El número de llaves en el llavero

Finalmente veo que el día en que explote o implosione yo mismo (no sé qué será) está más cerca. Que uno haya tenido que dejar atrás, por un desastre de causa humana, tanta cosa sin mucho miramiento y haciendo gala de mucha presencia de ánimo, no importa. Con amigos como los que tengo es hasta fácil, menos mal, ir caminando y saliendo de una maraña de problemas y de otra. Ellos, destornillador en mano, hicieron que en tres horas dejara casi completamente desmantelado mi antiguo apartamento: quitaron puertas, chapas, muebles, closets, lavamanos, la puerta principal. Yo personalmente creo que logré empacar tres cajas en esas tres horas, ellos hicieron cada uno de a 10, además de desmontar hasta el calentador de gas y los vidrios de separación la zona de ropa. No desmotaron las escalas de madera porque no hay electricidad en ese que era mi antiguo hogar y no podíamos usar un taladro con suficiente potencia.

Sin embargo, son las pequeñeces las que llenan la vida de dificultades que se acumulan y se acumulan. Ninguna es importante, ninguna es rara en este país de ciudadanos casi sin derechos, de empresas abusivas, de calles imposibles y conductores energúmenos. Pero todas juntas se va volviendo demasiado. Pienso en la lista de pequeñas cosas: UNE me mandó a una oficina de recobros como cualquier moroso por una factura sobre un apartmento que ya en la práctica no existe y que además nunca enviaron, tres horas de mi vida me llevó poder arreglar esa estupidez. KTronix (o Alkosto) me han llevado la misma nevera dos veces, la primera ni avisaron y yo no estaba, la segunda no la subieron un piso (no está en el contrato), ahora me toca esperar la tercera visita, otras tres horas esperando y varios días más sin nevera. Compré un aparato de internet móvil para poder usar la red de la que ya tanto dependo, pero no se conecta como yo necesito, dos horas de hablar para que lo recibieran de regreso y dos semanas de espera para que la empresa decidiera (al final lo van a aceptar de regreso, dos horas yendo a entregarlo). Necesitaba certificados de Tradición y Libertad, las matrículas inmoviliarias de mi propiedad están bloqueadas, dos horas más en la oficina de Registro para poderlo sacar.

Luego, todas las cosas de un trasteo: poner una cortina (que odio hacer y que pensaba no tener que volver a hacer), sacar copias de llaves (odio las llaves y ya tengo seis). Creo que mi sentido de bienestar es inversamente proporcional al número de llaves en mi llavero, a más llaves menos calidad de vida. No alego que sea una regla para todos, para mí ha funcionado toda la vida.

Todo eso aparte de los cambios de casa parciales: tenía cosas en las casas de tres amigos, cada uno significa uno o dos viajes, empacar nuevamente, volver a desempacar. Ver los daños en cada cosa, el rayón en la madera de mi escritorio, las copas quebradas, las nuevas distancias de todos los cables, la posición de cada mesa. Uno diría que volver a tener un hogar es algo que uno busca y sin duda, lo busco. Pero la energía para resolver cada pequeño detalle se vuelve cada vez más y más escasa. Personalmente, ya paré de bajar de peso, me pasé un tiempo largo buscando la dieta y hábitos adecuados, pero que no son para tiempos de crisis y ahora toca comer más. De repente de me da frio cuando hace frío, antes el frío era la mejor noticia de la noche. Y lo malo es que a lo mejor termino haciéndole pasar un mal rato a gente que no tiene nada que ver: los que me contestan "permítame, ya le colaboro", no quiero que me colaboren, quiero que hagan su trabajo bien.

Día a día se hace un balance de las cosas, de las pequeñas mil cosas que descuadran todo, que faltan, que no están o no aparecen, que se dañan, que aparecen feas y viejas sin razón alguna, que ya no entusiasman, que ya no serán lo mismo pese a la ilusión con que las conseguí o que ya no sirven para nada. Balance que se hace sin pensar, solo mirando. Uno diría que está la salud, la cosa de estar vivos y bien, los amigos, la solidaridad de tanta gente, un empleo y empleadores que me dan la flexibilidad de hacer lo que hago y el tiempo para hacerlo; pero por dentro están los pequeños putos detalles que te van haciendo sentir cada vez más cansado y se va acumulando esa sensación de no tener un lugar donde poner por un rato la cabeza a descansar completamente.

Me imagino la gente que va a la guerra. Me imagino años viviendo así. Los soldados que fueron a las guerras europeas, todos los días de un lugar a otro, a la intemperie, con las raciones contadas, con el miedo, el frio y la incertidumbre. Me imagino la gente que ha pasado en la selva años secuestrada, perdiendo lentamente la esperanza. Sé que todos ellos han sufrido mucho más que yo y siento gratitud de no haber vivido eso. Y supongo que las cosas, si uno las padece mucho tiempo, se le van volviendo la realidad y lo cotidiano y una extraña forma de vida. En fin, ya salgo para una reunión más de tres horas en la que no se define mucho y se define siempre todo. En la que hay que estar, en la que hay que escuchar, leer entre lineas, poner puntos sobre íes que da tristeza solo pensar.




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