Posts

Un virus cristiano.

Equivocadamente he asumido toda la vida que la religión, especialmente la católica, utiliza la represión de la sexualidad como forma casi única de mantener un control. En mi cabeza la explicación viene del establecimiento en la vida de las personas de la moral, que no obedece a razones divinas, y al razonamiento ético en cada uno. Esto, que sucede en los primeros años de la vida, si se fusiona con la religión es un cocktail que ha permitido regular y mantener a la iglesia y todo su aparato, sus formas de justicia y de contratos. Siempre me parecido que es muy refinado el mecanismo, una obra maestra: les ha permitido sostenerse por miles de años, regir por siglos vastas regiones del planeta, amasar fortunas, mantener control político, social y económico y presentarlo todo como algo para nuestro beneficio y que podríamos no escoger (ese es el toque de genialidad) pero ¡ay si no! No todo en la religión es sobre represión sexual pues obviamente hay más, pero ese es un pilar fundamental...

La poesía en el camino

La poesía es la poción, el veneno que necesitas solo para ser usado en contra de ti mismo cuando los instantes lleguen, como los espías guardan una dosis de cianuro. Quienes no leen o no entiende poesía no pueden decir que conocen el dolor, no tu dolor. Asediado por el dolor, la poesía ofrece una salida hacia algo más triste todavía: el fondo de ti mismo pero sabes que de allí todavía hay posibilidad de ir más profundo, hasta que no puedas tolerarlo más. Es la manera de salvarte, llegar a un lugar tal que la debilidad o las lágrimas te impidan seguir cayendo y, no importa qué tan patético seas o parezcas, has parado de caer. Cada que alguien te deja recorres cada libro y cada poema en tu memoria y usas cada cosa que has coleccionado para saber qué es el dolor.  Con la poesía puedes ubicar el dolor de hoy en el album del dolor de toda la vida, de cada relación, de cada día. Lo mides a lo largo de algunas semanas o meses, sensas su poder y ya lo puedes ordenar para revisitarlo más ta

Invitación a resistir la virtualidad en la educación

​ La educación virtual es solo una solución parcial. Me quiero referir aquí a lo que esto daña. Y voy a dejar una parte de mi argumento por fuera en este escrito, para hacerlo en otro momento: el daño a la equidad e inclusión social y económica de la educación virtual. Imaginemos, como algunos hacen, un mundo sin universidades. Donde solo algunas empresas públicas o  privadas  ofrecen cursos en línea y diplomas, según se prueben algunas competencias o habilidades y lo que hoy llamamos universidad sea solo centros de investigación y formación de posgrado. Donde no haya que ir a ninguna parte, todo sea simulado o hecho en casa o se vaya a un sitio pero allí se encuentre uno con cualquiera otro que no es un compañero, no está para discutir o colaborar en sí sino solo como cualquier otro usuario, alguien en la fila. Donde hablamos con tutores en línea pero como sucede como con las citas de médico general hoy día: hablamos hoy con uno y mañana con cualquiera. Y en el sentido de virtual, d

Resistir con el desorden

En alguna parte leí, sin datos que pueda dar para corroborar y ni siquiera evidencia empírica, excepto aquello de "parece lógico", que en América los esclavos y los nativos cautivos tenían una forma de resistir a los españoles durante la conquista: la pereza. No tenían armas ni control sobre sus vidas, pero podían hacer pereza. Podían ser improductivos y sabotear a sus amos, dañar sus planes y, en últimas, resistir. De nuevo, no estoy seguro que eso sea un hecho histórico y ni siquiera una teoría. Pero es el tipo de cosas que uno piensa que son razonables y socialmente logrables. Una cosa que no demanda mucho y logra algo, no mucho; no es muy valiente, no necesita héroes, no demanda mártires ni sacrificios, pero es un modo de disuadir al conquistador o al matón. Hago lo que quiere pero de una forma tal que lo hace inútil, infeliz, mal y posterga su riqueza, sus planes y su codicia se ve frustrada. Lo que ha pasado con COVID-19 a veces me recuerda eso. Tenemos un alcalde d

Profesores, calidad de la educación y pandemia.

Los temas que estoy juntando en uno tienen algo en común, lo prometo. Eso lo diré al final... espero que aguanten. Nuestra educación superior en Colombia y en el mundo ha recibido un golpe severo con la pandemia en medio de la cual estamos. Da algo de consuelo que el mal sea de todos. Sin embargo, también sabemos, algunos se van a recuperar más fácil. Una universidad de primer nivel mundial, sin mencionar nombres, no se va a frenar. O mejor, mencionemos nombres, la Universidad de Harvard se sienta sobre un capital base de unos 50.000 millones de dólares, por poner un ejemplo y será menos difícil recuperarse. Como sea, en Colombia va a haber consecuencias no previstas de todo esto. Por una parte, muchos estudiantes van a terminar saliéndose y a desertar. Las razones serán muchas pero la situación económica de muchas familias será mucho peor, eso obligará a muchos al rebusque y en particular a abandonar actividades que no rinden beneficio económico inmediato. Cada estudiante que

¿En qué mundo nos levantaremos en un mes?

Parte I. Lo normal. Empezando por el final, como casi siempre hago, diría que no va a cambiar nada. En unos meses (podrían ser 6) algo de normalidad volverá a la rutina diaria. Normalidad queriendo decir: como eran las cosas hace unos meses. Y normalidad era esto: una cacofonía de discusiones erráticas, sectarias, irracionales (los temas muy racionales en general pero adelantadas en buena medida sin el uso de la razón), mezquinas, politizadas, llenas de argumentos falaces, mediáticas (social mediáticas si eso es un término válido para decir que orientadas a lucir bien hoy y desaparecer mañana no sin antes dar lugar a otra avalancha de falacias y sub-falacias, verdades a medias, mentiras directas, abusos, mil tweets), sin academia (aunque la hacían "académicos") porque los datos, su análisis, no conviene a la falacia y no caben en twitter.  Y normalidad eran también algunas cosas buenas. Poder moverse por este país para conocer lugares impensables, hacer lo que uno hace