Negociamos todo, desconfiamos de todo, aprendemos poco

   Todo es negociable. Esa pareciera a veces, al menos para mí, ser la frase que mejor nos resume como nación. Quizá no tanto resumir como describir: negociamos la justicia, negociamos la administración pública, las elecciones (en todo nivel y en todo ámbito), negociamos los presupuestos, los impuestos, las leyes. Pero lo más importante, negociamos principios. Como es apenas lógico, no todo el mundo. Pero en general, lo hacemos. Sin juzgar muy duro, pues entiendo bien que debo hablar en primera persona. Y lo peor, intercambiamos cosas con valor no cuantificable por otras de muy poco valor cuantificable. 
   Transamos por ejemplo la justicia por unos pocos millones. Escogemos pésimos juristas y de poca moral a cambio de unos pocos beneficios tales como cargos bien pagos por un tiempo y una pensión;  ¿qué sacamos como nación de eso, por ejemplo? nada, pero como individuos sí, que cuando nos llegue el turno esperamos ser medidos con un estándar bajo y laxo y si nos llega el turno (lo buscamos) podamos sacar nuestra tajada sin ser juzgados. Esa selección de juristas, por ejemplo, la hacen unas personas específicas, no nosotros, pero es que como nación ahí los pusimos, dejamos que llegaran ahí y que tuvieran esos cargos, responsabilidades y poder. No los paramos antes. Por ejemplo, algún profesor les pasó una materia que no deberían haber pasado; una universidad les dio el título que quizá no merecían; ganaron una convocatoria solo por su apellido o las influencias de sus familias, sin fijarse en que no eran los verdaderos ganadores; fueron escogidos para un cargo para el cual no tenían ni las mínimas competencias; unos jefes de entes de control no los investigaron, unos empleados que tenían información no los denunciaron a tiempo; etc. etc. los dejamos llegar ahí.
   Es lo que corrompe este país. El dejar pasar todo, el temor a denunciar, el darse por vencido ¿para qué denuncio si igual siguen adelante? Entonces por eso la primera persona del plural: hacemos esa pobre selección de juristas y tenemos un sistema corrupto. Todos. Y no lo cambiamos, todos. Pero lo mismo pasa con el Congreso, con los Concejales, con casi todo dirigente político y mucho "líder" de una cosa o la otra. 
   De todo lo anterior lo que más me sorprende es que pretendemos negociar el conocimiento. Nuestras frases de cajón y de batalla para esa negociación son dos: "todo depende" y "todo es relativo". El cuantificador "todo" es lo más aberrante de la presunción. Las conclusiones de los estudios más serios las relativizamos, ¡ah! ¡eso depende! nos decimos para ignorar los resultados que contradicen nuestros prejuicios o nuestras convicciones o van en contra de nuestros intereses. Nos cerramos a aprender porque tenemos un extraño virus nacional que nos dice que dado que existen cosas que hoy son verdad y mañana no lo serán, entonces debemos hacer lo menos posible para aprenderlas, entenderlas o asimilarlas. Lo aberrante del "todo" es que eso abarca los conceptos científicos más básicos y las matemáticas elementales. Entonces negociamos hasta el aprender esos conocimientos básicos y los conceptos básicos mismos.
   Se nos escapa que eso que hoy es verdad científica lo es porque está basado en evidencias. Y que puede que nuestra lectura o evidencias nos muestren en un futuro que no eran tan cierto lo que concluíamos hoy, pero eso no vuelve cierto nuestro prejuicio o convicción mágica sobre las cosas. Y también se escapa que es importante aún aprender las cosas que puede que mañana entendamos diferente. El entendimiento de hoy nos llevará a entender mejor el cambio del futuro.
   Esa negociación, me temo, surge de procesos que no entiendo bien pero que me atrevo a argumentar vienen de nuestra historia: los conquistadores nos volvieron escépticos. La clase dirigente y los políticos son herencia colonial (las familias en el poder pueden ser trazadas en la historia hasta colonizadores españoles bien definidos) y procedieron como procedieron los colonizadores: mintiendo para apropiarse de todo, usando la fuerza y la autoridad para legalizar el despojo o la exclusión.  El resto de nosotros ya sabemos que no les debemos creer. Pese a eso seguimos entronizándolos en el poder y no usamos los mecanismos que podríamos usar para cambiarlos.
   El virus nacional consiste en pensar que la autoridad académica o científica es del mismo tipo de autoridad que la de los políticos y élite dirigente. Y que por ende esos conocedores deben ser objeto de la sospecha de querer engañarnos o tener una agenda oculta que en algún lado contempla jodernos. Es una confusión que no es gratuita. Los grandes señores y familias fueron tradicionalmente también los dueños de la verdad, de los puestos en las universidades, de los "sabios" nacionales y la clase dirigente coincidía con la clase ilustrada y no tenía objeción en usar esa ilustración para engañar, extraer y excluir para apropiarse aun de una tajada más grande. 
   Mi argumento es que mal que bien ese panorama ha cambiado. Hoy la verdad no es propiedad exclusiva de esos herederos del poder. Y eso hace que la ecuación de autoridad académica y científica ya no coincida con la otra autoridad abusiva sobre la que todos aun mantenemos reserva y sospechamos.
   Luego nuestra actitud debe cambiar de la desconfianza hacia una relación de más confianza con el conocimiento. Éste puede cambiar pero no es relativo. No es negociable, no es sujeto de sospecha igual que lo es el origen de una Ley, un Auto o un Decreto de nuestros gobernantes. Es sujeto de sospecha científica, puede contener errores y puede ser también adulterado, pero todos podemos denunciar cuando lo es y aquí la denuncia de la falsedad es bienvenida, es premiada y reconocida. Dudar es importante pero las leyes de Newton no llevan más de 300 años de éxito en todo el mundo sin que haya una muy buena razón para ello: no son leyes negociables. Newton no le pagó a nadie para establecer su verdad o validez. No son el resultado de negociar, son el resultado de pensar e intentar develar su falsedad y no haber sido capaces en el rango de los fenómenos naturales que nos rodean, solo fallan para lo muy, muy grande (el cosmos) y lo muy, muy pequeño, el átomo. Y las personas que adquirieron autoridad para hablar de ellas no son la élite del poder (no siempre al menos). 
   Quizá si entendemos eso le daríamos más voz a quienes tienen mejor conocimiento y más espacio a la ciencia en la toma de decisiones. Nos evitaríamos muchas decisiones mal tomadas a todo nivel y en todo ámbito. Sabríamos no aceptar como buenos planos de obras que en realidad están mal hechos, confiar en los criterios de verdaderos expertos sobre salud, ambiente, agricultura, etc. la forma de saber quién es experto y quién no es que ante las preguntas y los argumentos en contra responden con lógica y basados en hechos y no en autoridad. Uno rápidamente saben quién es quién ese mundo.
   Y tal vez, tal vez, eso sea un camino para ir adelantando en una sociedad que no tema tumbar las otras élites de forma pacífica y no las reemplace por otras que hacen lo mismo que las anteriores pero con diferentes nombres y apellidos. O que nos engañe con que hará lo que no hará para favorecer sus cortes de áulicos y seguir excluyendo. Esto sobre la base de una sociedad que sepa preguntar y exigir pero que entienda que no todo es negociable, especialmente no el conocimiento. Y fundameltalmente, no los principios.



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