Gobernanza y Universidad Pública.


Escribo esto movido por la situación de
la Universidad de Antioquia, en la coyuntura 
de escoger su nuevo rector y en apoyo 
de uno de lo candidatos pero también 
como reflexión sobre  lo que eso implica y que 
quizá se pueda extender a otras Universidades...






Una Ética de lo Público Como Base de la Convivencia y el Buen Gobierno.

Una Universidad que ha sido fundada, administrada y financiada con dineros de todos, es el escenario ideal para la pedagogía de lo público; esto en el mejor y más extendido significado de la palabra pues la esencia misma de la educación superior es de carácter no solo público sino nacional. Generar conocimiento, investigar, formar, crear, reflexionar, pensar y discutir las ideas, las obras y el quehacer humano es el imperativo absoluto de la Universidad y esos son bienes que en últimas son del ser humano y públicos por naturaleza, pues solo ganan sentido en la medida en que contribuyen de muchas maneras al mejor vivir de la comunidad.
Es por lo anterior que resulta lamentable que la Universidad hoy haya dado por perdidos espacios y bienes que son de todos, en favor de intereses particulares. Nada traiciona más el sentido de lo público que la puesta de estos bienes y espacios en manos de y para el beneficio de unos pocos individuos. Es por eso que una defensa de la educación pública pasa por una defensa sin tregua de lo público dentro de ella.

Recuperar el diálogo entre estamentos.

El principal bien público e intangible en una democracia es la participación de sus miembros y el uso de la razón y la palabra para la solución de los conflictos y el mejoramiento de la misma. Y es deber de la Universidad de Antioquia no solo formar unos profesionales idóneos en sus conocimientos técnicos, científicos, tecnológicos, históricos, sociales, artísticos o culturales sino también la formación de ciudadanos y de líderes de sus comunidades. Sin embargo, lo cierto es que estamos cumpliendo esa labor precariamente, nuestra tarea  es restablecer esta tarea y darle realce y sentido, convertirla en el eje del Alma Mater.
Para eso, en primer lugar, la Universidad debe implementar el uso del diálogo entre todos sus miembros para buscar su norte y construir su destino. Diálogo no significa negociación permanente, sino una construcción en la que todos desde sus diferentes visiones puedan participar y acepten que su crítica o sus propuestas a veces prevalecen y otras no. Lo que hemos vivido por años en nuestra Alma Mater es, sin embargo, el abandono del contacto con los estudiantes, con los profesores y con los empleados y trabajadores. Y ese distanciamiento ha tenido consecuencias nefastas para la gobernabilidad de la Universidad; la promulgación de normas que con frecuencia no se cumplen, la falta de compromiso con las soluciones planteadas a problemas que perduran y que afectan lo más íntimo de la institución, la falta de políticas de mediano y largo plazo para mejorar la calidad, la convivencia, el clima de trabajo y todos nuestros procesos internos, son muestras de formas inoperantes de comunicación o la ausencia de una conversación que fluya entre los estamentos. La comunidad universitaria siente en la mayoría de los casos que las decisiones son tomadas por un equipo que en general no consulta los intereses de todos, que no escucha y no se hace comprender cuando necesita explicar.
Dado un clima de esa naturaleza y dadas otras condiciones sociales y culturales nuestras, es viable para algunos el abandono de la palabra y los argumentos para convencernos de la bondad de sus propuestas, siendo remplazados los argumentos por hechos y acciones, con alguna frecuencia violentas. Valga decir y no como justificación, que si las normas y decisiones obedecen a un proyecto del que no nos sentimos parte y si nuestra voz no se escucha, una respuesta infortunada pero común es recurrir a los hechos y en ocasiones a la violencia como forma de expresar los desacuerdos. Hay una necesidad sentida de que todos los estamentos en la Universidad sean escuchados y de que sus intereses sean tenidos en cuenta, aun si las decisiones no son compartidas. La sola existencia de canales para ventilar los desacuerdos nos ayuda a formar no solo una mejor universidad sino ciudadanos que una vez egresen sean quienes en sus espacios propios lleven esos valores al resto de la sociedad.
En segundo lugar, los bienes y recursos públicos deben estar al servicio de todos y ser asignados y usados con absoluta transparencia y apego al principio del bien colectivo y no para el beneficio de una minoría, cualquiera sea su naturaleza; entendiendo que es parte del bien colectivo la defensa de las minorías y la diferencia. Y la Universidad ha fallado en esto al configurar numerosos ejemplos en que intereses de unos pocos priman. Esto no solo daña a la Universidad sino que daña a la sociedad como un todo.  
El origen de otras formas de violencia dentro de nuestro querida Universidad es la peregrina idea de que aquí todo se puede y que basta saber como imponerlo. A eso se responde, de nuevo, con el uso de la razón y la unión de todos alrededor de un proyecto que es de todos.

