Los académicos metidos en política

Hay un substrato de contradicción entre la vida académica honesta y la política, incluso la honesta y ni qué decir de la deshonesta, la que se basa en el engaño para corromper y sacar partido. Y hay algunas similitudes también que, creo, son lo que lleva a algunos a pensar que son dos mundos con cierta resonancia. Veamos.

La vida académica es una vida de egos. Claro, para tener un ego primero hay que ir escalando puestos. Debes estudiar y hacerlo bien, debes probarte en buenas universidades, mostrar tu capacidad y empezar a hacer los primeros pinitos siendo profesor, siendo investigador, siendo consultor u otras cosas. Con eso vas subiendo en ese escalafón y vas logrando posicionarte ante tus colegas con el poder de tu talento o inteligencia, con argumentos o realizaciones. Y del reconocimiento va surgiendo una posición de prestigio ganado. Y de ahí o antes de ahí o durante el proceso, el ego. El mundo académico es centrado en egos: hay que ver la arrogancia y petulancia de los investigadores que nunca están equivocados, que hay que cuidar como novia bonita y con plata, que hay que proteger de las tempestades porque arman una tormenta cuando no salen las cosas como se quiere. Ese ego procede de nuestras falencias como humanos, independientes de la inteligencia o capacidad crítica.

Mejor aún, los académicos se organizan en grupos que constituyen tribus y defienden territorios, desarrollan jerarquías y más o menos se comportan no muy diferente a como funciona el Vaticano o algo similar. Si miramos como se estructura la investigación como actividad humana, ésta no es muy diferente de otras, quizá más productiva para todos pues el producto puede ser lo mejor de nuestro intelecto, pero no menos humana en cuanto a actividad. Todo esto se sugiere en el libro "Academic Tribes and Territories" de Tony Becher y luego criticado en algunos aspectos pero también reforzado por Ronald Barnett en "Limits of Competence..." en caso que alguien quiera saber más.

Los políticos, no hay que decirlo, proceden muy similarmente. Para ser político se necesita un ego gigante, que haga pensar y convencernos a nosotros mismos de nuestra capacidad de hacer El Bien, de poder resolver los problemas pero, mucho más importante aún, de la propia importancia. Sin esto, sin ese elemento que es necesario para mantener el poder sin cuestionarlo, un político se iría al piso. Si no responde de un pedestal auto construido y mantenido por sus propios imaginarios, un político suele verse débil y dubitativo y perder su "capital político", es decir, su capacidad de movilizar gente y obtener votos y poder. Puede ser influyente pero no será elegido. De tal forma que solo hemos visto que son dos actividades humanas en las que como es obvio cargamos nuestra dosis de ser humanos. Nada nuevo.

En lo que sí hay diferencias es en que los objetos con que trata cada uno. La academia es una búsqueda de verdades que se someten a la crítica de otros, pueden ser debatidas, falseadas y modificadas o abandonadas basados en test que son pruebas ácidas de verdad. En cambio la política busca crear verdades. En el mejor de los casos no busca la verdad, busca la percepción de la verdad y se alinea con ella. Se la apropia. Y cuando esa posición cambia, cambia la verdad, cambia todo. La habilidad de un político y un grupo político está en poderse mantener alineado con esa percepción o crearla. Ese es el político genial o al menos bueno: el que crea y pasa a una masa de personas su propia percepción de la verdad que esa masa adopta como propia.

Y es ahí donde surge un terreno de total contradicción. Porque entre la verdad y la percepción de la misma media la valoración de evidencias. Como un ejemplo, tomemos lo que acaba de pasar con las políticas de austeridad adoptadas para Europa en su crisis económica actual. Fueron tomadas con una base académica, un estudio de profesores de Harvard y que conllevaban un peso. Hasta que alguien en Boston revisó la evidencia y se dio cuenta de que ese estudio había sido mal hecho y sus conclusiones no eran válidas. Los académicos de inmediato criticaron el estudio original y adaptaron sus análisis, los políticos no. Y el resultado es catastrófico: Europa sigue en crisis y las medidas tomadas son inefectivas y están llevando más gente a la ruina que sacándola de ella. Y aunque la evidencia es que no hay bases para hacer eso, se siguen aplicando las medidas.

