Acerca de los Males Nacionales...



Estas reflexiones las había puesto en este blog hace tiempo pero decidí hacer algunos cambios y agregar dos o tres líneas más...


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I.

Un diálogo con un amigo nos llevó, nada sorprendente, al tema de la corrupción y en medio de los argumentos y para ilustrar la dificultad de derrotar la corrupción si no es con un cambio cultural difícil, profundo y complejo, puse un ejemplo que quiero compartir. Cuando un niño inglés pierde en un juego, digamos fútbol, solo por decir algo o catapiz por decir otra cosa, una expresión común de frustración en la derrota es "it's so unfair!" es decir, es injusto. Una expresión muy colombiana de un niño en la derrota y que de adultos nos encargamos de propagar es "¡eso es trampa!", que puede ser dicho haciendo pucheros y todas las demás cosas adorables de los niños, pero que sigue siendo contundente. Los adultos la decimos cuando perdemos en juegos aún sin consecuencias.

Encuentro en esa diferencia una forma de ilustrar nuestras dificultades como sociedad para enfrentar al otro con argumentos y no con descalificaciones y nuestra prontitud para hacer juicios sin prueba y confundir nuestro sentir con nuestro pensar.  La injusticia de perder no es haber hecho el esfuerzo y haber sin embargo perdido, sino en que perdimos porque el otro hizo trampa. Cuando alguien gana hizo trampa y su victoria es inmerecida. 

El problema surge porque al perder, de alguna forma, fuimos engañados o se usaron métodos oscuros o juego sucio y esto justifica no aceptar las derrotas, no tener que hacer entonces el esfuerzo de una auto-crítica, aceptar nuestras limitaciones y, finalmente, aceptar la buena fe del otro y su victoria y prepararnos quizá mejor para la próxima. Al pensar que siempre perdemos mediante trampa, el otro no merece confianza, no hay fe en su buena voluntad, honestidad y honor. 

La segunda parte de este argumento es que aceptamos que nos digan eso. Aceptamos que nos digan "¡hizo trampa!" como si fuera un chiste, una carantoña y un puchero adorable. Y no, no deberíamos aceptarlo y no deberíamos permitir que se ponga en duda la honestidad de lo actuado o la buena fe. Crecemos entonces algo así bajo la sospecha permanente de tramposos y es ya común que asociemos el éxito con la trampa. No hay forma de tener éxito si no es mediante trampa. El dinero que alguien acumula generalmente atrae dudas y cierta sanción y desconfianza.

Me temo que no faltan aquellos para quienes se vuelven casi sinónimos el hacer trampa y el tener éxito y gozar sus frutos: el dinero o la fama, el poder, etc. Y peor aún, hay un viceversa en el argumento: haciendo trampa (que todos hacen) reparamos la injusticia y llegamos ahí, al éxito, condición que de todas formas no dejamos de añorar. Aquí un error de pensamiento crítico, confundimos los efectos y las causas.

II.

Siguiendo en la misma línea del punto anterior, es común en nuestra cultura echar la culpa a los demás. Nunca es culpa nuestra ni nuestra responsabilidad. La culpa es de los otros, de una u otra forma. Es decir, tenemos mucha dificultad para asumir nuestra propia falibilidad y nuestras limitaciones y las consecuencias que de ellas se desprenden.

"Es que..." empieza una frase de una disculpa. Y siempre hay alguna disculpa, alguna razón hay para un error o cualquier actuar cuyas consecuencias no sean buenas. Generalmente la respuesta no es "Ud. tiene razón y asumo las consecuencias", sino "es que..." y sigue una razón. ¿Por qué? quizá nuestra tradición religiosa hace que temamos la mano demasiado castigadora de dios. Nuestro dios, valga la pena decir, es un dios vengativo, hasta un cierto punto arbitrario, que usa sus propias reglas y cuyos castigos son en general desmesurados. Así que hay mucho que temer por cuando pequeñas causas (pecados) traen grandes consecuencias (castigos).  Nuestra idea de dios no suele ser la de un tipazo, un dios magnánimo y generoso que nos puede juzgar con una mano mucho más blanda que nosotros mismos. Nuestra iglesia no nos vendió esa idea y tememos las consecuencias.

