Estos días han sido literalmente de mirar p'al techo; al menos el inicio de las noches. El proceso empezó hará como un año cuando conseguí unos binoculares para observar aves (un poco movido por el artículo de Jonatan Franzen que traduje en este blog). De hecho, todo había empezado mucho antes. Cuando era casi niño y me gustaba cuando en casa poníamos un plátano o un banano en el patio, al lado de un pequeño plato con agua. Allí llegaban muchos pájaros a tomar y a comer y a darse un baño. Tener la visita de algún ave extraña era como un regalo efímero, un visitante ilustre a quien ofrecerle algo en una parada de una larga jornada.
Todavía mantengo la curiosidad de observar aves y para ello entonces conseguí los binoculares, tengo la suerte de que por mi casa quedan suficientes árboles como para que sea interesante sentarse a mirar por largos ratos. Alguna noche tuve la brillante idea de mirar para arriba, con poca esperanza. Medellín se convirtió en una ciudad de mucha luz y mucho ruido, mucho adorno y poco fondo y el cielo me temo que es un reflejo de eso. Había desistido de ver estrellas desde hacía mucho tiempo, solo veía punticos que titilaban entre la contaminación y las nubes y mirar solo por recordar el nombre que le ponemos a unos puntos brillantes habia dejado de ser divertido hacía mucho. O mejor, había sido muy divertido en otro tiempo el saberse los nombres que les hemos puesto a las constelaciones y las estrellas, saber qué tipo son en alguna clasificación y poder contar algo de su fisiología y anatomía (o lo que suponemos de ellas, mejor dicho). Pero solo observar lucecitas debiluchas perdió encanto.
El hecho es que dirigí mis binoculares hacia arriba una noche de diciembre y en una dirección hacia la cuál la luz de la ciudad fastidia menos y me sentí entre sorprendido y empequeñecido, como aquella vez en que por primera vez en mi vida fui consciente de estar observando la Vía Láctea. Eso fue hace un montón de años, en que salímos de campamento con amigos. Habíamos empacado víveres (como si sobraran en casa) para varios días. Nos habíamos ido a una zona en la rivera del Rio Chinchiná en Caldas (creo) a la cual para llegar nos había tocado caminar por varias horas. Teníamos solo una casita campesina a la vista y estaba a más de cien metros, al otro lado del río (y entre los árboles), así que no había ni una sola luz a la vista en muchos kilómetros a la redonda. Nos dimos cuenta que la oscuridad era casi total, no había luna. Pero más importante aún, el cielo estaba completamente despejado. Pusimos la carpa de cualquier forma pues asumimos que no llovería (más tarde nos tendríamos que arrepentir de esa decisión) y nos acostamos a mirar para arriba.
Es una experiencia única la de ver la Vía Láctea, puedo entender que alguien quiera tomar alguna medida y poner nombres y apuntar en esta o esa dirección, pero las primeras horas o días, lo prometo si alguien no lo ha hecho, serán puramente emocionales. Ver esa masa de luces es asombroso. Es como si el oscuro del cielo fuera la excepción y no la regla... hoy con nuestras luces citadinas eso es cada vez más difícil de observar. Por una vez uno se siente aplastado por las estrellas. Las cartas celestes, esos mapas de las estrellas que uno consigue en el Planetario local, no sirven para mucho, todas lestrellas brillan, buena parte del cielo está cubierto de un blanco en el que no importa cual es luz es más brillante que cual y en últimas, eso no importa. ¿Cómo se sentiría el hombre hasta la edad media, esos que vivían en la oscuridad casi total (había muy poca luz artificial) cuando, alguna noche, el cielo se abría y podía observar este espectáculo? juzgo que esa sensación no ha cambiado en los seres humanos. Así me volví a sentir por primera vez en años.
Me puse en la tarea de conseguir unos binoculares mejores para esa función y por fin los tuve conmigo hace un par de meses, con la mala suerte de que el cielo ha permanecido casi por completo cubierto de nubes. Pero entre antes de ayer y ayer, al principio de la noche, partes de esa capa de nubes se abren parcialmente y el poder ver cosas que antes no había visto, poder ver que ese oscuro esconde grupos de grupos de puntos brillantes y que más allá en realidad no hay más oscuro sino más luces, es de nuevo sentirse parte de una cosa que es mucho más grande que uno, que nuestra pequeña suerte importa poco y que el universo se sale de las cuatro paredes en que solemos poner nuestra vida.
En fin, solo me asombra que ayer, en una noche, pude observar Mercurio (no lo había visto antes ahora que lo pienso bien y tuve la fortuna de que el sol se puso y de que Mercurio se encuentra hacia el lado correcto de su órbita, de tal forma que queda visible por un rato). También ver M7 (el clúster de Ptolomeo) y el clúster de la Mariposa y mucho más que aun, cosas que no logro ubicar muy bien ni darles los nombres humanos para ellas.
Es extraño como la idea de observar pájaros se transforma en la de observar constelaciones y clusters de estrellas y como ambas experiencias terminan siendo de asombro y de sobrecogimiento ante un universo que nos es prestado por un rato y que tenemos la inteligencia (también temporal) de gozarlo y disfrutarlo. Y asombra que tan poca gente lo disfrute realmente y solo lo usemos para llenarlo de ruido y luces innecesarias que nos hagan olvidar lo pequeños que somos.
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