La gente normal

Desde que empecé a leer, y no me refiero a las frases de los libros de la escuela, sino desde cuando alguna vez decidí que iba a leer y empecé a consumir libros, empecé a odiar a la gente normal. Hoy no usaría ese término pero en su momento ese era el verbo: odiar. Quizá peor pues menospreciar está por debajo. Como digo, hoy diría otra cosa. Lo que no cambia es que lo normal (diciendo eso respecto a la la gente) se compone de cosas que no quiero para mí o peor, que encuentro ajenas, repelentes, si no dañinas y nocivas. No sé quién es la gente normal: no sé qué quieren, no encuentro nada qué decirles. No tengo forma intuitiva de relacionarme con ellos que no sea la simpatía pues son humanos, pero no hay eco en mí ni resonancia alguna con mis propios pensamientos o condición. No creo que entiendan el dolor, no creo que sepan (más allá de una sensación superficial) de la tristeza, no creo que sean capaces de comprender el silencio. La gente normal, como cualquiera, merece mi general simpatía (empatía) y esas cosas, pero este escrito es para decir que no los aguanto (hubiera dicho antes que los detesto). 

En mi vida, aparte de mi familia, nunca me he rodeado voluntariamente de gente normal, casi nunca para ser precisos. Todo el mundo que ha sido cercano ha sido cualquier cosa menos normal, con unas pocas excepciones producto de los obvios errores de criterio con los que manejo casi todo en la vida, especialmente lo que tiene que ver con las relaciones y lo emocional.

La gente rota, la gente con problemas del tamaño de catedrales que aparte ni ellos mismos entienden, esa es mi gente. La gente disfuncional, que sufre, que está aislada o que se aísla ella misma, que explota en oleadas de dolor sin saberse de dónde, esa es la gente que va conmigo. Ningún héroe es normal, eso es lo que entendió Stan Lee. Desde la tragedia griega, nadie es normal y al mismo tiempo protagonista. Excepto en los drama. Como en las telenovelas, el drama es para la gente normal. Y no es para mí. 

Desde que lo leí me aprendí de memoria las recetas (citas) de Henry Miller para conjurar a la gente normal que tengo al frente y debo escuchar. (Escojan el Trópico.) Los personajes en mi cerebro son los de Malcom Lowry, J.D, Salinger, Ingmar Bergman, Jean Genet o Samuel Beckett. E históricamente mucho más Beethoven que Brahms o mucho, mucho más Wittgenstein que nadie. No que no aprecie lo que todos hicieron, sino que me relaciono mucho más con una sonata de Beethoven que con cualquier cosa de Haydn.

Por eso estoy siempre ad portas de tomar decisiones estúpidas en lo que demanda una respuesta emocional mía. Buscar a la persona que me hace daño, ir en la dirección exacta que marca una caída, en fin, tomar caminos solo por el placer de saber que lo viví y fue penoso. Porque siempre es penoso al principio, durante o al final. Tengo el extraño don de sentirme atraído por la gente que ha sufrido o sufre daños y de atraer a algunas de esas personas. A veces llenas de ira y dolor que no se ven a simple vista pero que, una vez rayada la superficie, afloran, a veces solo para mí como privilegio dudosamente exclusivo. Aun así lo que veo es más interesante que la pasividad y la aceptación.  

Lo más extraño es que no falta el día en que piense que me gustaría sentirme atraído por alguien perfectamente conforme con todo... porque lo otro no viene libre de montones de conflictos y tensiones, cuando no lágrimas. Pero eso dura hasta que me siento a conversar con alguien así y no encuentro sino el más abrumador silencio en mi cabeza, una falta total de frases que decir, de ideas. Un silencio interno que me hace salir huyendo. En esto, la solución en realidad es la soledad y lo sé.

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