Ser pobre

Hubo una época en que odiaba los domingos, creo que eran el día más agónico de la semana y todavía algo de eso queda. El domingo era un día en que nada pasaba, nada se movía, solo habían muchas horas para leer y poco más y creo que yo hubiera querido ese poco más. No tenía TV, solo un radio de transistores que solo sintonizaba frecuencia AM, creo que hoy no existen. Era de color amarillo vivo, idéntico al que usaba en esa época cualquier obrero de la construcción. De hecho, lo había heredado de mi padre que trabajaba en construcción, en un cambalache que mi madre no logró detener. Él me dio ese luego de llevarse otro radio que ella pensaba que era mucho más valioso. Pero así era mi padre, pasó muchas veces que un día me daba una cosa, luego te la cambiaba por otra más barata, a veces simplemente se la llevaba, otras se aparecía con una baratija de reemplazo. Era como si lo que nos daba en lugar de un regalo fuera una forma de ahorrar para más tarde o de que le guardáramos algo. 

Mi radio amarillo lo había modificado para que funcionara con menos baterías, necesitaba tres, pero puse un puente metálico que suplantaba una de las tres de tal forma que funcionaba con dos (eran como si tuviera tres pero con menos voltaje cada una así que es como si siempre estuviera bajo de batería, pero costaban menos). Era solo algo de ingenio para sobrevivir en la pobreza. Eso me obligaba a tener un cuidado especial con aquel radio que no se podía mover bruscamente pues se caía el dispositivo. Un amigo me decía que todas mis cosas eran así, con una cuña, con un empaque improvisado, con algún artilugio hecho con materiales de desecho que permitiera que las cosas sirvieran pero que hubiera que tratarlas con trucos, golpecitos aquí o allá o algún procedimiento raro. Decía que ninguna de mis cosas podía simplemente ser como se supone que había sido inventada para ser o ser usada. Algo de razón tenía. Mis cosas siempre terminaban con un empate, una muesca, una arandela hecha de algo adicional y que prolongaban el uso de cosas inservibles. 

La calculadora que tenía la había comprado nueva con algún dinero de mi primer trabajo en la vida, dos meses trabajando en una obra de construcción (por mi padre) de los que gracias a las horas extra me sobró para algunas cosas, la calculadora entre esas. Pero salió mala y en medio de lo que es ser pobre no se me pasó por la mente hacer un reclamo. Como resultado el encendido estaba malo y no se podía mover. Para evitar moverlo le puse un pequeño pedazo de cartón pegado que sirvió hasta que la calculadora se perdió en alguna parte de la vida. Pero era lo típico de mis cosas parchadas, remendadas, pegadas con algo. 

Vivía una casa en el Barrio Villa Hermosa, hecha en tapia y fresca como ninguna, si acaso fría. Salía con frecuencia a un antejardín en el que había una poltrona en condiciones más bien lamentables que yo pasaba por alto pues era el mejor lugar para leer. Todo lo mío estaba en condiciones lamentables como ya debe ser claro, no solo el radio y lo único que me interesaba, el cerebro, era lo único que me podía permitir cuidar. El resto de las cosas, no tanto. Mis cobijas eran de muchos años antes y en una pésima reparación de la casa, el polvo que se había levantado era tal que nunca logré que mis cobijas tuvieran su color original o les saliera completamente el mugre, sin importar el número de lavadas. Tampoco lo intenté muchas veces, no me gustaba lavar. Mi ropa a falta de poderla reemplazar terminaba con tejidos hechos por mi mismo en hilo ordinario que subsanaban los huecos de la tela con un tejido burdo pero efectivo y que se sostenían por mucho tiempo pese a las diferencias de color y textura. 

Mi madre me enseñó a ser pobre: me enseñó a cocinar cosas baratas y que quedaran decentes, a arreglar mi ropa, a lavar y planchar, a que una camisa cuyo cuello está destruido de lo usado se puede arreglar volteando el cuello y aprovechando aquella parte que por doblada siempre está como nueva, me enseñó eso de tejer para cubrir un roto. Y de ahí aprendí a implementar soluciones similares: pegaba un pedazo de un cuero artificial en el interior de un zapato para que los huecos de la zuela no me afectaran mucho y aplazar la compra de un par nuevo hasta quién sabe cuando. Juntaba los pequeños pedazos de jabón que iban sobrando para volverlos uno solo y armar un jabón adicional, hacía lo que fuera necesario. Exprimía una pobre crema dental hasta que el último miligramo declarado  por el fabricante había sido usado. Ser pobre es una lucha creativa y puede ser un lucha digna.

También es difícil. No cuento esto para que quien lea se compadezca o sienta algo especial. La verdad solo quiero ponerlo ahí en blanco y negro y nada más. Durante la Universidad hubo períodos en que debía decidir los días que podía almorzar y los que no, no tenía para todos los días. Si contaba con servicio de alimentación en la U entonces partía el almuerzo en dos de tal forma que tuviera algo para la comida. Tampoco tenía con qué motilarme, menos rasurarme mucho así que tenía una barba más bien descuidada que me daba aire de filósofo (pobre). También tenía que caminar mucho (de ahí el hueco en los zapatos). Como sea, alguna vez fui al médico (de nuevo, en la U.) y me di cuenta que pesaba 34Kgs, que no es mucho para mi estatura.

Me mantenía con una entrada como monitor de la biblioteca de la U, posición que disfrutaba por el acceso a los libros y los privilegios allí. Optaba por no enfermarme para no tener que pagar medicamentos. 


Cuando me fui a hacer el doctorado dejé con un amigo mis posesiones más valiosas que no podía llevar. Eran dos cajas y a mi regreso las reclamé y las desempaqué... fue un cuadro deprimente y doloroso. No recordaba para qué guardaba tanta basura, cosas rotas e inútiles y cómo las consideraba mis posesiones más valiosas. Nada servía para nada, nada era representativo de nada, todo lo tuve que botar. Era un cuadro extraño ver esas cosas y pensar que alguna vez eran lo que no podía botar por nada del mundo y no porque llegara rico del doctorado, llegue con 100 dólares en el bolsillo y sin trabajo. 


Como fuera, todo eso fue a veces duro, a veces simplemente fue. Pasar necesidades, contar cada centavo y ver como se pezca un poco aquí o allá para completar, para comer, para comprar unos zapatos... bueno, eso desarrolló también la voluntad y la determinación de hacer cosas. Cuando alguien pone a prueba mi voluntad de hacer algo siempre sé que difilmente lo va a lograr y no sobra quién lo intente, pasa esta semana por ejemplo, pasa siempre.





Comments

Popular posts from this blog

Poema de William B. Yeats

Las campanas de El Jardin, Antioquia

Huerto En Marrakech