De la Inexistencia de la Justicia Divina

Nuestra formación religiosa tiene en general un gran impacto en cómo tomamos los estremecimientos, sismos y fracturas a lo largo de la vida. En cierta forma, no todos los preceptos de comportamiento cristianos son deleznables. Sin embargo, también en general, son en alguna medida un engaño que nos permite asimilar lo que nos encontramos en el camino, especialmente los accidentes y catástrofes. En particular, sobra decir, fui educado en la religión cristiana, apostólica y romana, nada qué hacer, y esto tiene un impacto en mi visión del mundo y en el conjunto de herramientas para enfrentarlo y vivir.

Las catástrofes llegan en diferentes sabores y colores. Las naturales o las humanas, las materiales y las sentimentales. Y cada que una catástrofe nos afecta, un cataclismo de un tipo u otro, nos preguntamos casi siempre en desespero por la justicia que eso representa. El que no hayamos hecho nada para "merecer" un daño o el dolor y aun así tener que vivir sus consecuencias y su impacto a veces terrible. Y en que, si hay causas humanas en el dolor, no vemos justicia a la mano que nos ayude a superar el estado en que estamos.


Cuando nos hieren, especialmente, cuando nos hacen daño, solemos hablar de "la vida" como una fuente de restitución y balance en el mediano y largo plazo. Una especie de madre correctora que nos brindará la oportunidad de ver restituido lo que perdimos, resarcido el daño y repuestos del dolor mientras nos mostrará que herir se paga y que aquellos que nos han hecho daño pagarán de alguna forma su maldad o su falta de humanidad o egoísmo. Ese sentimiento en muchas formas nos ayuda a sobrellevar la amargura de saber que alguien nos ha traicionado o actuado mal o ha faltado a sus promesas o principios.

La realidad es, sin embargo, muy otra. No hay tal restitución. No hay un "la vida" que restituya el equilibrio o nos de razón para el dolor presente, o nos resarza los daños o en la realidad restaure el balance. Aquí "la vida", lo existencial, reemplaza lo divino, a Dios. Para muchos dios es aquella fuente de restitución y equilibrio, de justicia, finalmente. "La vida" en ese sentido no es otra cosa que un ejercicio de dios para hacer y distribuir su voluntad, ya no después de la muerte sino antes de ella. De que vivamos el cielo o el infierno en pequeño y antes de morir o de imaginarnos que otros padecen uno u otro en razón de sus actos en esta vida, sin esperar a la próxima.

(Entre la maldad y el egoísmo media la psicopatía. Lo que se necesita para que el egoísmo se convierta en maldad es la falta de empatía por el otro, la simpatía por su situación o sus experiencias dolorosas. Es la solidaridad de no querer ver sufrir otras personas la que nos previene de hacer muchas cosas. Si no tenemos ese freno el egoísmo natural se convierte en maldad. No creo que los psicópatas sean más egoístas, pero no tienen el freno. Y en ese sentido son un perfecto ejemplo de todo lo que estoy diciendo... pero continúo tratando de no desviarme más.)

Como dije antes, no existe tal fuente de justicia ni tal fuente de restitución. Lo único que existe son las calidades humanas que Tennyson pone al final de Ulysses: "[...] to strive, to seek, to find, and not to yield". Luchar, buscar, encontrar y no ceder. Eso es lo que hace que podamos dejar atrás el dolor, el daño, las consecuencias del mismo y movernos a otro lugar donde no tenga efectos sobre nosotros, donde no duela o no importe, donde podamos mirarlo sin sentirnos de nuevo envueltos en las consecuencias de lo que nos hicieron. O que simplemente logremos verlas como algo que pasó y no pudimos evitar o que incluso escogimos vivir y aceptarlo o mejor aún, usamos como oportunidad para hacer algo distinto o aprender cosas nuevas. Pero no hay un "la vida" que al otro, al que nos hirió o nos dañó, le imparta pesares, penas o le administre el dolor o el sufrimiento por el que pasamos. O le quite o dañe cosas similares a las que perdimos o de alguna forma compense nuestro dolor en el dolor de ese otro.

