1997, 2014.

Tengo esta imagen en mi mente: un baño en un local de comidas rápidas en Tottenham Court Road, Londres, 1997. Es quizá un domingo, ya son pasadas las 5pm y este lugar es más bien solitario a esas horas de un día así. El local de por sí tiene cierto aire lúgubre pese a que la marca es famosa. Entro y me dirijo primero al baño y en el inodoro empiezo a notar manchas de sangre. Luego me doy cuenta de agujas y otras cosas que delatan que alguien se ha inyectado heroína en ese lugar. El aire se vuelve más pesado en los pocos segundos que tardo en darme cuenta de todo ello. A la salida, una sensación de depresión y desasosiego. Las adicciones tienen esas connotaciones, asomarse a un abismo y el contacto con lo que creo que Freud llamaría pulsión de muerte, esas cosas laten ante la vista de las consecuencias de la autodestrucción. ¿Qué si uno también sucumbiera? ¿Qué si uno se deja caer? 

Tengo esta otra sensación: Marzo 14 de 2014, Medellin, Campus de la Universidad de Antioquia. Entro igualmente a un baño, uno de esos que son de uso privado. Antes de poder usarlo y en pocos segundos, empiezo a notar guantes de cirugía manchados de negro en el inodoro. Los bordes igualmente ennegrecidos. Y luego veo papel aluminio y canicas de vidrio. Pronto caigo en cuenta. El día anterior ha habido una de las usuales trifulcas en la Universidad y estos son los restos de explosivos y la parafernalia para manejarlos y hacer granadas. Este fue el lugar donde tiraron los últimos restos y se lavaron las manos antes de huir. A mí me entra igual la sensación de desasosiego, otro abismo: la violencia y la intimidación, la adicción a la destrucción. 

Son dos situaciones diferentes que apuntan a la destrucción primero de uno mismo y luego de las cosas y las vidas de los otros, arriesgando la propia. Una situación parece el negativo de la otra, su contra-recíproco. Ambas situaciones me remiten a un recelo por la vida sin control moral, por la vida sin límite y sin límites internos, ambas amenazan desde lugares muy diferentes. Amenazan internamente, te hacen preguntarte a razón de qué uno se controla y no sucumbe o se deja simplemente llevar de los instintos más primarios. Amenazan externamente, ambas implican riesgos para el cuerpo demasiado evidentes. Ambas son cantos de sirena que se oyen desde salidas que no hemos tomado pero que no por eso dejan de estar ahí. De ahí la incomodidad primordial, lo posible negativo, eso que nos pasamos la vida intentando no ver o que pasamos de largo por los controles morales que hemos interiorizado. 

No es gratuito que todo sea en un baño. Los baños son lugares privados, casi pacíficos para nosotros. Para otros, son lugar de ocultamiento, lugar seguro. La seguridad de estar en un sitio con una puerta que sentimos cerrarse y nos permite usarlos en paz es para otros la seguridad de no tener que responder ante el otro. De  eludir la confrontación con la responsabilidad. Lo más extraño, todos los baños tienen espejo. ¿Pensaría algo el drogadicto al salir del cubículo en Londres y verse en el espejo? ¿Qué imagen verían en el espejo los que se quitaron las máscaras y descargaron los explosivos cargados de metralla que por alguna razón no pudieron lanzar o hacer explotar? En ese caso, no es ante el otro, es ante sí mismo que debería responder... quizá la dificultad con esas situaciones para mí reside en que casi estoy seguro que ninguno de los dos se vio en ese espejo y vio una imagen degradada, no hay moral en el máximo de una intoxicación con drogas o con adrenalina.

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