El Final lo Dirá Todo.

"I'm just a girl standing in front of a boy, asking him to love her" dice Julia Roberts en una de sus películas. El chico de la película es Hugh Grant, tenían vidas dispares pero seamos realistas, los dos son estrellas de cine, lucen bien, actúan igual de bien a veces y a veces igual de mal. Aparte, lo decían en una tarde de un Londres en el que uno quisiera vivir para siempre, en un barrio que es interesante y brillante, joven y activo, tradicional, animado y tranquilo, a la moda y tradicional, todo al mismo tiempo, Notting Hill. Así que tiene algo de sentido que al final terminen juntos en la historia. En el mundo de aquí, a este lado de las pantallas de cine, todo discurre muy diferente. Las personas no sabemos cómo termina la película y por lo tanto se nos escapa el sentido definitivo y final de lo que hacemos, decimos y percibimos. No tenemos la última escena que le dé el significado final irrevocable a la historia... cuando el chico queda con la chica, al final, nos damos cuenta lo que significaba aquella escena en medio de la película en la que él la miraba de cierta  forma o la palabra que ella le dirigió a él en otro momento, todo al final cobra significado (a veces el significado es que la película es pésima, pero pensemos en las películas buenas). 

El hecho es que no hay un gran plan para las cosas en el mundo como lo hay en el cine. El director, el libretista o el autor saben bien dónde termina la historia y nosotros, los espectadores, con frecuencia también. Es el contrato entre ellos y nosotros: ellos hacen una historia en la que pretenden que es la vida de personas rales, aunque saben que saben el final, a diferencia de las personas reales. Y nosotros nos comprometemos a creerles y a pretender que no sabemos porque es divertido a veces e incluso hermoso pretender que no sabemos como termina todo.

Pocas veces el asunto cambia mucho. En "The Usual Suspects" la escena final le da el verdadero significado a todo. Allí el final implica que toda la historia contada es falsa, una reconstrucción de eventos no-reales que es delicadamente fabricada al arbitrio de lo que hay en una cartelera y que al final nos deja sin saber qué 'realmente' pasó, lo único que es real en la película es que un criminal quedó suelto. Es una no-historia. Aun allí, por supuesto, el director sabía el final cuando empezó a filmar. Sin embargo, es una buena ilustración de como la última escena cambia todo y la historia se hace o se deshace, se vuelve inmortal o cae en un pozo sin fondo. En El Desierto de los Tártaros, todo el libro ocurre de tal forma que uno se aburre de una manera ejemplar; pero quienes llegan al final saben que esas últimas páginas revierten ese no pasar nada de todos los capítulos anteriores en una historia que cobra una vida que no hay poder humano para describir; o mejor, lo hubo: es una obra de un escritor que se sentó y la divisó e inventó y transcribió en palabras. Él sabía el final.

Mientras, el mundo, lo que nos pasa, cambia potencialmente de significado con cada evento. Si cada acto, cada palabra puede ser la última cosa que haga o diga, ese acto o palabra será la que cierre y dé el significado último a la vida que he vivido y el que le dé su significado definitivo. En el mundo real no hay quien sepa el libreto, no sabemos cuál dirección lleva todo y si nuestra vida, una vez termine, contada por un narrador que nos ha visto desde el espacio todo el tiempo y desde allí nos percibe y nos entiende, sería una tragedia, una comedia o un drama más o menos de interés, o cuáles episodios serán ahora una tragedia que con el tiempo se convertirán en comedia o viceversa.


Es lo que vuelve tan fácil la idea de dios. Dios sabe el final, dirige el film. Eso significa que hay un libreto, alguien dirige todo esto hacia algún final y mi historia ya se sabe qué es aunque yo juegue a no saber. Sin embargo, desprovistos de la idea de dios, nuestra historia no ha sido contada, nadie sabe el final; nadie lo ha escrito, nadie lo dirige y nadie nos puede decir cual será el significado último, si hay alguno, pues nadie sabe la escena final, esa que completa el significado de todo. Para quienes dios existe pero nos da libertad, la existencia entonces no está dirigida por un tercero pero ofrece un Norte, un derrotero para el ser, un mar final hacia el cual fluyen los ríos; pero no solo eso, en cualquier caso dios sigue siendo todopoderoso y por ende capaz de influir y cambiar el curso de las aguas y nuestro papel es persuadirlo de que las cambie a nuestro favor o en el peor de los casos confiar en que él sabe para dónde va todo. La verdad del mundo es que las aguas cambian de curso por razones aleatorias, accidentes, cosas arbitrarias, catástrofes (aunque a veces también lluevan hamburguesas). 