Por demás, históricamente, supongo que para esclavos e indígenas o cualquier excluido del poder y sus círculos, los dueños y amos eran dioses en miniatura (en caricatura, si no fuera por lo despiadados) que, alineados con el dios en jefe, no miraban con generosidad la falibilidad humana. Y las consecuencias eran de temerse. Para seguir en esta idea, los amos heredaban como mini-dioses varios poderes: el de saberlo todo (de cara a aquellos de menos alcurnia), el de juzgar sin necesidad de prueba ni fórmula de juicio y el de condenar, aparte, obviamente, de la infalibilidad. Esa despiadada arrogancia en las élites de un tipo u otro nos impulsa a mentir y evitar la culpa ya que, si la élite es puesta ahí por dios y hereda de alguna forma esos poderes, lo mejor es no ser nunca el culpable para no caer en desgracia y temer penas desproporcionadas y arbitrarias.

En otras palabras, tememos la justicia humana. Desconfiamos de la misma y tememos y desconfiamos de quienes la representan, las razones por las cuales la representan y las causas justas o no, que puedan tener contra nosotros. Mas kafkianos que Kafka, endilgamos arbitrariedad sin par al sistema y eludimos asumir la culpa de cualquier cosa, lo negamos todo, no tuvimos qué ver.

III.

Hace un montón casi incontable de años me tocó por "desparchado" sentarme a conversar con unos monjes españoles que estaban de paso por aquí. Los primeros extranjeros que conocí. En unas y en las otras, preguntamos lo que se suele preguntar a quienes visitan y después del típico ¿qué es lo que más le ha gustado? llegó el obvio ¿qué es lo que menos le ha gustado? La respuesta me sorprendió: la mentira. Nos dijeron que los colombianos somos mentirosos.

Decimos mentiras para tapar la culpa (ver el punto anterior) y decimos además mentiras para tapar lo que realmente pensamos de algo; terminamos mintiendo inútilmente.  Es decir, mentimos aún cuando nada demanda mentir, no hay nada por lo qué responder y nada qué ganar en la mentira, excepto no tener que hacer críticas de frente o decir las cosas mirando a los ojos.

Un par de décadas después estaba empacando maleta para ir al exterior por primera vez y le pedí a un profesor y colega consejos útiles. Era la primera vez que salía del país, era la primera vez de muchas cosas y obviamente tenía temores de no saberme comportar y hacer demasiadas estupideces (más de las usuales). Lo que me recomendó mi profesor fue:

a. Llevar media botella de ron y un cassette (no habia mp3) para que cuando a las dos semanas de estar por allá me preguntara qué diablos me fui a hacer, me emborrachara escuchando la música que conocía, y

b. No decir mentiras.

Pude verificar la validez de ambos consejos de primera mano y siempre agradeceré los dos, pero especialmente el segundo. La cultura basada en la confianza, en el creer que uno y el otro tiene más que perder al decir una mentira, es uno de esos cambios profundos de que hablo más arriba y que necesitamos. Mientras no derrotemos la inveterada costumbre de mentir y de justificar la mentira en otros, no encontraremos un camino hacia el desarrollo. La mentira surge del miedo y la desconfianza. Vencer el miedo y la desconfianza son pilares de progresar.

La mentira está inmersa en la política, en la sociedad, en la empresa, en lo que emprendemos y todo lo contamina, lo vuelve costoso, lo vuelve injusto e invalida su vocación de progreso. Nos impide confiar y nos quita el ánimo de creer. Sin fe en nosotros y confianza, no hay un colectivo que tenga al menos unos propósitos comunes y sin ello no hay desarrollo posible.

IV.

El relativismo ético. Es extraño pero una de nuestras frases celebres viene del menos esperado de los contextos, el de la física: "todo es relativo", decimos unas veces y otras veces decimos "todo depende..." y eso nos sirve para dejar en entre dicho cualquier cosa. La que sea. Efectivamente nos permite no tener que asumir responsabilidades, hacer juicios y obrar en consecuencia, ajustarnos en general a unos principios declarados por nosotros mismos ya que, digámoslo de una vez, los principios son relativos pues son parte de ese todo que es relativo.

