Reality Country o Los Juegos de la Angurria.


El periódico un día de esta semana traía dos noticias aparentemente desconectadas: que la Contralora General suspendió las investigaciones a personas aforadas (por obra y gracia del Consejo Superior de la Judicatura) y que se revivió (por obra y gracia del Consejo de Estado) una deuda gigante con algunos miembros de las las altas cortes por una bonificación que se había eliminado en un decreto.

Grandioso. En un sólo día nos quedamos casi sin control fiscal y les damos todavía más dinero público a quienes con tan poca gracia y tanto tino esquilman los recursos de todos los colombianos. La justicia y el control (de todo tipo) han sido los peores damnificados de la Constitución del 91. Los mecanismos divisados y propuestos nos han llevado a esto que hoy tenemos y que no es para nada bueno ni mejor que lo que había con la Constitución de 1886. Si algo, el progreso ha sido que se democratizó la corrupción: ahora roba más gente y en más niveles.
Ni siquiera importa que en la Contraloría haya una persona con las ganas de hacer las cosas bien o que en la Fiscalía o la Procuraduría haya quienes le quieran meter la mano a la corrupción. Los mecanismos de la justicia llevan a su propia inoperancia y los órganos de control no logran ni empezar a imponer algún tipo de orden en el alto gobierno de la Nación. Sin liderazgo moral, la justicia se ha vuelto una rueda más de este cambalache en el que el país se vende y se compra entre ‘altos dignatarios’ y ‘prestigiosos empresarios’, sin que la mayoría podamos hacer otra cosa que mirar espantados. Sólo que sí podemos hacer cosas, pero escogemos no hacerlas... podemos no elegir a los mismos ineptos al Congreso o el Gobierno, podemos usar mecanismos de presión ciudadana para vigilar nosotros mismos, podemos decidir obedecer normas y hacer otro significativo número de cosas para imponer civilidad, pero no, nos quedamos lelos mirando a los cerros orientales (occidentales para algunos) mientras nos cuentan noticias como las dos descritas. 
Mi pregunta realmente es, ¿hasta cuándo vamos a aguantar este estado de cosas? ¿cuándo vamos a hacer que esto se detenga? o ¿estamos ya tan acostumbrados y disfrutamos estos escándalos, tal como se disfruta una mala telenovela (diciendo que es mala pero viéndola en secreto), y de tal forma que ya no somos capaces, ni queremos, ni nos importa, cambiar nada?. La justicia-show, la corrupción-show, el Gobierno-show. Nada de fondo, mucho para ver en tele: una tragedia aquí, otra allá, corrupción en el norte, el sur, el oriente y... espere, también en el oriente. Somos el país más light del planeta, pagamos un costoso show y nada más.
Vivimos en un reality permanente. Las cortes, el congreso, el gobierno, los consejos y asambleas, los contratistas... todos son actores a los que les pagamos los más jugosos sueldos para que nos entretengan en televisión. Que se lleven miles de millones de pesos, que se roben la salud, es todo parte del show que disfrutamos todos los días. Nos sentamos medio entusiasmados a ver con qué nos saldrán en el informativo del reality (es decir, el noticiero diario), quién traiciona a quién (estamos pendientes de cuando Vargas Lleras traicionará a Santos o si su matrimonio de conveniencia durará) o cuando expulsan a alguien de forma permanente o los suspenden (lo meten a la cárcel). Nos interesa ver las peleas y los chismes, nos indigna la mala actuación de uno de los involucrados. Pero sabemos que es todo parte del show que estamos pagando. Los Nule nos han dado mucho que hablar y comentar y, por supuesto, no se van a ir manivacíos. Los Moreno ¡qué estupenda actuación! se han apropiado del papel de malos y perversos, de encarnar lo peor del ser humano. Y por eso al final los retiramos un poco, por un tiempo (no a pasar incomodidades pues para qué ser injustos, les damos una buena cárcel con comodidades, buena comida, teléfonos, mujeres, etc.) y luego salen con el dinero intacto para que sigan participando desde otra esquina. 
Como en los Juegos del Hambre, la gente llora viendo las actuaciones. El único problema es que esas actuaciones afectan de forma directa a los de afuera: gente muere esperando en los hospitales, la educación que se roban deja niños condenados a la pobreza, los robos de la 26 en Bogotá colapsan una ciudad y la estupidez de unos congresistas ineptos nos puede mandar a la cárcel por re-enviar un chiste malo de Internet. Pero para los no afectados (hoy) es un gran reality. El máximo posible, pues abarca la realidad misma.
Si no fuera un show no nos aguantaríamos esto.

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