Los niños me caen gordos
Ayer
caminaba por un centro comercial cerca de casa y mientras pasaba por una de las
plazoletas escuché mientras entrevistaban a un grupo de niños en una tarima.
Una chica les hacía preguntas y un público que no cuesta creer estaba compuesto
de los padres y los familiares de los entrevistados, miraba expectante. Las
preguntas eran las típicas que uno oye en la tele o en otros eventos similares.
Generalmente lo único que buscan es lograr una respuesta graciosa (desde nuestra
experiencia de vida) o algo que nos produzca algún asomo de ternura. Y la
misión de los entrevistadores es pescar esa respuesta, lo hacen con saña, sin
pausa. Los ve uno a la caza como reales animales en busca de su presa. Subiendo
esa escalera eléctrica mientras veía la escena me di cuenta de tres cosas, una
es que esa escena, ese concepto de entrevistar niños, me produce cierta nausea
interna, cierto desorden estomacal que me obliga a huir. Por otro lado me di
cuenta de que me cae mal todo el que se preste para esas escenas: el
entrevistador, los padres, el dueño del centro comercial, todos. Y finalmente
me di perfecta cuenta de que los niños me caen gordos.
No
quiero darle vueltas: los niños me caen gordos. Hay algunos (podrían ser
muchos, quizá hasta la mayoría) que me parecen simpáticos. Que me caigan gordos
tampoco significa que los odie. Sencillamente, en general, me caen mal; como
algunos colegas, como algunos vecinos, como alguna gente que sabe que no me los
aguanto. Los tolero digo, a esos vecinos, esos colegas, esas personas, los
tolero, pero me caen mal. Igual los niños.
Creo
que les hago un favor diciéndoles esto de frente y digo esto de corazón. Nada
distingue más, humaniza más y trata con mayor altura a los demás que cuando uno
les dice la verdad. Cuando uno miente (y toca con frecuencia, más sobre eso en
este blog en 2015) dice, entre otras cosas, a los demás: “you can’t handle the
truth” (https://www.youtube.com/watch?v=5j2F4VcBmeo).
No eres los suficientemente maduro, fuerte, íntegro, tolerante o algo así como
para decirte la verdad completa y de frente. Así que niños, los voy a tratar
como a personas y como mis iguales que son, capaces de soportar la verdad: me
caen gordos. Lo siento, pero ya no soy capaz de más hipocresía, Uds. son como un codazo en la ingle en
general. Digo, los que me simpatizan pues quizá no tanto.
No
les estoy pidiendo que cambien o que me entiendan, nada. Solo que sepan eso,
tampoco es una declaración de guerra alguna, solo que nos digamos la verdad.
Nos caemos gordos, movámonos con nuestras vidas. No hay razones así de fondo,
no hay que darlas, es un asunto interno sin explicación demasiado lógica.
Aparte
de eso, lo que menos tolero, lo que realmente me da una patada en los huevos,
es la versión adulta de los niños. Mejor dicho, el arquetipo que hemos
construido de “Los Niños” es quizá la mayor afrenta a los mismos y a la
humanidad. La que más los disminuye y
ridiculiza. Y esa versión es la que lleva a escenas como las que cuento en el primer
párrafo. Esa idea de que eso es divertido, tiene en su fondo un concepto tan
equivocado que pensarlo es casi intolerable para mí: que todos los niños caben
en una categoría, que son iguales. De que en el fondo de ellos algo los unifica
milagrosamente (por fuera de lo obvio de la edad o la estatura y la lozanía de
su piel) y que hace que se comporten igual o tengan en la cabeza todos lo
mismo. Los adultos es otra categoría pero curiosamente no nos iguala a todos, digamos
que no hay eventos en los que un entrevistador (digamos un menor de ocho años),
arranque a preguntar, micrófono en mano, a un grupo de mayores de 40 cosas
sobre sus vidas mientras un grupo de primer grado (digamos de 2º elemental)
mira expectante e intenta reírse de alguna cosa que digan los entrevistados.
Nadie le sacaría gusto a eso en realidad; sería justo eso: demasiado real y en
lugar de risas esporádicas habría llanto masivo. De pronto, de pronto, a
mayores de 90 podría ser de nuevo pasable; pero no en grupo, los entrevistarían
de a uno y las preguntas serían sobre “lecciones de vida” (otra revuelta del
estómago ante esto); no me caen gordos los viejitos, estos me caen gordos de a
uno y no masivamente.
Esos
bodrios que inventamos con niños solo reflejan nuestro conjunto de prejuicios
sobre ellos: que son inocentes, que son puros, que todo en ellos es bueno y
exento de maldad (lo cual obvio que no es cierto). Eso no estaría del todo mal,
algo evolutivo tiene que haber en ello pero, combinado con nuestras formas
imbéciles de tratarlos, la cosa se vuelve inaguantable. Les hablamos como a
tontos, les hablamos como si fueran una mascota, les hablamos como si fueran
subordinados intelectuales a los que cualquier palabra de más de tres sílabas
hay que decirla distinto, como si fuera imposible dirigirnos a ellos de forma
normal, sin falsear el tono de la voz y pretendiendo una mala pronunciación,
como si no pudiésemos usar las palabras que hemos aprendido. En mi sesgada
opinión, los deshumanizamos. Son muñequitos para la diversión y el
entretenimiento. Quizá es eso lo que me cae gordo, no lo sé. Los padres, bueno,
los padres no los ven así, para cada padre su hijo no es eso, está claro, pero
en esa mirada colectiva sí. Soy padre, luego, lo sé por experiencia personal,
tus hijos te caen bien, no se trata de eso.
Ahora
en navidad el tema de los niños la acaba de convertir en una época para
saltarse, para llegar a enero sin pasar por diciembre, ojalá directo a febrero.
Esos clichés de la “época para los niños” unida a “la alegría de la navidad” la
vuelven más insoportable; para mí solo reflejan que hay vacaciones escolares,
que hay que comprar regalos y hacer un montón de sandeces rituales colectivas o
familiares. Y claro, siempre es posible que la navidad sea buena para la
humanidad, yo no lo creo mucho, pero acepto que es la tradición; se supone que
es un ritual de conciliación, de aceptación, de acercamiento colectivo, no de
la alegría de los niños sino de todos. Yo en lo que puedo aportar es en aguantármela
quejándome solo aquí y aguantando sin gritar esos rituales que me revientan:
adultos presionando infantes para que se diviertan y cosas así.
Pero
la verdad es que no me caen gordos solo en navidad, también en octubre (el mes
de los niños), febrero (los niños vuelven al colegio), julio (los niños salen a
vacaciones), etcétera. En realidad me caen gordos y nada más, toca vivir con
eso, no me manden fotos de niños en a, b o c situación muy tierna o linda. Eso
no va a cambiar las cosas, solo las va a empeorar. Y a los niños de este mundo,
crezcan y me caerán seguramente bien, aunque sospecho no hay uno solo al que le
importe un pepino toda esta perorata o su contenido.
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