La convivencia.

Existe la noción de que estando la Universidad formada por ciudadanos colombianos es normal encontrar en ella y de forma proporcional todos los comportamientos, usos y costumbres del país que incluyen infortunadamente violencia y otros fenómenos inaceptables. En ese sentido, se propaga el concepto de aceptar esos comportamientos en la Universidad como algo natural, producto simple de este momento específico de la historia. Es un argumento tautológico al pretender que somos así pues estamos aquí y ahora. Esto constituye una visión pobre de la Universidad al pensarla como un simple corte trasversal a la sociedad colombiana y no pretender de ella algo más o pensar que no somos capaces de lograrlo. Es darse por vencidos en la aspiración de que este espacio esté dotado de una estándar especial, congruente con su carácter especial.
Partamos de la base de que, debido a lo escaso de los cupos universitarios, el ser parte de esta comunidad es un privilegio, cuando menos, académico. A ella se llega por convocatorias en las que cualquiera, con unos mínimos requisitos puede ser incluido, pero que buscan seleccionar a algunos, según sus méritos. De esa forma este espacio es especial y el que cada uno de nosotros en su entorno de vida cotidiano conviva o sobreviva a situaciones de violencia, falta de respeto y civilidad, no es óbice para aceptar que en nuestra Universidad la primera regla es no recurrir a la violencia y a los hechos y que debemos velar porque la civilidad y la ética reinen en nuestro quehacer diario en este espacio.
Es por eso que se hace extraño que en la Ciudad Universitaria aceptemos la criminalidad como una fenómeno normal, que no se respeten las normas en asuntos tan sencillos como el parqueo de vehículos, el uso de zonas peatonales, la eliminación del ruido de eventos sin carácter académico, que atentan contra las tareas elementales de dictar clase o investigar, el daño permanente a las sillas y enseres, la destrucción de los baños y un largo etcétera que cada uno puede mentalmente recrear y que no hablan de un grupo humano que civilmente respeta este espacio y a esta comunidad. Recuperar el uso racional del espacio, el cuidado de los bienes, el acatamiento de normas mínimas de seguridad y movilidad, tiene que ser parte de un proyecto para brindarle a la sociedad mejores ciudadanos y dotar a la Universidad de un ambiente de trabajo en el que se respeta y se valora principalmente aquello para lo que la Universidad se fundó: el conocimiento y el uso de la razón.

La ética de lo público.

Transparencia significa no limitarse a hacer lo legal, sino a administrar con ética y poder presentar y exponer las actuaciones en escenarios donde la comunidad puede preguntar, dudar y proponer. Acorde con lo anterior, debemos comprometernos con el uso responsable de recursos, acorde con prioridades razonadas y discutidas con muchos actores. Comprometernos con la agilización de los trámites para evitar los pequeños poderes inútiles de una burocracia que propende por el anquilosamiento de los procesos para mantener su pertinencia.  Comprometernos con unas formas transparentes y de cara a la comunidad para la contratación, con total visibilidad de los conflictos de intereses de los funcionarios que ordenan el gasto y con audiencias para la asignación de grandes contratos y veeduría de los mismos. Comprometernos con nombramientos basados en los méritos y no en recomendaciones y a evitar a toda cosa las dudas sobre la existencia de clientelas, favores o favoritismos. Comprometerse con el uso de las normas coherente y racional, lógico si se quiere, e igualitario e imparcial.