En física la relatividad expresa que un observador es tan válido como cualquier otro. Llevado a otro contexto tiene una cierta implicación democrática que podríamos poner en términos de que nuestros juicios son tan válidos como los de cualquiera. Sin embargo, fuera de contexto y sobre todo de conocimiento, el espacio para la arbitrariedad es enorme. Porque la física también enseña que, dado que todo observador es igualmente válido, las leyes de la física se deben escribir y formular de tal forma que todos los observadores estén de acuerdo con esas leyes, con los hechos y con el ordenamiento causa-efecto. Pero esta segunda parte se olvida cuando se dice el manido "todo es relativo". Lo tomamos más bien como que siendo cualquier observador válido, yo puedo decir lo que se me venga en gana sin preocuparme por la validez y sin tener que tener muy en cuenta lo hechos y las leyes las escribo como me place. Nada más contrario a la Física de donde parte.

En el terreno de la ética, el relativismo implica que nuestros principios no están claros sino que los acomodamos a la necesidad. Si nuestros principios dependen de la ocasión, los podemos deformar a lo que nuestro corazón dicta y no a lo que la razón implica o las consecuencias demandan. Eso por no hablar de que a veces los cambiamos retrospectivamente... cualquier cosa antes que aceptar errores, responsabilidades o consecuencias. 

Desde ese punto de vista, no tenemos que enfrentar las controversias incómodas, las rupturas y los juicios de valor que no nos gustan. Si mi mejor amigo comete un delito, digamos roba a una institución pública y yo tengo como principio el no robar, debo condenar a mi amigo. Si, sin embargo, lo hago relativo, podré decir que no tenía opción, que las cosas dependen de las circunstancias, evitando el dolor que implica tener que asumir una posición más apegada a los principios pero menos apegada a los afectos.

Si los principios no son negociables y la ética no es relativa, su ejercicio es mucho más arduo y a veces casi inhumano. Nadie quiere seres inhumanos, pero sí necesitamos unas formas sociales que no relativicen lo que no tiene relativismo. Matar, robar, secuestrar, son crímenes que nada justifican, ni la pobreza, ni la ignorancia, ni la falta de oportunidades. Podemos a veces fallar como personas, pero no tan frecuentemente como sociedad.

V.

No sabemos qué es la crítica. Las críticas son contra nosotros, son personales y el juicio es personal, independiente del argumento.  Quienes nos critican nos envidian y nos quieren hacer daño. Su motivación no es el bien común, enderezar el rumbo perdido o repensar nuestras políticas o procederes, es sólo el juego del poder (que lo puede haber), sólo el odio (que lo puede haber) y la malquerencia general (que también la puede haber). De esta forma, no escuchamos con cuidado para descartar lo que venga del odio y aceptarlo que hay de verdad en las críticas que nos hacen.

Es un tema muy comentado y que no dejamos de notar: nos cuesta aceptar críticas y, como nos cuesta recibirlas, nos cuesta hacerlas. Es decir, se ve mal criticar y se siente mal ser quien critica. Lo que es peor, nos inventamos la disculpa perfecta: escuchamos críticas siempre y cuando sean "constructivas". Es decir, siempre y cuando vengan aguadas, con miles de píe de página y aclaraciones que las desvirtúan. Y si notamos que no hay mucho de lo que nos dio por llamar "constructivo", nos desentendemos tranquilamente.


Y de todas formas, cuando alguien osa hacer crítica el asunto es personal; hay muy poca posibilidad de que uno de nosotros escuche una crítica y luego salga con el mismo colega que le criticó a tomarse un tinto con tranquilidad... pues si nos critican o nos señalan un error, son nuestros enemigos.  Eso nos lleva a que, aunque hay cosas que sería mejor oír de los amigos, raramente nos las dicen los amigos y las escuchamos de los enemigos y generalmente en las peores circunstancias.


