Un nuevo "normal"

En inglés se suele usar el término "new" para decir no solo lo obvio (nuevo) sino que algo se ha actualizado... "los 40 son los nuevos 30" para decir que ahora la edad de 40 es ahora lo que solía ser la de 30 cuando se empezó a usar ese término. En mi caso, y creo que en el de otras personas que nos quedamos casi sin vivienda y con quienes he hablado en las últimas semanas, hay un temor muy grande a lo que es inevitable: un nuevo "normal". Es decir, una nueva forma de hacer las cosas (o al menos diferente), otra casa, otras rutinas, otras respuestas, otras formas de hablar e incluso de relacionarnos, nuevos miedos, nuevas certezas, nuevos términos y nuevas amistades o lealtades. Un nuevo nuevo si se quiere pues tantas cosas son nuevas que lo nuevo como que no sorprende.

El temor no es gratuito, significa que hay desconfianza a que ese nuevo normal no sea normal. Es decir, a que estén demasiado presentes cosas de las que no nos sentimos seguros, a que haya demasiada desconfianza o demasiada fe en algo, o a que hayamos adquirido características que otros ven y uno todavía no. No es que hayamos cambiado porque nos lo propusimos, sencillamente nos tocó cambiar. Gente que no le hablaba a nadie, gente que jamás aceptaba un favor o que jamás se había visto en la necesidad de pedir algo y ahora le hablan a otros que no conocen, tienen que pedir favores y aceptan ayuda; esos son cambios.

Esto último es quizá de lo más impactante, aceptar ayuda o pedirla. Alguna señora en una reunión mencionaba que antes tenía no sé cuantos pares de zapatos y demasiada ropa en su closet y había quedado con una muda y un par de zapatos y que lo que llevaba puesto era todo donaciones de personas desconocidas. Y que le había tocado rehacer su forma de vestir no basada en su gusto sino en lo disponible. Aceptar que alguien te dé algo lleva cierta fuerza interna, cierta seguridad de que no por aceptarlo estás dejando de ser tú mismo o vendiendo o empeñando lo que eres. Cuesta trabajo pensar que hay gente que hace las cosas sin estar esperando algo a cambio necesariamente o sin una agenda en mente.

En cualquier caso llego a este lado de la ecuación con dos kilos menos, aunque no lo recomiendo como método para adelgazar, más paciencia para escuchar a otros cuya opinión no me gusta pero puedo entender, mucha desconfianza en los artefactos humanos y en la falsa seguridad de las cosas seguras, una renovada fe en que la vida no nos trae cosas ni se las lleva y que el azar juega un papel profundo en nuestro destino, que no tiene nada que ver con premios o castigos. Las cosas simplemente nos pasan.

Ahora más que nunca pienso que llamamos "la vida" a eso que nos pasa entre dos grandes y a veces estruendosas debacles o entre eventos no siempre decepcionantes o tristes. Los del amor, la familia, los económicos, los sociales, etc. Ayer, en mi recuperación de la normalidad, fui a cine. Fui solo y vi Blue Jasmine, de Woody Allen. Me impactó una cosa especial, la eterna lucha de todos los personajes por recomponerse, todos están continuamente recomponiendo el camino, su ser, sus vidas. La protagonista, al final, queda de nuevo descompuesta y uno prevé que tendrá otra etapa de recomponerse... a eso me refiero cuado digo que lo que llamamos la vida es en realidad como recomponemos como somos entre dos grandes hechos. Un eterno recomponerse sin un propósito claro. Quizá pueda un verlo entonces más como un juego, tomárselo menos en serio, poner ingredientes inesperados y ver qué pasa; mezclar de formas diversas, allegar cosas diferentes y recomponer la mano con cartas que no se tenía previsto, perder (es solo otro evento), volver a jugar y tratar de ver si es divertido al sumar y restar todo. De resto, los eventos si son tristes, terminan por amargar todo. Y si algo claro tenían los humanos desde la antigüedad es que lo importante era el viaje, no el destino.

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