Cocinar y cocinar

Los hombres en la cocina huelen a rila de gallina.
dicho popular colombiano.

Busco en internet esa expresión que acabo de citar y lo primero que sale es un escrito de Héctor Abad:
"A estas alturas de la vida, cuando uno puede encontrar casi cualquier receta por Internet, cuando hay blogs de cocina que son un ejemplo de sabiduría y concisión culinaria, es curioso que para mí la cocina siga siendo un ejercicio privado de amor y de compañía con la mujer que quiero o he querido. Cocinar es pensar en el rito de comer con determinada persona. Cocinar juntos es ir pensando en los placeres que ya casi llegan: los de la mesa y los de la sobremesa. Es convencer a la otra de que ciertos sabores en los que no confía pueden ser maravillosos, y producir en la mente y en el cuerpo efectos insospechados y benéficos. Para entenderse con una mujer, creo yo, hay que entenderse con ella en la cocina y en la mesa, que son el prólogo y la introducción de la cama. Es necesario que nos guste la otra persona, claro, y gustarle uno a ella. Pero tan necesario como esto es que nos guste comer cosas parecidas, y que a ella le gusten nuestros platos, y que a nosotros nos guste lo que ella nos haga. Y repetir, y tripetir. Por eso cuando mi madre dice en su libro que cocinar es un acto de amor, está diciendo algo muy sencillo, incluso muy común, pero muy verdadero." 
Mierda! es justo lo que quería escribir, da piedra que alguien lo hubiera escrito mejor antes que uno. Aunque miento, Héctor Abad solo confiesa su aberración culinaria. Para mi, en realidad, la cocina sí que es un acto de amor: preparar algo de comer para compartir con personas que uno realmente quiere y para que ese compartir implique conversar, mirarse, degustar, sentir entre todos, Pero no solo se limita a la mujer amada, también los amigos y la familia están en ese plan; aunque la mujer que uno quiere suele ser la mejor y preferida interprete de nuestro trasegar frente a fogones, recetas, especies e instrucciones, tiempos y colores, olores y sabores.

Más que de amor, cocinar es un acto de seducción... queremos que nuestros comensales nos quieran. Como decía García Marquez, que escribía para que los amigos los quisieran más, yo creo que uno cocina para que quien come con uno nos quiera más, para recabar amor.

Pero en cocinar se conjugan varios elementos que no dejan de admirarme, no solo el amor que implica, sino la confianza y la generosidad. Estando niño me tocó el último coletazo de las radionovelas en Colombia. Y entre ellas, una llamada "Kaliman, el hombre increíble",  un comic mexicano que aquí hicimos radionovela. Kaliman era un personaje que por alguna razón era del oriente, nadie se preocupaba entonces si era musulman, shií o suní, solo "del oriente", podría ser del oriente de México pero sonaba a algo muy lejano con sabiduría milenaria que transmitir. Pues alguna vez Kaliman en algún episodio dijo "no comas nunca en casa de tu enemigo" y eso se ha quedado grabado en mi mente. Comer en casa de alguien, siempre he creído, es confiar. No en vano cuando queremos acercar a alguien a nuestra vida lo invitamos a comer como muestra de confianza, como invitación a que confíen en nosotros. Comer lo que alguien prepara es confiar en su mano, sus ingredientes, sus intenciones, su experticia, su sabiduría y conocimiento, su tradición, su voluntad y cariño. Y puede que fallen en el producto final (no todo queda bueno) pero eso no implica que nos han traicionado, solo implica que habrá que volver a repetir la experiencia.

De otro lado, la generosidad de quien se sienta y decide abrir su mente y su corazón, no digo en el sentido de invitar, sino en el sentido de compartir: de esperar el turno para servirse, de partir las cosas mesuradamente (aunque a veces lo quisiéramos todo y sufrimos si nos parece que no va a alcanzar), de discutir como partir el último bocado, de repartir el vino de tal forma que todos tomen, de pasarse los alimentos entre quienes están en la mesa. Comer siempre signica dar un poco por parte de todos, ceder. Es siempre una tregua.

Y ahí está la maravilla de la cultura y lo que llamaría civilización. Desde que se haya logrado inventar el chocolate, la humanidad no es del todo un caso perdido. Y en parte me refiero a lo anteior: preparar algo, cocinar, es un acto que trae a nuestro presente la cultura y el conocimiento de la humanidad de una forma o de la otra, las tradiciones, el respeto por la impresición y el gusto, pero además, lo que decía en el párrafo anterior: la tregua de no competir, de pensarse como grupo capaz de compartir para salir mejor todos. Eso es sin duda siempre una ganancia.

Aparte de todo eso, en la cocina hay siempre algo de arte. Los platos hay que componerlos, arreglar ingredientes, sopesar si una cosa va o no va, cuando, cómo... qué se agrega y en qué cantidad. Y luego el producto final nos importa mucho que otros lo valoren, lo degusten, lo hagan suyo y lo interpreten en su forma. Y de todo ello claro, algo estético, los colores, las mezclas, el balance... y el uso obvio de los sentidos. Recuerdo el libro de Italo Calvino sobre los sentidos, por esas historias empecé a comer picante.

Podría seguir y seguir... la cocina como manera de relajarse, expresarse, funcionar. Y el vino, las especies, los artilugios e instrumentos de cocina, la magia de un postre, en fín. Pero quiero parar y decir que es un placer poder tener en la vida con quien cocinar y compartir y ese tercer ingrediente que es imprescindible: conversar.

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