La resaca del examen de admisión

Publicado originalmente en el portal de la U de A.

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Estando en una Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y luego de haber dedicado buena parte de mi tiempo a la docencia, al aprendizaje del oficio de profesor y a la reflexión curricular sobre lo que la investigación educativa muestra que funciona mejor para la enseñanza de la ciencias y las matemáticas, me siento en la obligación de hacer saber lo que pienso acerca de lo que observé en el examen de admisión que “acompañé” en estos días, para usar el eufemismo que usamos en la Universidad.
Como muchos profesores, luego de que los estudiantes entregan sus hojas de  respuesta, miré la cartilla de preguntas. Me concentré especialmente en las pruebas de biología y matemáticas, componentes específicos para algunos programas de pregrado y que han sido el motivo de un conflicto costoso para la Universidad; tanto que la ha mantenido entre un paro y un cierre por ya casi un mes.
Total, dado que esa era la razón de toda esta batalla entre directivos y el resto de la comunidad universitaria era necesario mirar qué había en esas preguntas que pudiera incrementar las reservas o desvirtuarlas.
Personalmente lo que vi en esas preguntas me deja deprimido. Es un retroceso gigante en términos pedagógicos para la Universidad. Las preguntas específicas que vi son de una pobreza profunda. Se centran en su casi totalidad en la memoria. Las de biología por ejemplo pedían simplemente recordar los nombres de cosas o procesos (y no solo simplemente nombres vacíos sino el orden de los mismos), sin usar ninguna otra función o proceso cognitivo importante. Las de matemáticas, aparte de la memoria, atienden a una concepción de las matemáticas en la que la persona aprende mecánicamente las tareas de reemplazo de variables y otras operaciones puramente operativas y procedimentales. No hay en lo que leí ningún proceso cognitivo como la inferencia, el análisis, la síntesis, la argumentación o demostración o el uso del pensamiento formal.
Nada, solo unos ejercicios que hemos oído miles de veces que no son el objetivo de la educación moderna. Por esa razón nos han dado miles de charlas y conferencias acerca de lo que no se debe hacer en clases y exámenes, como el uso mecánico y memorístico de resultados, la ejecución de ejercicios estrictamente operativos (multiplicar, sumar, dividir) con aplicación también mecanizada de definiciones muy básicas. De resto, aquellos procesos cognitivos que realmente servirían para intentar elucidar la probabilidad de que un estudiante pueda tener éxito en la Universidad quedaron por fuera de esas preguntas específicas.
La Facultad de Educación y la de Ciencias Exactas y Naturales, una como conocedora en profundidad de lo que describo en el párrafo anterior y la segunda como conocedora de las ciencias específicas evaluadas, deben pronunciarse y rechazar esta prueba retrógrada y empobrecedora.
Aparte de lo anterior, genera muchas dudas que las pruebas de razonamiento lógico ya existentes (de las cuales había en la prueba una componente) contienen una mejor combinación de conocimientos y competencias en pensamiento combinatorio, espacial, geométrico y numérico, lo mismo que en inferencia, síntesis y análisis. No tiene razón de ser haber cerrado la Universidad para imponer una prueba de semejante pobreza. La duda que igual me queda, como profesor y funcionario público, es quién diseñó y quién aprobó, validó y avaló esas preguntas.
Esto porque espero que en una Universidad con facultades de Educación y Ciencias Exactas y Naturales haya personas que sepan mejor cómo hacer esta tarea. Pero pareciera que no se les ha convocado y, como nos temíamos, todo esto es el resultado de la imposición seguida por una improvisación que produce escalofríos. Y el temor, el mayor temor, es que sean los estudiantes las principales víctimas de esta improvisación, algunos de los cuales quedarán sin educación superior producto de semejante irresponsabilidad. El daño causado lo pagan los candidatos que ayer se presentaron y no pasarán porque la prueba específica citaba cosas que su memoria no logró recuperar independiente de su inteligencia y capacidades. El daño al final lo paga la comunidad como un todo.
Pretender que esas preguntas específicas puedan ahuyentar el fantasma de la deserción es una contradicción profunda con todo lo que muchos con esfuerzo hemos aprendido sobre el aprendizaje y la educación superior. Ahora me gustaría preguntar si el Consejo Académico tomará esas preguntas y las evaluará, así como los procesos que llevaron a ellas y las consecuencias que traen para volver a abrir la discusión sobre esta situación en la que nos hundieron la arrogancia de unos y la superficialidad de otros. Uno espera que no nos salgan con que estas preguntas tienen algún halo de secreto, esas preguntas específicas las encuentra uno en los peores libros de 9o, 10o y 11o. Esos que hemos condenado por inútiles para la formación y el desarrollo del pensamiento crítico. Peor aún, las encuentra uno en esos textos que venden para “preparar” las pruebas Saber Once o algo así. El miedo es que el Consejo Académico no hará esta tarea, inmerso como está en eso, la falta de pensamiento crítico.

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