Luz al fnal de un túnel

Esta nota es autobiográfica y quizá tenga el pequeño propósito, como toda cosa autobiográfica, de que yo mismo lo recuerde más adelante. Y también hay una componente narcisista en ello, no se puede evitar, porque una vez escrita uno la puede volver a leer y decir "mirá! están hablando de mí!", sin importar que uno mismo sea el autor. Como en una escena de Mr. Bean en que celebra su cumpleaños, se da a sí mismo una tarjeta y, además, se sorprende con ella. Y luego está el verdadero motivo de escribir las cosas, que en pocas palabras es que a uno lo quieran más, como dice García Márquez; aunque en mi caso lo que logro generalmente es lo contrario o algo cercano a lo contrario: que me crean más serio de lo que soy y más difícil de abordar (que es en realidad fácil, pero he tenido quejas, tengo que admitir).

Hace unos meses pasó lo que pasó y terminé encabezando, junto con otras tres personas, a un grupo de familias en la incertidumbre de lo que pasaría con sus ahorros y patrimonio, invertidos en un edificio deficiente del que ya he escrito mucho. Quedé ahí en parte porque me cuesta mucho trabajo delegar esas cosas, en parte porque tal vez logré ganar algo de la confianza de esas personas, en parte porque no soy tan inútil a la hora de hablar y además soy un poco pesimista, lo que suele ayudarme a mantener los pies sobre la tierra y en casos de crisis a veces eso sirve. También por que por alguna razón extraña he terminado sabiendo leer leyes y normas y puede ser por la seriedad de que hablo en el primer párrafo; para algo tenía que servir ya que tan pocos favores me ha hecho. No lo sé a ciencia cierta. 

Nunca he ganado un solo concurso de popularidad por varias de las razones que ya di y las mismas razones, si fueran buenas, no pueden explicar dos resultados tan diferentes. Por ejemplo, he aspirado a algunos cargos en la universidad y comprobado lo que acabo de decir, mi popularidad es nula o muy baja, la gente me cree demasiado serio (al menos es una de las razones que he oído) y demasiado realista/pesimista; lo de conocer las reglas, lo entiendo. Nuestro país tiene una filosofía tan pobre como pensar que cuando un árbitro de fútbol conoce bien la norma es un problema, o al menos eso dicen los comentaristas deportivos.

En fin, las razones son insondables pero el hecho es que terminé ahí, en ese grupo que tenía la tarea de negociar con unos malos fabricantes de vivienda, pero muy buenos negociantes, la forma y cuantía de lo que nos van a restituir. Y hemos por fín encontrado un acuerdo. Fueron tres semanas demoledoras, de reuniones, de perder la fe, de perder algunas veces la calma, de perder la confianza en el resto del mundo, en la gente. Y al final, por fortuna y no puedo decir los mecanismos minúsculos, logramos un acuerdo de este grupo de negociación con el de ellos.

Debo decir que me sirvió entender, gracias a una persona inteligente que me lo hizo ver en el momento preciso, que esto era una negociación como se hacen todas en la vida. Hay un deber ser, hay una ética y una moral, pero es una negociación para determinar dineros que van a cambiar de manos, términos, cosas que se pueden o no hacer, reglas de juego, tiempos y plazos. Y nada más, podíamos en esa negociación usar los argumentos éticos y morales, el deber ser. Pero esos argumentos solo sirven en la medida en que el otro no se va de la mesa y nos la tira, con otro insulto, para que lo demandemos y nos veamos en 10 años en un juzgado. Así que son buenos esos argumentos, pero no son sino parte de lo que uno puede usar para persuadir. 

Los otros argumentos son simples: los problemas que se evitan, los problemas que se resuelven, el dinero que se ahorran por resolver problemas y prevenirlos, una salida que les permita como seres humanos sentirse satisfechos igual que uno. Aunque cueste trabajo pues uno no los quiere ver satisfechos, para nada. Al final, sin embargo, casi todo es dinero cuantificable. Al otro le importa poco que lo miren feo si mantiene su dinero en el banco pero estará dispuesto a dar más si el problema que se ahorran es mayor. 

Y de la otra parte, están las familias de que hablo: qué les sirve, qué no les sirve, cuánto esperan, cómo cuantifican sus cosas y ahorros, con qué están dispuestos a vivir. Son 50 más o menos y en ese caso, cada uno tenía una respuesta diferente, unas aspiraciones distintas, unos ideales disímiles. Interpretar eso es una tarea de malabares. Es quizá para lo que me ha entrenado la universidad, la existencia, cualquier otra experiencia: esperar resultados inciertos con las personas en escenarios negativos, pero no perder cierta fe a la hora de argumentar y esperar que otros obren razonablemente. Cuando tuvimos un acuerdo y que todavía hubiéramos querido que fuera mejor, teníamos esa otra tarea de entregarlo a los que se iban a beneficiar de él. Y presentarlo de tal forma que le vieran la bondad y también los problemas y luego aceptaran si esos problemas que se ahorraban y se evitaban eran suficiente para que los valores fueran justificables. 

Por fortuna todo salió bien, las familias aceptaron, los negociantes también, los negociadores pudimos bajar la guardia por un día, luego de 21 de estar tensos y casi sin vida propia. En esa presentación hubo un momento en que las personas aplaudieron y sentí que habíamos pasado al otro lado, un alivio al final de todo. Pero el mejor momento quizá fueron las preguntas, cuando todos empezaron a ver como eso que estaban oyendo encajaba con planes de comprar vivienda, invertir, gastar, ahorrar, lo que fuera. Cuando me di cuenta de que estas personas estaban de nuevo volviendo a recrear sus sueños y proyectos. Esa es la parte conmovedora, la razón por la que al final hablé y me reuní con mis compañeros y durante tres semanas de su vida con personas con las que en realidad no me gustaría mucho hablar o compartir. 

Hablo de mi contraparte. Escucharles chistes malos e historias flojas a unos personajes seguramente muy queridos por sus familias pero con una sola misión en la cabeza: mantener su dinero en su bolsillo y en el de sus amigos, punto. Y que para ello usaban cualquier argumento que les pareciera conveniente y cualquier método, empezando por confundir, crear desconcierto y desesperanza. Personas para quienes el deber ser es otro, mantener lo suyo en sus términos y soltar lo menos posible a otros. 

Negociar o no negociar, subirse a un trono moral y quedar con victorias y sentencias hermosas, pero sin ahorros y con diez años de juzgados, o tener esos ahorros y una vivienda y ahorrarse diez años de litigios y estrés, pero no tener esa oportunidad de hacerles ver tocar el polvo de forma directa. Esos son dilemas que tocó ver pasar por delante de mí y de mis compañeros de equipo en todo este tiempo. Tres semanas que espero más o menos olvidar, por eso escribo esto, como ya lo dije: si alguna vez lo quiero recordar, lo leo aquí. 

Lo que quiero recordar son lecciones de persistencia y tenacidad, de poner los pies sobre piso firme antes de dar una patada, de cautela y de controlar las emociones y las reacciones inmediatistas. Nadie me dio un curso sobre eso, nadie nace sabiendo cómo hacerlo. Solo las experiencias pasadas, las lecturas, las escalas de valores y no sé qué más sirven para enfrentarlo. Hay otras cosas que me han dolido más profundamente, pérdidas mayores y eso también ayuda a ver esto con perspectiva, no es el fin del mundo, hay cosas peores y si esas las he pasado, esta también. Pero no tiene que ser así para todo el mundo y entenderlo es parte del equipamiento básico para sentarse a hablar con personajes medio desagradables por tres semanas. Y poder dejar atrás a partir de ahora este episodio.




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