En la escuela, el colegio y la universidad, se vive con demasiada frecuencia: perdemos la materia porque el profesor no nos quiere, es nuestro enemigo y no nos quiere entender. Y si nos corrige, caiga la ira celestial sobre quien lo hace, porque no es que nos enseñe, sino que nos critica y eso no está bien. ¿Cuándo cayó nuestro sistema educativo a ese nivel? ¿No debería ser allí donde aprendamos a escuchar las críticas?

Esa dificultad hace también que nuestros líderes se rodeen generalmente de gente que les dice lo que quieren oír y no lo que realmente pasa o piensan los demás. Así, no se rodean de funcionarios que les cuenten que algo no funciona sino de empleados que masajean los datos para que hagan pensar que las cosas van bien, aun si no lo están.  Y si algo no funciona y alguien se los hace saber... uhm! es de la oposición que los quiere destruir;  eso no es "constructivo".


El nivel de debate se da conforme a la jerarquía pues además (ver punto anterior) ésta refleja una cierta voluntad divina que viene con la infalibilidad. Estar arriba en un jerarquía es una muestra de que dios me quiere o me reconoce mis cualidades y me da el poder. Adicionalmente quienes están arriba en la jerarquía es porque bien sea que han hecho trampa para llegar ahí (ver punto uno de esta nota) o que dios los puso ahí. Así que las críticas de aquellos de escala jerárquica inferior son destructivas, las de los superiores constructivas o ambas producto de la envidia o la ignorancia. A medida que subo en la escala me quedo solo no porque tengo que tomar decisiones difíciles apegado a unos principios, sino en que nadie al rededor dice la verdad.


En alguna ocasión estuve ayudando en programas de educación y el gran jefazo quería saber cómo iban las cosas. Entre los dos mediaba otro funcionario que hacía cambiar todos los informes para que reflejaran solo la media verdad de que algunas cosas iban más o menos bien. Mientras tanto la dura realidad era que no todo era así y muchas cosas seguían igual de mal. La consecuencia de esta deshonestidad la sufrieron quienes no pudieron recibir el beneficio de los proyectos y programas que se hubieran podido hacer para mejorar porque, al ir tan bien, no hay nada qué corregir y esos programas o proyectos no pasaron de una idea en la cabeza de alguien en el segundo nivel jerárquico.


Quizá y aunque solo fuera por esa razón, debe haber rotación política en los cargos, para que por breves períodos quienes están al frente tengan una versión de la realidad más próxima a la realidad misma y menos mediada por lo que quieren escuchar. Claro, esta idea nos llevaría a hacernos la pregunta de ¿qué es la realidad? pero no entraremos en estas profundidades.


VI.


Que tenemos la catedral más grande de no se qué material, que somos los amables, los más ____ del país, del continente, del mundo entero. En el espacio en blanco uno pone una característica y ya está. Nuestro himno nacional salió elegido (¿por quién? ¿dónde? ¿cuándo?) como el segundo más bonito del mundo, que X o Y cosa es única en Colombia, el Mundo. ¿Cuántos mitos de estos tenemos rondándonos?


El hacer esos mitos y creerlos es ya de por sí lamentable por la falta de crítica con la que se leen, pero defenderlos contra toda evidencia y rechazar que nos corrijan (ver el punto anterior) es, para decirlo de una vez, un provincialismo rayano en la tontería. Pero es cierto, nos creemos que este rincón del mundo no es un rincón, sino EL rincón. Y a veces ni viajando y viviendo en el exterior nos damos cuenta de ese error de juicio.


Nos creemos por ejemplo que somos amables y dulces y no nos damos cuenta que empujamos en los buses, en la fila del supermercado, en todas partes. Jamás decimos "disculpe" aunque atropellamos, estrujamos, pisamos. Es como si los demás no fueran personas y no tuvieran un espacio personal inviolable. Ni siquiera tenemos muy claro eso del espacio personal.


