para esto, solo hay que estar consciente de lo que se es, de lo que no se es, de lo que lo priva a uno de ser algo.

Alguien no es mi tipo de persona cuando, al escuchar a otros hablar bien de él, no siente un poco de nauseas o cierta revoltura estomacal unida a ganas de hacer mucho silencio y huir.

El camino a conocerse es básicamente una calle cubierta de restos y pedazos de tí mismo, de tus expectativas, ideas y sueños, de palabras que otros dijeron y creíste, de la fé que tienes en el futuro, la esperanza y la confianza; cuando no de una mezcla de secreciones y líquidos, empezando por el líquido amniótico del momento en que naciste. Navegar esa calle, al menos no caer muy seguido y en cada caída reconocer el pedazo que se quedó tirado y dejarlo atrás, eso diría que es lo que la gente llama sabiduría. 

No hay forma de abrir la boca sin cometer un error. Esa es la conclusión del Tractatus. Es la que uno debe recordar en cada vuelta. Cuando uno mira al rededor y busca comunicarse. Nada lo aleja a uno más del camino a saberr quién es uno que abrir la boca y al mismo tiempo nada refleja mejor tus miserias internas, atajos y falencias. Tus propias palabras son parte de ese fluido que sale y se pudre a los pocos segundos y huele y sabe mal por el resto de tus días. 

Ante la imposibilidad de conocerse o conocerse demasiado bien, ser otro sería una solución. Mudarse de piel, mudarse de historia, de recuerdos, de memoria. Uno podría posar con su nuevo traje y pretender por un minuto, solo por un minuto, que funciona. Para luego volver a lo mismo. 

Uno no es el único que sabe lo deleznable de lo que dice, de las mentiras, de las poses, falsedad y fantasías de poder, saber o tener. La gente lo sabe o al menos lo intuye y no te denuncia por temor a que respondas en iguales términos. A eso lo llamamos contrato social. 









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