17,459: Una Cifra para Pensar

Es sencillamente trágica. En el año 2010 murieron en Colombia ese número de personas por homicidio según publican los periódicos. Es un número que debe ablandar el corazón de cualquiera y poner a pensar a cualquier persona. Es incomprensible que una persona mate a otra, pero llegar a que en un país con 45 millones de habitantes cada año mueran todos estos seres humanos por asesinatos, es francamente inaceptable. 


Una vez en alguna discusión al calor de una cerveza alguien decía a mi lado que en el Reino Unido también había crimen y de alguna manera insinuaba que éste no era un mal propio de nosotros los colombianos. El hecho es que U.K. tiene unos 60 millones de habitantes y si mueren mil al año es demasiado. Uno es demasiado pero bueno, mil es una cifra grande. ¿Qué decimos de mas de 17,000?  Confrontarse con la realidad de que los colombianos optamos mucho más frecuentemente a eliminar al otro para zanjar las disputas o las deudas o la frustración o buscar mejorar de alguna forma nuestra vida debería figurar muy arriba en nuestras prioridades como nación y no lo está. En esas prioridades figura ser campeones mundiales de fútbol, tener otra Miss Universo, un campeón de algo (cualquier cosa sirve), pero no el dejar de matar gente.


El punto es que si no es para eso, para mejorar nuestra posición o nuestra vida, entonces ¿para qué matamos a otro? ¿En qué perdido gen de nuestra raza o cultura estará la diferencia que hace que nos cueste tan poco acabar con una vida, con un sueño, con el hermano de alguien o el padre de alguien? Es una respuesta que seguro muchos han intentado explicar y que yo en mi ignorancia conozco solo unos pocos intentos de respuesta. Pero me temo que nadie ha sido muy efectivo en encontrar esa explicación y peor aún, encuentro en muchos argumentos más justificaciones para que eso sea así que rechazo. Justificaciones a su vez pobres y lamentables.


La pobreza la viven países como Gambia y otros africanos y mucho peor que la nuestra. Y sin embargo sus tasas de muertes violentas están lejos de las nuestras. Pobreza y desigualdad hay en otros países latinoamericanos, más o menos igual de peor a lo que nosotros vivimos, pero no vemos en ellos tampoco la facilidad para recurrir al asesinato como forma de resolver nada.


Podemos sentarnos a buscar otras razones históricas (una guerra que nunca acaba, la codicia, la inacción de la justicia), pero no podemos seguir pensando que eso es de alguna manera justificable. No hay razón humana posible que pueda justificar que hayan muerto 17.459 personas en 2010 a manos de otro. No puede haber más aceptación de dichas cifras.


Nos decimos en consolación tan lamentable como las justificaciones, que hace diez años las muertes por homicidio eran 25,000 o más. Es cierto, la situación era peor en ese sentido. Pero no hay en ello lugar para el regocijo ni la tranquilidad. Tenemos como país que sencillamente buscar formas realistas y claras para salir de ese túnel y no sentarnos a esperar que las cosas se arreglen solas. Cada uno de nosotros tendría que armar un calendario y una agenda para cumplir en este sentido. En lo que hacemos cuando nos agreden, en lo que hacemos cuando alguien agrede a otro, en lo que hacemos y pensamos y decimos de los demás todos los días, en la falta de respeto hacia los otros, en cómo respondemos a esas faltas de respeto cuando son dirigidas hacia nosotros, en lo que hablamos con amigos y familiares al respecto. En lo que decidimos hacer o dejar de hacer para no prologar este estado de cosas. 


Aunque finalmente si cada uno se compromete a no matar y cumple, no habrían asesinatos (más o menos eso es así, no solo es ley sino uno de los diez mandamientos que este país tan cristiano acepta), sabemos que algunas personas se sienten por encima de esos compromisos. Eso pasa en todas las latitudes; luego, hay algo que es propio de Colombia que nos lleva a que la salida siga siendo esperar que las cosas se arreglan con la eliminación del otro y a los demás a esperar que esa situación se arregle sola. No se trata entonces de que cada uno de nosotros, de dientes para afuera, asuma ese compromiso ya contraído sino de hacer cosas como comunidad, como sociedad, que nos protejan de seguir en ese camino en el que la muerte campea por este país casi inalterada. Y entonces es en esa agenda de cosas por hacer, de un calendario por cumplir, en el que cada uno tiene que participar desde su ya pre-establecido compromiso. Y no solo es no matar a otro, es respetarlo, escuchar sus argumentos, aceptar la acción de la justicia para dirimir conflictos... ¡son tantas cosas que tendríamos que poner ahí! pero el que sea tan difícil hacer la lista es ya un síntoma de los difícil que es resolver el problema. 


Sin embargo, difícil o no, es con acciones que a veces lucen simples, con las que podemos resolver este aterrador estado de cosas: es con aceptar que nada merece la pena de muerte, que no estamos por encima de nadie ni por debajo de nadie, que las soluciones las podemos y debemos buscar en un lugar distinto a la violencia y que puede ser mejor una mala solución en la que todos vivan que un conflicto que acabe con muertos. Que es mejor una mala solución en la inclusive perdamos un bien o nuestro nombre no salga muy bien librado a una en la que pierde toda la humanidad y especialmente nosotros como nación.


Poner esto como prioridad por encima de campeonatos o reinados, a la par con la producción de equidad y justicia, debe ser un primer punto de esa agenda. Sin embargo, leemos esa cifra 17,459 y no pestañeamos. 


ps. Y no se trata de hacer actos simbólicos, participar en "marchas por la vida" o lucir camisetas blandas e izar banderas. Se trata de pequeños actos concretos minuto a minuto, día a día. Es tener el valor de decir la verdad sin ofender, es tener la decencia de oponerse a la indecencia a través de la justicia, floja o por fallida que a veces es. Es usar al Estado para lo que se supone que es, no para despilfarrar lo que es de todos, sino para que haga y brinde seguridad y justicia, así una y la otra fallen con frecuencia, a veces incluso por culpa de sus agentes. La insistencia y la persistencia en demandar al Estado y quejarse debidamente de sus fallas, creo, ayuda mucho más que dejarlo de usar y apelar a la justicia por propia y mano y la restitución por la vía de la venganza y no de la reparación legal.

Comments

Popular posts from this blog

Poema de William B. Yeats

Las campanas de El Jardin, Antioquia