Lo vivimos todos los días en el tráfico de nuestras calle, nadie sede, no damos la vía, no dejar pasar al peatón es casi una necesidad, un imperativo. Es como un requisito para llamarse conductor. Y sin embargo, nos creemos el mito de que somos muy amables y dulces. No ver la realidad no es quizá tan grave como no querer verla y no recibir críticas para mejorar es nuestra insignia, que llevamos en el pecho con orgullo. Yo soy como soy escuchamos decir a muchos, orgullosos.


No cuesta nada ponerle todo el volumen a la música y obligar a todo un edificio o urbanización a escuchar lo que decidimos nosotros, sin siquiera pensarlo; simplemente tenemos el derecho. Y ¿qué nos da el derecho? para unos puede ser que ya hemos padecido ese mal y entonces, si los demás lo hacen, yo lo hago; tengo derecho. Para otros es que estar alegre es sinónimo de hacer ruido y el ruido es una forma de compartir mi alegría y quien no la comparta es un amargado (emitimos juicios sin prueba alguna). Y para otros es que sencillamente mi necesidad de expresar algo poniendo MI música a todo volumen es superior al derecho que tienen los otros al silencio. En cualquier caso la falla está en vernos como generadores de patrones... los demás deberían ser como yo.


VII.


No parecemos darnos cuenta de que porque otro obra mal eso no nos da derecho a nosotros a actuar igual de mal. Entender eso requiere una ética y una lógica que nos está aparentemente vedada. Esto está en el origen de nuestros "avivatos". El vivo y eso es perversamente bien visto, es el que aprovecha las circunstancias para beneficio personal, solo que no para a revisar si en su camino hacia su logro vulnera los derechos de otros.


Los demás únicamente adquieren derechos en la medida en que los queremos, los conocemos. Darle esas calidades a los demás sin conocerlos, solo porque son personas, nos es lamentablemente dificil. Fatalmente difícil de cara a un país más libre, más democrático, más igualitario. En realidad hay un cierto tufo en esto de que si el otro nos es desconocido cesa de tener derechos, en alguna medida lo deshumanizamos. Si no es persona, igual, humano y no lo reconocemos con derechos, podemos abusar sin que medie dolor alguno ni merezcamos sanción social.


Quizá haya un intrincado camino entre esto y el origen de nuestro conflicto de guerrillas y paramilitares. Fácilmente caemos en la trampa de deshumanizar al otro, de imaginarlo sin derechos. Ese ejercicio de imaginarse al otro sin ese don de ser persona igual nos hace perder de vista rápidamente la dimensión de nuestra propia condición humana. Nos justifica lo que hacemos de forma automática y nos exime de la responsabilidad. Algún escritor (E.M. Cioran para más señas) dice que en cada ser humano vive un pequeño dictador en potencia y cuando le damos rienda suelta nos volvemos Calígula. Quizá recuerde mal la cita.


En inglés hay un término que es difícil traducir precisamente, entitlement. Uno ve todos los días en la calle, en cualquier lugar, el manojo de personas que sienten que las cosas les están escrituradas, son su derecho natural. Y cuando digo las cosas hablo de los espacios, del derecho a hacer lo que quieren, de abusar como les viene a la mente de cosas públicas. Lo vemos en el pequeño oligarca que maneja el gran carro y no respeta la fila, en la señora que trata a todo el mundo como si fuera su súbdito (que no empleado), en el avivato de turno. Hay algo inhumano en ese comportamiento, la personas son peones en el ajedrez del "vivo" y él, el avivato, el maestro que las mueve. No son personas, son cosas para un fin. Y nos pertenecen, lo mismo que el derecho a mover las fichas. ¿Será una herencia de haber tenido esclavos en el país? ¿qué movimiento de derechos civiles nos convencerá de las cosas no son así?


En cualquier caso, vale plantar cara. Es decir, desde que no medie la amenaza a la vida (que todavía pasa) uno debe hacer respetar sus derechos y no dejarse violentar de quienes creen que tienen escrituras sobre algo. Claro, a veces uno se cansa de hacer eso todo un día... el don de la paciencia debería abrir un nuevo capítulo.