El uso de los recursos físicos.

Hechas las cuentas, es poco probable que la venta de unas pocas películas ilegales al día alcance para vivir. Lo mismo puede decirse de otras de las tantas cosas que a diario vemos en exhibición en el Campus Universitario. No solo el hecho de que lo que se vende es ilegal sino el hecho de que esto se hace en aquellos espacios (pocos y pobremente dotados) disponibles para que la comunidad se siente a compartir un café y a debatir y pensar en voz alta, son una pérdida inmensa para la Universidad.  Es cierto que alguien puede beneficiarse de unas pocas ventas pero este proyecto llamado Universidad de Antioquia debe buscar alternativas que permitan el uso de estos espacios para lo que fueron diseñados, que la comunidad los recupere y los use para el logro de propósitos universitarios.
No se trata de comprometerse con el sustento de todos los estudiantes o de remplazar las funciones de otros entes gubernamentales como el Icetex, el fondo EPM y otros. Pero si es fundamental apoyarlos en la búsqueda de soluciones a los estudiantes que lo necesitan, de tal forma que, a quienes lo necesitan, les lleguen aquellos beneficios a los que tienen derecho.  El fin más importante es el acceso pleno a esta oportunidad de formarse, el uso adecuado de espacios y el terminar con una cultura de la ilegalidad que lentamente pero con seguridad se apodera de nuestro día a día.
Con ello se llega a una necesidad perentoria de recuperar y dignificar las aulas, laboratorios, talleres y auditorios y toda la infraestructura relacionada con lo académico. No atender esa necesidad quita piso a aquello que muchas veces hemos escuchado de que lo académico es prioritario. Y de paso esa desatención nos quita la autoridad moral para reclamar para todos aquello que ha sido tomado por unos pocos.
No tiene sentido entonces que nuestras aulas no tengan sillas adecuadas, estén mal iluminadas y las goteras de los techos nos arruinen la delicia de ver llover y al mismo tiempo edifiquemos nuevos bloques que pocos usan. Debemos preocuparnos por una dotación pública digna y el uso eficiente de nuestros recursos financieros en pro de una academia fuerte. No se trata de empobrecer todo sino de dignificar todo. El Estado puede y debe poner a disposición de sus ciudadanos un espacio digno para la educación. Seamos gerentes de ese proyecto, no nos sentemos en los muros a observar como nos arrebatan o se pierden lo que ya tenemos.
Mientras no sea la realidad que la ética de todos es de todos y exigible a todos, la Universidad tendrá la imposición y el forcejeo a través de actos no argumentados como una de sus formas de diálogo. Si bien es cierto que no puede pretenderse que todo se resuelva de la noche a la mañana o con la sola selección de un rector, hay formas de dirigir este todo hacia un norte y es en la pedagogía y en el ejemplo y liderazgo donde las soluciones empiezan a encontrarse.

A manera de conclusión.

Solo cuando esté en su lugar un compromiso de las autoridades universitarias con estos principios éticos para el manejo de la Universidad y la convivencia, podrán éstas tomar medidas para aliviar problemas que nos aquejan y que parten de que, de todas formas, el compromiso con el cumplimiento de la Constitución, las Leyes y las normas no es de todos y cada uno y que, ante quienes persisten en usar la violencia, hay que anteponer la unión de los demás alrededor de unos propósitos comunes y unas formas democráticas y limpias de interacción y, si esto no funciona, con la autoridad moral necesaria, tomar correctivos para desterrar la amenaza, el chantaje y el uso de la fuerza.

Los profesores que proponemos este debate y ponemos a consideración de todos estas reflexiones, apoyamos la candidatura de Mauricio Alviar a la Rectoría de la Universidad de Antioquia. Consideramos esto un paso para redirigir este proyecto Universitario de nuestro de nuestro Departamento por un camino académico, cuna del desarrollo y hacia un norte que no es otro que una sociedad solidaria, culta, educada y humana, que pueda cambiar para bien y para la que existe un futuro posible y mejor que el presente que vivimos.

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