Matar Sueños

Toda la vida soñé despierto. En especial recuerdo largos viajes entre Medellín y Manizales en los que podía pasar 8 o más horas soñando sin dormir. En la época de la que hablo estaba estudiando, Manizales quedaba más lejos que ahora de Medellín y había que pasar más de esas horas sentado en un bus para llegar o para volver de allí. Ya en los últimos lustros la acercaron pero antes quedaba muy lejos. Tomaba un bus y ya por Caldas mi cabeza iba en conocer lugares muy raros donde yo iba a ser algo así como un príncipe extraño pero bienvenido. O iba a ganar premios que hasta da pena confesar de lo importantes que eran. Pero lo más importante de todo era que allí, junto a todo eso, riquezas, fama, experiencias memorables, estaría Ella. En abstracto pues no conocía a nadie que tuviera nombre propio y pudiera ser llamada así.

Luego, con el correr de los años, algunos de esos sueños ya eran algo difíciles de cumplir, incluso de soñar. Ya ni siquiera quedaba tiempo de soñarlos... Manizales estaba a solo cuatro horas de camino y apenas salía de Medellín me quedaba realmente dormido. Y soñaba, pero no despierto que a veces pienso que son los sueños que realmente dicen algo de uno. Creo que me volví aburrido para mi mismo o quizá no era tan ansioso o quizá esas y muchas otras cosas combinadas (entre buenas y no tan buenas). El caso es que ya no soñaba despierto en esos viajes o lo hacía muy poco.

Y entonces, curiosamente, aunque mucho tiempo después de esos viajes, llegó ella. Algunos sueños se volvieron al menos parcialmente, realidad. Cosas que quería vivir, caminos por trasegar, calles por andar, sitios donde pernoctar se volvieron posibles y luego reales. No porque antes no estuvieran ahí o antes no tuviera cómo llegar a ellos, sino porque con Ella algunos lugares o cosas adquirían la dimensión del sueño. Los visitamos, los vivimos, los compartimos. A veces nos los inventamos.

Después, un buen día, se fue. Esos sitios volvieron a ser los lugares ordinarios, solo que hoy ir ya no apetece ni ameritan esfuerzo alguno o no se pueden distinguir de cualquier otra cosa. París es París realmente si uno visita París y ve París. Pero si visitas París y solo ves algunas calles viejas o museos cansados, calles y almacenes costosos, restaurantes pretenciosos y gente grosera, entonces París no es mucho más que cualquier otro sitio como Bolombolo. Puede incluso ser peor. Es eso, París dejó de ser París para ir, verlo y vivirlo. Londres no es más un lugar que hoy quisiera compartir con nadie; lo compartí y solo queda un amargo recuerdo de lo que antes no era más que una nostalgia bienvenida y un paseo para no olvidar. 

Así que hay como que esperar que pase a otro momento en que de nuevo algunos sueños sencillamente desaparezcan y no sean más un sueño, ni un recuerdo ni la evocación de un sueño de nada.  Quizá no pase y ya sencillamente haya que esperar que todo se hunda en una especie de capa de polvo y tiempo. 

Sin embargo, de todo lo que perdí, añoro mis sueños. Añoro los sueños de despierto, los del medio día antes de hacer una siesta. Tengo una especie de esperanza de que los sueños puedan ser como esas cosas deshidratadas que un medio día los pones en agua, los reconstituyes y los puedes usar con regocijo. Solo lo digo, no tengo la esperanza cierta de que así sea. 

Cuando pones tus cosas en juego las puedes perder. Ese es el dilema y a veces lamento haberlas puesto en juego. Como todo jugador la única ilusión casi compulsiva es la de pensar qué hubiera sucedido si uno no pierde toda su apuesta... lo que no deja de ser una pregunta retórica. El hecho es que perdiste y la realidad es terca: perder es perder, es perder. La idea es un poco asesina, hay que matar sueños antes que dejarlos morir de desgaste.

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