VIII. A Manera de Coda.


El subdesarrollo nos lo ganamos a pulso cada día. Con la incivilidad, con la falta de cortesía, de solidaridad, de reconocimiento del otro y sus derechos, con el apego a mitos sin fórmula de crítica, con la descalificación del otro y las disculpas para todo. No es una cosa impuesta desde afuera realmente, es una condición que podemos cambiar cuando una mayoría cambie y reconozca en cada uno no es una cosa sino una persona y la necesidad de ofrecerle garantías y derechos, independiente de quién es, de donde viene o para donde va, de si tiene recursos o no. Eso haría a nuestro país un proyecto más próximo a la democracia.


IX.  A manera de solución.


Estaría bien tener una cura para todos los males... la única que se me ocurre es leer. Dosis masivas de lectura crítica de novelas, ensayos, cuentos, poesía. A mi juicio la lectura es el camino más rápido hacia el entendimiento de los seres humanos, sus valores, sus grandes hazañas y sus devastadoras falencias.


X. Resumiendo (pre - post scriptum o re-coda).


En las pruebas PISA hay una perla que pocos comentan y a mi me encanta. A los estudiantes colombianos les va muy mal en el examen (eso no es lo que me encanta, tampoco soy malvado). El hecho es que nos va realmente mal, más de la mitad de nuestros estudiantes no alcanza los niveles cero, uno o dos, que son los más bajos, en casi ninguna pregunta. En otras palabras un gran porcentaje de los estudiantes colombianos ni siquiera sabe de qué se tratan las preguntas de la prueba. Jamás han escuchado algo parecido. Y sin embargo cuando les preguntan si ellos creen que pueden resolver preguntas científicas o dar explicaciones científicas para los fenómenos que ven, los estudiantes colombianos creen que son capaces de hacerlo mucho más que los finlandeses o los japoneses que realmente saben mucho más de ciencias que nuestros párvulos, como lo muestran en los resultados de la misma prueba.


¿Esto qué tiene que ver? Es que en todo lo anterior encuentro varios elementos que son comunes a los puntos descritos (I-IX). Y el que me llama más la atención es la falta de pensamiento crítico entre nosotros. Pongamos otro ejemplo, en las elecciones a las rectorías de las  universidades colombianas siempre hay digamos unos dos o tres personajes que nadie sabe de dónde salen. Entre los candidatos a Presidente o a Alcalde de alguna ciudad importante siempre hay una o dos personas que nadie ha escuchado mencionar antes. Es posible que sean muy inteligentes y a veces solo pretenden tener un escenario para lanzar un mensaje. Pero en otras y es muy común, piensan que pueden ganar. ¿No es eso parte de una reflexión crítica sobre nosotros mismos? creo que pasa lo mismo que con nuestros estudiantes en las pruebas PISA. No sabemos dónde estamos parados, es decir, nos falta reconocer nuestras reales posibilidades, nuestro real alcance, nuestras limitaciones  y las de los demás, los problemas derivados de nuestra existencia misma, eso solo para hablar de la reflexión crítica sobre nosotros mismos. Porque cuando hacemos algo en ese sentido (el de poner pensamiento crítico de por medio) nuestro juicio es que somos lo peor. En otras palabras, saltamos al otro extremo. Que lo digan los hinchas del fútbol.


Y claro la falta de pensamiento crítico nos afecta donde más nos hace daño: para ver al mundo críticamente desde lo social, cultural, artístico, científico y un largo etcétera. Creo que eso se resuelve leyendo mucho y estudiando y sobre todo, haciendo el ejercicio de usar esas lecturas para ganar humildad frente a lo que no sabemos pero, sobre todo, para ganar voz frente a los demás y para aceptar y escuchar con esa humildad ganada las críticas que nos hacen.


XI. Ahora sí, Post scriptum.

Caigo en cuenta de dos dichos populares en Colombia. "Sálgame vivo aunque me salga pícaro" y "soy pobre pero honrado". Sin comentarios. Y aparte, sale esta maravilla de la viveza criolla... inválidos en USA pero perfectos de salud en Colombia.

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