Es más fácil aceptar que hay una razón que subyace a todo y que esa razón es justa, por eso la justicia de dios es infinita. Y pretendemos que si cada acto es "bueno" y no arbitrario, entonces, en cualquier momento que se corte la existencia, el significado del que se llene todo lo que he hecho y vivido será también "bueno". Lo que se nos olvida es que en su momento casi todo es "bueno" y con buenas intenciones y que sin embargo, con frecuencia, quienes no tienen ningún interés en hacer mal terminan haciendo daño irreparable.

Cada acto completa una frase que, si fuera la última, definiría el sentido último que tuvimos... y que no sabremos pues, al ser la última, no sabemos bien el último detalle y el sentido definitivo o si lo sabemos no lo podemos transmitir, por eso queremos continuidad hacia una vida en el más allá, para saber. Conocer esa última escena y poderla contar es el experimento del Poema Conjetural de Borges. Los humanos del mundo no literario no tenemos ni esa lucidez ni esa suerte. Y tampoco tenemos forma de saber el final, debemos estar improvisando finales a nuestra historia cada segundo, cada instante, excepto que final no habrá sino uno y será a su vez arbitrario. Quizá es lo que nos brinda un elemento más para mantener la idea de dios, el quitar la arbitrariedad de en medio. Infortunadamente, nuestra experiencia es que los hechos de nuestra vida están movidos, ordenados o afectados por eventos cataclísmicos (o lluvias de hamburguesas) sin orden ni propósito alguno; lo que nos pasa es en buena parte accidental, no obedece un plan y no podemos adivinar el plan o la historia definitiva pues no la hay. Para quien cree en dios la frase es que 'él obra de formas misteriosas e insondables'. Esa aleatoriedad es abiertamente injusta, los 'buenos' sufren y los 'malos' no, a veces es al revés y a veces es una combinación. Los actos tienen consecuencias, pero no como efecto de un plan y ciertamente no en función de un gran final.

Es la gran diferencia del arte con la vida, aunque en el arte lo que a veces perdura o se comunica no sea exactamente lo que el autor propuso, lo cierto es que ya el significado no es obra suya, es de otros y su pincelada final marcó el fin de su oportunidad de modificar ese significado que el autor ya no puede alterar. Las obras inconclusas son eso, una obra en cuya última nota o pincelada todo hubiera podido cambiar pero que el autor no pudo poner en la partitura o en el lienzo. La última pincelada real dio el toque final de facto, no el toque final de lo que el autor pretendía, pero así quedará. Y como ese final fue azaroso, arbitrario, el significado y el sentido queda abierto a lo incidental, a las lecturas y la historia será como la cuenten otros, lo que el autor pretendía se queda en el misterio, da lugar a libros y elucubraciones. 


En nuestra existencia todo es igual de arbitrario a ese final de obra inconclusa, con el agravante de que no tenemos una panorámica realista que nos permita describir el sentido para que, en caso de que todo quede (e irremediablemente queda) inconcluso, se pueda entender el todo. Pretender ese plan es una ilusión de que podemos dominar los avatares y accidentes de los que está lleno nuestro mundo pero somos obras inconclusas en cada instante hasta el momento final y no hay un norte real excepto el que ofrezca un cierto consenso que nos da algo de sosiego en medio del saber con desesperanza que todos los caminos son iguales y equivalentes y están abiertos en cada instante.


Sin ese Norte de dios toda decisión depende de mi. Aunque es cierto que sobre cada uno levitan la educación, la cultura, los valores que le han sido de alguna forma transmitidos y que ha aceptado. Pero dada la arbitrariedad de todo, esos valores se pueden cambiar para un lado o para el otro. Es nuestra decisión. Volvernos corruptos habiéndolo no sido, volvernos asesinos habiendo defendido la vida, empezar a defender una moral aunque antes la atacáramos. Es parte de la arbitrariedad del todo, de la falta de un gran plan. Y dotados de esos nuevos valores hacemos de nuevo, cosas arbitrarias y aleatorias de cara al mundo. Somos parte de esa cadena de catástrofes. Es la libertad que tenemos y rara vez usamos.

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