Con frecuencia quienes nos afectaron tanto viven tranquilamente el resto de sus días, quizá muy bien y sin padecer nada de lo que esperamos que "la vida" les imponga. Otras no, finalmente las cosas que hacemos tienen consecuencias y quienes con tanto egoísmo actúan es posible que vivan las consecuencias del mismo, pero no por un sistema de compensaciones divinas. Es solo nuestra esperanza de que habrá equilibrio, no su garantía. Puede que pase, puede que no. 

Comprometernos con que "la vida" haga lo justo, es comprometernos con una venganza que no puede surgir sino de cierto odio. Y, como decía quizá Borges, el odio nos convierte en esclavos del otro. El odio demanda demasiada energía, que la mayoría en realidad solo mantiene por períodos muy cortos de tiempo. La venganza es simplemente el reemplazo de esa justicia divina por su forma humana, administrada de propia mano. Sentimiento o necesidad que, hay que decirlo, es humana (perdón la redundancia) y a veces también casi justificable. No hablando de la venganza mortal y fatal y desproporcionada sino, digamos, dentro de las leyes de los hombres. 


Aun así hay que aceptar que también la venganza nunca es realmente completa y solo hace las veces de catarsis que quizá nos permita movernos a lo que realmente importa: el dejar de lado y ver que nos movemos a otros propósitos o aventuras, retos o rutinas. 

Así las cosas, nuestro único compromiso es con nosotros, con dejar el pasado atrás, de  buscar nuevos mundos, como Ulises, mencionado en el poema, y vivir nosotros bien. La frase completa de Tennyson es "but a strong in will to strive,..." (pero fuerte en voluntad para luchar...).  Quizá desde ese punto de vista es en el que tenga algo de valor el pensamiento de dejarle a "la vida" hacer su trabajo. Pero sin verificar si lo hizo o no, sin volver cada tanto a chequear si ha sido justa o injusta y si ha hecho o no la restitución que esperamos, si su trabajo ha sido completo. Porque entonces encontraremos dos cosas, que "la vida" efectivamente no existe porque no actúa (que es el argumento de esta nota) o que es terriblemente injusta y premia con frecuencia desmedida al egoísta y al que daño hace. Y, lo peor, al que lo recibe generalmente no lo compensa como uno esperaría. Y si eso no pasa, el concepto de "la vida" es innecesario y superfluo por inefectivo, que es equivalente a que no exista, igual a como no existe la justicia divina. 


Para quien cree en dios entonces esa justicia será después de muertos y para quien no, esa justicia sencillamente no es. En cualquiera de los dos casos nunca es antes de la muerte. Lo que redunda de nuevo en que no hay justicia divina o que de haberla es de tal forma que los humanos nunca podemos entenderla o verificarla. Solo podemos tener fe. Y para los actos humanos y sus consecuencias la fe no es más que un calmante, un paliativo y una fuente de paciencia para aguantar.

Al final, debemos aceptar que quienes nos dañan o hieren viven tranquilos y probablemente bien. De lo que debemos preocuparnos es de que no vivan mejor y eso no por dañarlos y hacer que vivan peor, sino porque el que ellos no estén mejor está en nosotros: somos nosotros los que definimos ese "bien" y ese "mejor", no ellos y ciertamente no dios. Para efectos prácticos, existe solo este mundo y estos humanos, su egoísmo casi infinito y sus intereses y nada más. Pero existe nuestra voluntad, con eso no cuentan la maldad ni sus agentes, lo que en el fondo es nuestra única esperanza de soportar y sobrevivir.


En cuanto al perdón, tampoco creo en él. Perdonar es un verbo divino, pertenece a la esfera de los dioses, no de los humanos. No creo mucho en que los humanos seamos realmente capaces de perdonar como se supone que dios nos perdona. Lo que podemos hacer es olvidar. Y el olvido, de nuevo con Borges, es la única venganza y el único perdón, por más contradictorio que suene. El olvido es el único balance posible, el único que al final importa y la única fuente de justicia.


Creo que el olvido es la última forma de amor al prójimo, quien me daña podrá contar con mi mejor forma de amarlo, el olvido, que es la forma también más elaborada del odio: el desprecio.

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