La hospitalidad

Creo que debía tener unos 6 años, por la casa donde vivíamos en ese momento y porque creo que no había empezado la escuela, que era un asunto para gente más madura, como de 7. Al frente de mi casa vivía mi mejor amigo, Gabriel, y una noche de algún fin de semana (y cuando digo noche, digo la noche de los niños de esa edad en esa época y en Manizales, que podían ser solo las 6 de la tarde) estando en la calle conocimos otro chico un poco menor que nosotros. Creo que lo primero fue la empatía con él, luego nos contó que no tenía casa, que no tenía donde dormir ni vivir.

En la parte de atrás de la casa de mi amigo había una casucha sin piso (o mejor, con piso de tierra algo común en esa época y lugar) y apenas cerrada del exterior. Sin pensarlo mucho reunimos unas cobijas incluidas algunas de las nuestras, organizamos una cama y seguramente mi memoria agrega de su propia cuenta que le reunimos alguna ropa también. Gastamos una hora en todo el trabajo que para nuestro ojo de decoradores había sido muy bueno. Nuestro huesped estaba listo.

No debió pasar más de una hora antes de que nuestras madres se enteraran de todo el proyecto del que obviamente nos sentíamos muy felices. No tengo claro cómo, pero es obvio que ambas nos miraron con la extrañeza propia de los adultos ... y echaron de nuevo a la calle a nuestro amigo. Él se fue y no tengo una cara que ponerle en mi recuerdo, menos aún el privilegio o la agonía de saber qué le pasó. A la luz de hoy entiendo bien lo que los adultos hicieron pero en ese momento no entendí porqué ese gesto de alojar un extraño y compartir con él lo que se tenía no era bien visto. Mis cuentas eran que no había que hacer nada raro, que allí estaba todo lo que se necesitaba y no había necesidad de más.

Salto muchos años. Desde hace un tiempo estoy en una comunidad de Internet, Couchsurfing.org. Y hay allí un concepto básico que me hace volver al que fui cuando tenía 6 años: poder alojar un extraño, compartir tu hogar y lo que tienes, aprender de su vida, establecer esa relación humana de saber que no hay una deuda qué pagar, ni siquiera demasiado qué agradecer en términos materiales, pero sí mucha gratitud. Las personas que he alojado, todas, dejan algo a su paso, pequeños momentos que sirven para habitar mi casa, sentirla de dimensión humana. Es como si las historias que se cruzan se pegaran un poco de los rincones, una especie de decorado intangible que ayuda a percibir mejor el espacio.

A un nivel básico, de eso se trata, creo, la hospitalidad; de acercarse al otro por un ejercicio sencillo de igualdad y humanidad, de abrir tu casa independiente de lo que contenga. Requiere de la seguridad de que eso que tienes no te define del todo, que no se te mide por las posesiones o tus cosas sino por otra cosa, la posibilidad de compartir un poco tu experiencia de vida, no solo tu casa.

Desde toda la vida he querido hacer El Camino de Santiago. Alguno de los caminos a Santiago de Compostela, quizá el fracés, no sé, alguno. La gente caminaba desde épocas remotas, donde le cogía la noche pernoctaba y quien vivía a la vera del camino le ofrecía algo. La gente que viajaba era pobre y a veces caminaban meses para llegar. Viajaban casi con nada, nada duraba tanto. Al llegar visitaban la Catedral, hacían el homenaje al apóstol Santiago, cumplían su promesa y algunos se devolvían. Otros pocos sencillamente se quedaban a morir porque el viaje de regreso era demasiado, compartir algo con ellos sería una forma de acercarlos a su destino, sin retenerlos, cualquiera fuera éste. En la imaginación profunda de la humanidad el caminante, el viajero, personifican un afán que en alguna parte casi todos llevamos dentro, el de echar a andar. Ayudar en una de sus jornadas a un viajero nos vuelve parte de ellas y nos acerca al ser humano en general, no solo a éste que acabamos de despedir.

Y luego de unos minutos de escribir todo lo anterior me doy cuenta que me falta la contraparte, pedir y aceptar la hospitalidad de otro, que requiere también cierta humildad, cierto creer en los seres humanos y confiar en ellos, algo que no es menos conmedor.

Comments

Francachela said…
Es un placer leerte....de verdad que es un verdadero placer, lástima que me abandone en otras cosas y no entre tan seguido para disfrutar de tus líneas, de estas letras que calan dentro y que me hacen pensar y querer leer más y más...

Buscaré "untarme" más de tu forma de racionalizar y de este estilo rebelde, directo y crudo con que tratas cada cosa que se te venga en gana.

Señor educador, bién sabes cómo entrar, jaja veo que no estás en el lugar equivocado...no lo estás..

Popular posts from this blog

Poema de William B. Yeats

Las campanas de El Jardin, Antioquia

Huerto En Marrakech