Las fiestas de fin de año

Supongo que algún día tenía que poner esto por escrito. Realmente me maman las fiestas de fin de año. Que la navidad empieza ahora como desde noviembre y en algunos casos antes, me parece patético. Y que luego se prolonguen fiestas y alumbrados navideños casi hasta febrero (los del Río Medellín al menos) es ya una exageración casi imperdonable

Ver que ya son muchos los que no retiran nunca las instalaciones de luces navideñas, que se quedan como especie de decoración muda todo el año y que lo único que cambia es la costumbre de prenderla, quizá sea práctico pero, definitivamente, no tiene nada navideño. Tenemos esa gran confusión mental de que la navidad es una época para hacer ruido, gastar mucha energía y dinero y desmandarse en todo. Y como buenos humanos, el desmán se nos va hasta donde algún límite moral se nos atraviese. (Podríamos inventar un pecado más; no estaría mal para esta fiesta que inicialmente era cristiana, el nacimiento del que fuera crucificado y adorado como hijo de dios y ahora es más bien pagana y poco cristiana. Recuerden que el pueblo de Moisés fue castigado severamente por adorar dioses paganos. Aunque los pecados no me gustan mucho, como seguramente he dicho en otra parte de este blog.)

Los pueblos con influencia calvinista como Escocia tienen una navidad diferente. Lo primero es que hay poca, muy poca decoración, nadie o casi nadie pone un bombillo en una puerta o una ventana, nadie pone música a gran volumen, no hay bailes en las casas y buena parte de alumbrados públicos de navidad los ponen el 24 y los quitan el 26 de diciembre. En las calles más comerciales, la decoración de los interiores de los almacenes y las ventas o ferias (confinadas a parques o lugares amplios) duran un mes pero realmente las fiestas son unos pocos días. El hecho es que La Reforma y Calvino tuvieron una enorme influencia para controlar los desafueros. No es que me provoque ser calvinista, solo lo digo para indicar que hay otras formas de vivir esta temporada de forma más civil

Pero no solo son las luces. Es la música que se vuelve el castigo a todos los pecados de quienes no quieren oir vallenato, detestamos Olímpica Stereo, no disfrutamos sino dos chucu-chucus seguidos y definitivamente tenemos algo en contra de que un vecino dicte durante horas la música de todo un edificio o un vecindario. Esta música repetitiva y monótona se convierte en la penitencia no buscada de los que nos da alergia que se forme una competencia a ver cual vecino tiene peor gusto y equipo de sonido más potente.  Mejor dicho, el peor mal no es visual, es auditivo, la navidad es nuestro encuentro con la bulla y el ruido. En Colombia querer el silencio y la tranquilidad son sinónimos de ser amargados o antisociales. Yo digo que es al revés, que el que busca el ruido es para acallar las voces internas que necesitan alto volumen externo para no ser escuchadas.

Y aparte de lo anterior están nuestras costumbres de manejar como bestias, empujar sin pedir permiso o presentar alguna disculpa y ser lo más desagradable posible con cualquiera en una fila de cualquier cosa.

Infortunadamente las combinaciones con las que llega la navidad empeoran todo. El licor, por ejemplo, el cerrar calles enteras porque dos familias tienen la brillante idea de que la calle es de ellos, el matar animales en la vía pública y por supuesto, la pólvora que no deja de ser un invento de estos pueblos. Mejor dicho, fue inventada en China y todo eso, pero como artefacto navideño, es puramente nuestra. En otras partes del mundo el manejo de explosivos y fuegos artificiales es toda una especialidad, aquí cualquiera puede comprarlos a la vuelta de la casa y explotarlos en la calle. Y obvio, sufrir las consecuencias y ponérselas a sufrir a otros. 

¿Qué buscamos los colombianos haciendo explotar algo en diciembre? ¿qué parte de nuestro cerebro se aquieta con esas explosiones? ¿es que nos sentimos tan impotentes en otros aspectos de nuestra vida, tan insignificantes, que necesitamos esas muestras de poder? (explotar cosas es una muestra de poder y potencia, es el control atávico del fuego, reservado para los poderosos del clan). 

Creo que el origen de todo está en nuestra impotencia como pueblo para encontrar formas reales de dar salida a nuestras neurosis comunes o personales o a nuestros traumas individuales o colectivos. Creo que podemos buscar también respuestas en nuestro deficit a la hora de hacer frente a los miedos o la dificultad para lidiar con la verdad de que somos más bien impotentes para realmente orientar los destinos de nuestra familia o los propios o los de una ciudad o país;  en eso, pienso, está el origen de tanta bulla, tanta necesidad de licor, tanta necesidad de dar muestras colectivas de felicidad que generalmente poco tienen que ver con las realidades personales, tanta necesidad de aparentar alegría y tan pocos, pero tan pocos, recursos para hacerlo (nos limitamos a la bulla y el licor). Especulando, creo que ahí está el origen de que la navidad se haya extendido como un cáncer sobre los meses adyacentes y se nos haya vuelto a muchos un tiempo pesado del que uno no sabe dónde esconderse para poderse escuchar razonar y pensar y para poder tener quietud y silencio.

Confundimos la felicidad con la alegría y ésta con los símbolos y manifestaciones externas de la misma. Y asumimos que si mostramos estos últimos lograremos la primera, así sea de dientes para afuera.

PS. Ok, España tiene algunas fiestas con pólvora... ya lo sé. De alguna parte heredamos la mala costumbre.

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