En un terreno más local, tenemos varios académicos que han estado o están en el poder. Uno, el Gobernador Fajardo, con un doctorado en matemáticas (en el área de lógica); dos, el Ministro de Salud, que viene de ser Decano de una Facultad de Economía (Uniandes), Alejandro Gaviria. Y ha habido otros, Mockus con posgrados en matemáticas y rector de la Universidad Nacional de Colombia y luego candidato presidencial, Alcalde, etc. Solo quiero considerar estos ejemplos aunque seguramente haya más.

Empecemos con el Ministro. El día en que escribo esto salió a cuestionar de mala manera un artículo de Juan Gossain sobre los altos costos de los medicamentos en Colombia. (Leer aquí la nota de Gossain y aquí la respuesta del Ministro Gaviria.) En el mundo académico si Gaviria no está de acuerdo con las observaciones de un colega y quiere controvertir sus datos (y Gossain los proporciona) lo único que debe hacer es buscar o producir mejor información, organizarla diferente, hacer un argumento y presentarlo en el ánimo de que esas premisas reemplacen la visión que el otro ha presentado. En el mundo de la política, lo único que hace es descalificar y desdecir de la calidad del otro. No importa la verdad, importa el efecto. Magro producto de volverse político, abandonar los argumentos en pos de las calificaciones y poderes. Es una falacia de la lógica que Fajardo debería denunciar, reducir a otro por fuerza de la jerarquía y poder.

En cuanto a Fajardo una de las cosas que le escuché decir alguna vez y creo que repite como un mantra, es que los resultados en educación no hay que esperarlos tanto, que se pueden producir efectos inmediatos con las intervenciones. Esto se cae ante todas las evidencias, todo en investigación educativa muestra la necesidad de dejar madurar y avanzar los procesos, corregir pero esperar a que prosperen. Pero no, como somos políticos debemos producir resultados antes de que se acabe el período y es necesario contradecir todas las evidencias para ello. Así, vemos el conflicto del político con el académico, alguien en la academia miraría la evidencia antes de sacar conclusiones. Lo que uno denuncia es que no tengan la honestidad intelectual de reconocer que están inventando algo sin evidencia suficiente.

A pesar de que está claro que el problema no es invertir desordenadamente dinero (ver el informe Achieving World-Class Education in Brazil elaborado por investigadores del Banco Mundial) seguimos invirtiendo desordenadamente dinero en educación, como se hizo en Medellín y sin mirar la evidencia: los colegios públicos de Medellín no mejoran en resultados en proporción al esfuerzo hecho. Pero simplemente llevamos modelos que ya tenemos evidencia de que se agotan sin dar mucho resultado a un nuevo espacio, no con el ánimo de que hagan una diferencia real (ya sabemos las limitaciones) sino con el ánimo electoral. El académico denunciaría al político por falta de rigor, por no aprender de ensayos anteriores, por no incorporar a lo de hoy los aprendizajes de lo que no funcionó en el pasado. El político vive para inventarse una realidad: todo se arregla regando dinero.

En cualquiera de los casos anteriores lo que definitivamente se vuelve inaceptable es que no lleven a la política lo mejor del rigor científico: la búsqueda de evidencias y la verificación de los logros mediante medidas y seguimientos en lugar de descalificar lo que vaya en contra, incluida la evidencia. El éxito de Mockus fue inventar cosas que dependían de imaginarios, de esas verdades que él mismo podía inventar y al hacerlas aceptar las hacía realidad, una salida genial. Pero el ego, el eterno ego, acabó con su propia tarea.


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